El cafetito en el bar de Camponaraya me revitalizó. Falta me hacía ya que el agua de lluvia y la estúpida caminata por aquella zona de Ponferrada, insustancial y aburrida, me había dejado frío. Tanto en lo físico como en lo emocional.
Mientras daba cuenta del pequeño bocadillo, y controlaba el Marca que unos paisanos leían en una mesa próxima, me entretuve charlando con una joven peregrina con la que habíamos coincidido en el albergue de Rabanal . La pobre chica, que tenía un enorme hematoma en la cara. Se había caído en un mal paso de alguna de las etapas anteriores, pero a pesar de la lógica contrariedad, continuaba impertérrita hacia su meta, en su deseo de seguir hasta Santiago.
No estuve muy enrollado con ella. Debo reconocerlo. Mi preocupación estaba mas centrada en que se desocuparan el baño y el periódico deportivo y no caí en la cuenta de que aquella treintañera hubiera sido una buena compañera. Yo que siempre andaba buscando nuevos amigos con los que recorrer el Camino, conocerlos, saber de ellos, de sus vidas, y compartir experiencias y ruta. Para que no siempre fuera un monologo, con y de, la amiga Esperanza. Pero, cosas que pasan... deje escapar la ocasión de invitarla a continuar en nuestra compañía. Aunque tal vez la chica, que andaba sola, quisiera conservar para sí esa soledad o simplemente poder caminar a su propio ritmo... caerse de boca ella sola, cuando le viniera en gana y sin que nadie la estorbara.
Para cuando salimos de nuevo a la calle la lluvia había remitido en intensidad. Alguna gotita aislada, solo para recordarnos que "No hay Camino de Santiago sin lluvia y barro". No obstante continuamos, yo con mi poncho y los vascos con sus ridículas bolsas de basura, no fuera a que volviera a arreciar e inesperadamente nos calara enteros.
Fuimos saliendo poco a poco del pueblo, de nuevo con la presencia mas o menos lejana de otros peregrinos diseminados allí y allá a lo largo del sendero. A causa del maldito atajo, aquella mañana habíamos estado un tanto huerfanos de la tranquilizadora y a veces cálida concurrencia de peregrinos por nuestras travesías.
Cruzamos, todavía por asfalto, la carretera a la capital por un paso elevado y de pronto nos vimos inmersos entre el barro y las piedras de la ruta, justo cuando se iniciaba una pequeña subida. Aquello era otra cosa. Después de varias horas caminando por un polígono industrial y localidades insulsas, la naturaleza volvía con nosotros, aunque fuera en forma de barro, siempre engorroso, que se pega a las suelas de las botas y te obliga a un doble esfuerzo a cada nuevo paso.
Pronto el encapotado paisaje se fue llenando de verdes intensos, en forma de viñas.
Los vinos de Denominación de Origen El Bierzo son en su mayoría producto de uvas Mencia, grandes y negras. Pero también por la región que estábamos atravesando se producían Godello, blancas y afrutadas, las Garnacha, negras azuladas e indispensables para mezclar y dar mas cuerpo a las anteriores, así como las variedades de Doña Blanca y Palomino, ambas de tonos verde amarillo, casi doradas.
Así anduvimos durante varios kilómetros hasta que se hizo notoria la proximidad de la siguiente población Cacabelos, siempre rodeados de parras y racimos de uvas, de las que Esperanza no se privó de hacer su particular cata, y a pesar de los consejos en contra de su marido, la posterior rapiña.
Al cruzar una pequeña carreterilla local, que curiosamente estaba llena de pisadas de infinidad de botas de peregrinos que dejaban las marcas de barro sobre el asfalto, tuvimos a la vista Cacabelos. Un nombre curioso, casi musical o al menos así me lo pareció a mi, y que ya daba muestras de la cercanía con las tierras gallegas. Nos íbamos acercando ya a la parte mas interesante de aquel tramo de ese año y hasta en el ambiente, con aquel lluvioso y húmedo día, se hacía patente la proximidad de Galicia.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario