viernes, 30 de noviembre de 2007

El abrazo al Apostol

Antes de continuar con nuestras peripecias por Santiago, contesto al comentario de Rafa Gambin, que me pide que coloque fotos como antes. Sintiendolo mucho, no puede ser, amigo.

Desde que empecé a incluir fotografias, me sale un cartel de 400 ERROR (¿ o será que me cuenta los errores y faltas de ortografia y ya llevo 400?) El caso es que ya en mas de una ocasión, y tras enrrollarme ampliamente en algunas entradas, al ir a editar lo escrito, y tras aparecer el dichoso cartelito, todo lo escrito a desaparecido en el limbo, y me he visto obligado a reescribir de nuevo la entrada. No es por la cara de bobo que se me queda cuando ocurre esto, es por un trabajo realizado y hechado a perder.
Ya avise el primer día que inicie el blog, que soy un manazas y un verdadero torpe con esto de las nuevas tecnologias. No obstante estoy en tramites de aprender y solventar el problema. Por favor permanezcan atentos a mis avances.

Y volviendo a aquellos dias en Santiago, tras admirar, y llorar ante la plaza del Obradoiro y fotografiarnos todos en Praterías, nos encaminamos hasta la Praza da Quintana, en cuyo muro acababa la cola para pasar por la Puerta Santa y abrazar la figura de Santiago.

Allí nos mezclábamos simples turistas, jubilados del Inserso de excursión y cantidad de peregrinos. Diferenciarnos era fácil, los primeros guardaban respetuosamente la fila, los del inserso intentaban colarse o dar lastima para que los colaran, y los peregrinos eramos los que intentabamos quitarnos las botas o hacíamos extrañas piruetas intentando liberar nuestras espaldas del cansancio de acarrear mochilas desde hacia muchos dias.
Fue casi una hora de cola, pero la ocasión era excepcional. Por fin nos llegó nuestro turno y subimos respetuosos y en silencio al camarín del Apostol. Mª Jesus, con mi cámara, sacó la foto que decora este blog y en verdad que consiguió imortalizar el momento. No sé bien que pasó por mi mente en aquellos momentos, infinidad de experiencias pasadas aquella semana con la meta puesta en ese preciso momento. Fueron solo unos pocos segundos lo que duró aquel pequeño acto, pero el sentimiento fue muy fuerte y dificil de expresar.

Tengo entendido que el Cabildo de la Catedral tiene pensamiento de dar fin a esta tradición del abrazo, argumentando deterioro en la figura por el sinfín de achuchones que recibe, y que en breve pondrá a buen recaudo este tesoro artístico instalando una urna de cristal. Una lastima para tantísimos peregrinos que, tras un arduo camino, se habrán de conformar con verla de lejos. O que decir de esas pensionistas, que llegado su momento, besaban a Santiago como si de uno de sus nietos se tratara, con esa ametralladora de besos tan característica en las abuelas. ¿Recordais a vuestra abuela besándoos el día de Navidad, cuando el aguinaldo, y ese eco que parecía acompañar el momento? Solo quedaban un par de langostinos y empezaban a trinchar el pavo, y aun parecía oirse el beso... ! Soy un sentimental !

Bajamos por el otro lado para ver el sepulcro de plata del Apostol, todo esto a la puta carrera, pues el Inserso empujaba por detrás, y de pronto nos encontramos de nuevo en la salida. La cola fue larga, el momento visto y no visto, pero no por ello menos emotivo y muy sentido. Incluso y a pesar de los comentarios de Alberto, el ovetense, que descreido, dudaba que ahí estuvieran los restos de un ápostol de Cristo, mandado decapitar en Palestina por Herodes Agripa hacía casí 2000 años. Es dificil de creer. Lo sé. Pero todo es cuestión de fe y tradición, y no me incumbe a mi polemizar sobre ello.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Por las calles de Santiago

