Nada mas levantarnos aquella mañana en el albergue de Ponferrada, justo cuando acabábamos de desayunar a las 7,30 pudimos comprobar que aquel día tendríamos lluvia ya que el cielo se mostraba encapotado y amenazante. Como primera medida, a parte de poner muy mala cara, comprobé en la mochila la situación de chubasquero y poncho, artículos imprescindibles para todo buen peregrino, pero con los que es bastante engorroso el caminar.
En la puerta del albergue me encontré con el muchacho discapacitado que caminaba con muletas debido a su poliomelitis. El tipo, recién salido a la calle, me miró de arriba abajo, me calibró al ojo y llevándome a un aparte, como si fuera a contarme algún secreto, me comunicó que conocía un atajo por el que uno se ahorraba cruzar toda la ciudad...
! Macho, ¿y si a mi me gusta pasear por la ciudad... qué? ¡ Le contesté yo, justo en el preciso momento en que mis dos vascos se reunían con nosotros y Esperanza se lanzaba sobre el cojo con ganas ya de entablar conversación. El de las muletas, que acababa de perder todo interés en mi, y entendió que los vascos eran mejor publico que un servidor, repitió su "secreto" a mis dos compañeros que tomaron nota e insistieron en seguir sus indicaciones... Y allá que nos fuimos, caminando en sentido contrario al resto de peregrinos que salían al mismo tiempo que nosotros.
Lógicamente, caminando con muletas, el impedido quedó inmediatamente rezagado de nosotros, quienes nos fuimos adentrando por Ponferrada por la zona del Castillo templario, cruzando el puente sobre el Sil y caminando, siguiendo las difusas indicaciones recibidas por tan dudoso personaje, por calles que no conocíamos y sin ninguna flecha o indicativo de la ruta a seguir.
Durante la primera media hora tuvimos que preguntar a cada transeúnte que nos encontrábamos por el camino correcto, pero no todos conocían la ruta. Finalmente, y sin tener que esperar al de las muletas para que nos guiara por "su atajo", conseguimos dar con un polígono industrial... y cuando hay polígono... hay salida de la ciudad.
Viendo en la lejanía el final de los Montes de León, nuestro destino aquel día y hacía donde nos encaminábamos, y a pesar de las dudas que teníamos con tan pocas referencias, y ante la ausencia de otros peregrinos continuamos avanzando.
Y fue en ese preciso momento cuando la lluvia dijo: aqui estoy yo. Al principio no fue mas que un pequeño y ligero chirimiri, que no calaba mas que a los bobos... como nosotros... que andábamos algo perdidos, desorientados y temiéndonos lo peor.
Un par de kilómetros mas adelante, todavía por el dichoso polígono, el chirimiri pasó a chubasco de componente norte... pero en plan simpático, tipo tormentilla de final de verano.
Pero entre Compostilla y Columbrianos, unas simples colonias obreras apéndices de la gran ciudad, se desató la autentica tormenta, lo que nos hizo correr y refugiarnos, ya calados como patos, en los soportales de la iglesia de San José para sacar, yo el poncho y mis compañeros unos ridículos paraguas, ante la atenta mirada del cura párroco que, al vernos peregrinos, se vio en la necesidad de comunicarnos, como si no lo supiéramos ya desde hacia un buen rato, que andábamos un poco retirados de la ruta jacobea. Iba yo a decirle que sí, que ya, que muy bien... y que si se encontraba con otro peregrino, este con muletas y muy "amigo" nuestro, lo mandara, por un nuevo atajo en dirección a... Sevilla o incluso Ceuta y sobre todo que insistiera y no se preocupara. ! Mal rayo partiera al cojo de los coj...¡
Y al jodido cura, porque el buen hombre, suponemos que por animarnos, nos dijo que a apenas 1 km volveríamos a enlazar con el verdadero Camino de Santiago. ¿Un Km?.... Caminamos bajo la torrencial lluvia un kilómetro, luego otro, otro mas... perdí la cuenta de los kilómetros y nada, ningún enlace con las sendas amarillas. Como a almas cándidas, un nuevo paisano nos había vuelto a engañar con las distancias y eso, amigos, quema una barbaridad.
martes, 6 de octubre de 2009
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