La entrada de Santiago hasta alcanzar la Catedral, se nos hizo tediosa e interminable. El ímpetu con que andabamos desde el Monte Do Gozo, se fue apagando y un ritmo cansino se fue apoderando de nosotros, sin que nos paráramos siquiera a contemplar alguna iglesia antigua o algún monumento especial. Sin embargo a mi me dio por rememorar los dias pasados en la Ruta, y a hacer balance de lo acontecido. Todo era positivo, y superior a mis espectativas solo unas semanas antes, a punto de partir. No es que el Camino me hubiera transformado, pero algunos cambios se habían producido en mi.
Primeramente, no entendía como no había emprendido esta aventura mucho antes. Como no había aprovechado el tiempo de vacaciones de otros años para salir y conocer mundo. Algo que no me llamaba la atención, como el viajar, se había convertido en una prioridad ahora. Incluso soportando las incomodidades de los albergues, que ahora se me antojaban incluso llevaderas. Algo estaba claro, lo peor del Camino era sin duda el tener que caminar. Anque debía reconocer que no lo había pasado tan mal, y solo en momentos muy puntuales me había encontrado en apuros, momentos que una vez superados, tras unos minutos, quedaban olvidados.
Anteriormente la naturaleza me gustaba verla en los documentales de la segunda cadena, y ahora sentía necesidad de sentirla y vivirla en directo. Los paisajes, los pueblos, los bosques españoles no tenían nada que envidiarles a los extranjeros, tal y como había podido oir a un grupo de franceses, creo que en Portomarín, que pensando que nadie les oía o comprendía, se sinceraban entre ellos. Otra cosa hubiera sido si hubieran sabido que un españolito les entendía perfectamente y tenía puesta la antena en su conversación.
Las relaciones personales con el resto de peregrinos era tambíén de lo más positivo, y con suma facilidad había congeniado con gente tan dispar como asturianos, andaluces e incluso levantinos. Posiblemente tuve suerte aquel año al dar con aquellas personas, conocerlas y acompañarlas. Gente realmente sencillas y encantadoras, de las que me honro en considerarme su amigo.
Lo que en un principio se planteaba como una aventura sin más, sin ninguna connotación religiosa o espiritual, poco a poco se había transformado, primero en visitas respetuosas a las iglesias para admirar su arte o arquitectura, para despues, y tal vez contagiado del espiritu de las granadinas, no dejar una sola iglesia sin un sentido rezo y una petición de ventura para todos los mios. De hecho, pensaba ganar el Jubileo Compostelano, pasando por cualquier prueba que eso conllevara, excepto latigazos en la espalda o andar sobre ascuas encendidas. Sobre todo lo segundo, pues no tenía muy bien los pies despues de tanto andar.
Sin duda había captado el mensaje en cuanto a la futilidad de muchas de las cosas que pensamos imprescindibles para vivir, y en las que nos obsecamos en conseguir a toda costa. La televisión, el teléfono, el coche, las comodidades de una confortable casa, que nos sirvan, que nos hagan la vida lo mas llevadera posible... todo quedaba, efectivamente, en un segundo plano en este Camino. Durante una semana había podido vivir sin todo ello, desconectado del mundo, y sin ambicionar más que una buena ducha, cualquier lugar donde dormir bajo techo y que la senda siguiera deparándome bellos lugares por los que discurrir. Anque bien pensado, solo de una cosa no estaba dispuesto a renunciar... una buena mariscada.
Y así, sumido en mis pensamientos, llegamos hasta la plaza del Obradoiro. La emoción que se siente una vez alcanzada esta meta no se puede resumir con una simples palabras. Muchos son los peregrinos, sobre todo los de larga distancia, que no puede reprimir sus lágrimas ante la vista de la enorme basílica. Nosotros no fuimos una excepción, y hasta dos agnosticos como Alberto y Rafa sintieron la piel de gallina y se les iluminó el rostro. No era para menos

Contestando a Juan

Ante todo, Juan, agradecerte la visita y el comentario. Da gusto saber que de cuando en cuando, hay alguien ahí detrás.
Veo que también hiciste el Camino, y que te gustó, aunque eligieras una época del año con menos gente. No creas que es suerte por mi parte el hacerlo en Septiembre. Se debe a que debo tomar mi semana de vacaciones obligatoriamente ese mes. Los meses de verano, las aglomeraciones de peregrinos no siempre son apetecibles. Eso sí, al menos lo hacen más ameno y conoces a infinidad de gente.
No creas que soy un solitario. Me gusta la soledad en algunos momentos, pero por mi carácter extrovertido, a veces hasta chistoso, hago fácilmente amistades. Además tengo una maravillosa mujer, el amor de mi vida, afortunadamente, y además tres hijos.
El secreto de tener tanto tiempo para escribir... pues debido a la naturaleza de mi trabajo. Solo en una oficina, bien pagado, aunque eso siempre es relativo, y con grandes temporadas en que tengo poco trabajo, con lo que tengo que entretenerme en algo, y por ello llevo este blog entre factura y factura. De todas formas no vayas a creer que le dedico mucho tiempo a escribir, con una hora escasa, si tienes algo que contar, que relatar, y te gusta, consigues una buena entrada.
El lado negativo de este curro... los pocos días que dispongo de vacaciones para salir al Camino o a otro sitio. De ahí también que deba hacer la Ruta por tramos cada año, y por las fechas, siempre solo. Pero no tardo mucho en conocer a gente y en hacer amigos interesantes con los que compartir esos días. Un rasgo de mi forma de ser es que valoro mucho la amistad, por lo que no es de extrañar que mantenga esas amistades una vez acabada la aventura anual. Varios me han visitado haciendo escapadas hasta Alicante, y yo a mi vez les he devuelto visita aprovechando algún puente.
Y fruto de estos reencuentros y estos contactos, este mismo año he hecho el tramo Burgos-León con un matrimonio de San Sebastián, con los que había coincidido en 2005. Incluso mi esposa nos acompaño, al menos en la ultima etapa, lo que fue una maravillosa experiencia.
Este próximo año 2008, tengo proyectada mi última etapa del Camino Francés, León-O'Cebreiro, con lo que volvería hasta el punto en que empecé en 2004. Posiblemente, y con las famosas granadinas, hagamos algún año el tramo de Santiago a Finisterre, proyectado pero que abandonamos debido a los incendios del año pasado.
Durante el resto del año, o mas bien durante la primavera, junto a la Asociación de Amigos del Camino de Alicante, realizamos etapas del Camino del Sureste algunos fines de semana y aprovechando los puentes. Ya vamos por la provincia de Cuenca y tenemos pensado llegar a Santiago en el 2010.
Como ves, amigo, no me faltan proyectos... y sí, soy un enganchado, un enamorado de, para mi, el maravilloso Camino de Santiago.
De nuevo gracias por acercarte por esta pagina, mil gracias por participar con tus comentarios, espero que no sea la última, y sobre todo BUEN CAMINO COMPAÑERO.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Ultima etapa

La gente, nerviosa por llegar cuanto antes a Santiago, empezó a removerse por el albergue bien temprano. Con lo que nosotros también nos pusimos a funcionar. Cuando salí de la cama y empecé a vestirme, MªJesús me avisó de que tenia una ampolla en un pie. Me quedé mirando aquel pellejito que, efectivamente, estaba en la planta de mi pie, pero no contenía agua, no me dolía, y solo era la señal de los casi 140 Kms. que llevaba andados. No obstante, la asturiana me dió un parche de silicona, marca compeed, mas valía prevenir.
A las 7 ya estábamos desayunando y esperando a las granadinas. Media hora después, ya estábamos en marcha. La oscuridad era total cuando nos internamos por un bosque a la salida de Pedrouzo. La niebla, cerradísima, no ayudaba a distinguir el sendero. Nos dimos cuenta que no llevábamos linternas lo suficientemente potentes para caminar en aquel estado y ya estábamos perdiéndonos por un sendero equivocado, cuando vimos a un peregrino extranjero con una buena linterna en la cabeza, que caminaba como a plena luz del día. Volvimos sobre nuestros pasos y lo seguimos a prudente distancia. La suficiente como para distinguir las flechas pintadas en los árboles. De no haber sido por aquel tipo, lo hubiéramos pasado realmente mal.
El frío y la humedad del ambiente eran tremendas. Fue el día en que pasé mas frío de todos los que llevábamos andando, no estábamos acostumbrados a madrugar mucho y sobre todo a andar a oscuras.
Una hora mas tarde con más claridad y ya menos niebla, atravesamos una amplia zona boscosa compuesta de altos eucaliptos. Las subidas y bajadas del terreno nos hicieron entrar en calor.
Nada mas salir de aquella zona empezamos a ver las señales de aproximación para los aviones del aeropuerto de Lavacolla, y al alcanzar San Paio encontramos un magnifico restaurante donde tomamos algo caliente y reconfortante.
Tras una fuerte subida desde la que pudimos ver aterrizar aviones, pronto llegamos a las inmediaciones de una autovía, desde donde solo 10 Kms. para la capital. Allí daba inicio un andadero en el que una estatua de un santiago peregrino hacía imprescindible una foto. No creo que haya muchos peregrinos que se resistan a ella, y nosotros no fuimos excepción.
De ahí hasta el pueblo de Lavacolla, donde yo me entretuve fotografiando su famoso arroyo, y apunto estuve de caer en el, ya que cuando me agaché para obtener un ángulo diferente, desprevenido, una rana saltó hasta el agua asustándome, con lo que perdí pie y acabé milagrosamente con solo un brazo dentro de la fría agua.
Andando solo, fuí ascendiendo hasta Vilamaior, donde a la entrada del pueblo había una anegada poza y su correspondiente paso lateral, así como un antiquísimo horreo de madera.
En la inmediaciones de los centros de la televisión gallega y de televisión española, en el bar de un camping, me esperaban mis compañeros y tras un buen pedazo de torta gallega como almuerzo, recorrimos los últimos metros hasta el Monte Do Gozo, donde hubo muchas mas fotos que hacer, aunque no excesivo "gozo" ya que andábamos algo nerviosos y con prisas por llegar a la Catedral, presintiéndola tan cerca.
Tras visitar brevemente el enorme albergue, fuimos encaminándonos hacia la entrada de la ciudad. Emocionante fue cuando trás atravesar el Ponte San Lazaro, vimos el cartel de la ciudad de Santiago, y más adelante el Monumento a los Peregrinos Ilustres. Ya nos hacíamos bien cerca de nuestra meta. Pero no contábamos con el largo trayecto de la entrada a una gran capital. Fueron casi dos horas de interminables calles

viernes, 23 de noviembre de 2007

Continuación hasta Pedrouzo

Tras un café en Calle, con el consiguiente reagrupamiento, continuamos andando por una zona con suficiente arbolado y vegetación para que se hiciera agradable el paseo. Las poblaciones, a medida que nos acercábamos a Santiago, estaban algo más pobladas, o lo que es lo mismo, la proporción de vacas era inferior al de las personas, con lo que era más animado ir saludando a paisanos que esquivar o apartarse al paso del ganado.
En Salceda volvimos a parar en un bar tienda, junto a una pequeña ermita. Unos minutos solo para descansar y tomar un refresco. En eso apareció un hombre que caminaba con su hija de unos 12 años. Nada más verlo me dió un brinco el corazón, pues llevaba una camiseta publicitaria de Serviman, una empresa de alquiler de maquinaria para la construcción de San Vicente del Raspeig, en Alicante, y de la que un buen amigo mio, Tony Navarro, participó activamente en su desarrollo y plena implantación por la zona. El caso es que efectivamente eran alicantinos, y el hombre me comentó que habían iniciado el Camino desde Sarria, que su esposa no los acompañaba ya que no se había sentido con fuerzas para aquellas caminatas. Bromeé un poco con la pequeña, que parecía bastante cansada, y le dí ánimos recordándole lo poco que nos quedaba para llegar a la meta. Más de uno necesitaba el recordatorio y los ánimos en mi grupo.
En eso estábamos cuando aparecieron dos Guardias Civiles a caballo, y más tarde un enorme camión con capacidad para llevar a estos y otros animales. Entablamos conversación con los dos miembros de la Benemérita, y me confirmaron lo que ya sabía por haberlos visto en un telediario semanas antes, que tras el atentado del 11 de Marzo en Madrid, se extremaban las medidas de vigilancia, ya que existía la sospecha de que el terrorismo, sobre todo el etarra, podía atentar en el Camino. A esos etarras les haría falta, como en la Edad Media, que como penitencia les obligaran a hacer dos o tres veces aquel Camino que ellos amenazaban. Tal vez tras entrar en las innumerables iglesias que se encuentran a su paso, tras vivir unas semanas con el resto de peregrinos y comprobar el espíritu que los anima, solo tal vez cambiarían de forma de pensar y de actuar. Al menos acabarían molidos de andar y se dedicarían a otras cosas diferentes que el poner bombas y practicar el cobarde tiro en la nuca por la espalda.
Más adelante. Unos kilómetros después. Observamos, atónitos al principio, luego verdaderamente emocionados, como cada cierto tiempo, cada doscientos o trescientos metros, bien clavado en un árbol, bien entre unas piedras, otros colocados sobre vallas o mojones kilométricos, siempre al borde del Camino, alguien, tal vez alguna institución o asociación, había ido colocando pequeñas placas metálicas, una a una numeradas hasta el 192, con el lema "en recuerdo del 11-M y los nombres y apellidos de cada uno de los fallecidos en el atentado de Madrid. Sin importar o hacer el distingo de nacionalidad alguna. Inmaculada y Angustias al ver las primeras se detuvieron, y el resto las imitamos para, respetuosos, rezar una oración por todos ellos. Lógicamente, durante un largo tramo fuimos todos expresando nuestras opiniones sobre aquel salvaje acto terrorista. Más que nada, nuestra indignación y repulsa por la salvajada.
En Brea nos detuvimos de nuevo, esta vez tocaba almorzar. Las granadinas llevaban desde hacía dos días en sus mochilas, unos paquetes de embutidos ibéricos que sus amigos de Lugo les habían regalado.
En una pequeña área de descanso llena de césped y arboles, junto a un albergue-tienda donde compramos el pan, los refrescos y nos sirvieron una espectacular ensalada, nos pusimos a degustar el jamoncito, el lomo y demás embutidos. Aquel almuerzo estuvo genial y nos dio fuerzas, al menos a mi, para acabar bien la etapa.
A la altura de Santa Irene, una pequeña aldea del Conceillo do Pino, vimos aparecer una ambulancia por el sendero. MªAngustias, que andaba en la cola del grupo, puso la directa adelantándonos de pronto a todos, con los brazos al aire y gritandole a los sanitarios que la auxiliaran, que le curaran las ampollas. Y la ambulancia paró. De no haberlo hecho la señora se hubiera tirado en el suelo, cuan bajita y gorda era, y hubiera impedido la circulación del vehículo, salvo que la hubiera pasado por encima. Con su verborrea habitual aturrulló a los ATS y estos empezaron a curarla. Alberto, Rafa y yo continuamos dejando a las mujeres atrás y llegamos un rato después hasta el albergue de Pedrouzo, con los 20 Kms. de etapa con mas paradas de la semana.
Conseguimos al menos cuatro camas, ya que por teléfono supimos que las granadinas preferían buscar un hostal y descansar en sitio "civilizado" como decían ellas. El caso es que estuvieron acertadas, ya que el albergue eran un tanto penoso, algo falto de limpieza y de un buen arreglo. El hospitalero, empleado de la Xunta, un tipo mal encarado y respondón, que pensaba que la autoridad se medía por cuantas confrontaciones conseguías en un día.
Tras la ducha, la colada y comer en un restaurante, descansamos un rato en nuestras literas, y mas tarde dimos un paseo con Inma y Mari por el pueblo. MªJesús compró en una tienda unas muñecas de meigas de la suerte, y se quedó con las ganas de llevarse un espejo artesanal de un colorido fuera de lo normal.
También volvimos a ver al matrimonio de Argentona, y asistimos a la entrevista del día con la niña en la radio. La cría hablaba por el móvil con una soltura y un desparpajo increibles a su corta edad, el aplomo fruto ya de la costumbre.
Por la noche, en el albergue, un grupo de jóvenes preparó una queimada, señal de que nos quedaba muy poquito para llegar a la meta. El ambiente parecía relajarse. Se habían acabado las carreras para conseguir una cama. Sin embargo, aquella noche casi ninguno de nosotros consiguió dormir bien, tal vez los nervios de ver por fin Santiago y al apóstol, tal vez las gastadas camas del cutre albergue, algún incontrolable efluvio de la queimada. El caso es que casi no pegamos ojo.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Curioso encuentro en Calle

Aquella mañana la ropa que habíamos lavado el día anterior apareció completamente mojada. Utilicé las pinzas e imperdibles para colgar de la mochila los calcetines y la camiseta (los gayumbos preferí no exponerlos a la vista) y bajamos a desayunar sobre las 8.
Martin, que a pesar de no conocer a Mecano, seguía en cama con el "hoy no me puedo levantar" y otros quejidos similares. Las granadinas intentaron, sin éxito, que continuara. Pero el debía estar muy hecho polvo para andar. Y supongo que vería también un oportunidad inmejorable de escapar del marcaje y excesiva tutela de las buenas, pero pesaditas mujeres.
Todos andábamos algo tocados, tras el palizón del día anterior. Y fuimos saliendo de Arzua con cierta lentitud. Los alrededores del pueblo eran mucho mas atractivos que aquella aburrida población. Recuerdo que iniciamos una subida (una de tantas) y poco a poco nos fuimos viendo rodeados de una espesa niebla. Me quedé algo rezagado al contestar una llamada de mi mujer MªDolores, mientras veía Arzua a lo lejos, en medio de un precioso valle que la bruma tapaba parcialmente.
Reintegrado al grupo, ví que Rafael, cansado de las conversaciones de las mujeres, había tomado las de Villadiego y andaba en cabeza. No es que me apasionara la cháchara de las granadinas, con lo que intenté alcanzarlo. Yo cuando voy fastidiado, necesito andar también en solitario y no gastar mis energías entrando en conversaciones de marujas. Me fue imposible alcanzarlo, señal de que el no iba tan tocado.
A la altura de Calle, cuando llevábamos algo más de una hora de camino, se puso a llover y fuerte. Me puse bajo un enorme castaño, saqué mi poncho, y me dispuse a colocármelo. Tratar uno mismo de encasquetarse aquella prenda resulta harto difícil. Ahí estaba yo, haciendo increíbles piruetas, sin conseguir mi objetivo, cuando apareció un joven de unos treinta años, alto, delgado pero fuerte, con gafas, y además español, ya que todo lo que pasaba por ahí ocasionalmente eran extranjeros. El chico se debió apiadar de mi. O pensaría: voy a ayudar al gilipollas este, o no llegará nunca a Santiago. Algo así, pero el caso es que se acercó y me ayudó a que aquel extenso hule me tapara perfectamente cuerpo, mochila y tenderete de ropa. Practicamente no cruzamos palabra. El saludo, la despedida, mis infinitas gracias y entremedias, tal vez alguna frase de compromiso. Continuó su camino sin más, y un minuto mas tarde reiniciaba yo la marcha, para ver que el chaparrón no había durado mas que eso, cinco minutos, y que tras un recodo del sendero aparecía un bar, donde Rafa esperaba sentado en la terraza con una enorme jarra de cerveza y habiéndose ahorrado la calada.
Aquel joven que me ayudó, del que olvidé pronto su fisonomía, no hizo más que hubiera hecho cualquier peregrino, contagiado del espíritu solidario que impregna el Camino de Santiago.
He vuelto sobre aquel incidente por que fue uno de los episodios mas extraños, más curiosos, y a la vez entrañable e impactante para mi, que me ha sucedido a lo largo de estos años.
Fue mas de un año después, en Octubre de 2005. Mi esposa había cambiado de trabajo dejando la Notaría en que trabajaba, para hacerlo en un bufete de abogados urbanistas, de lo más prestigioso de Alicante. En aquel despacho, donde trabajan más de 10 abogados, tres de ellos eran los socios principales. El caso es que una de las jóvenes abogadas contraía matrimonio y fuimos invitados a la boda. En el banquete fuimos ubicados en una mesa, donde uno de los tres socios conversaba con un importante cliente. La conversación versaba sobre el Camino de Santiago. No pude aguantarme, y comenté que yo también hacía el Camino. El joven abogado se me quedó mirando durante unos segundos, y de pronto me dijo que le sonaba mi cara, que posiblemente me conocía del Camino. Fue en una fracción de segundo, pero me volvió a la memoria aquel chaparrón en Calle. Lo suficiente para recordar, y reubicar a aquel mismo joven, ahora con traje y corbata.
"Tu me ayudaste a colocarme el poncho bajo un roble en Septiembre de 2004 en Galicia"
Mi cara debió ser idéntica a la suya. Sorpresa, incredulidad por la coincidencia, alegría por la confirmación de que así era. Resultó que aquel joven que me ayudó hacía mas de un año al borde de un sendero, a mas de mil kilómetros de nuestros lugares de origen, era no solo de Alicante, sino que resultaba ser compañero de mi mujer, en realidad uno de sus jefes. Y rizando el rizo, que además hubiéramos coincidido en la misma mesa, y que nos acordáramos el uno del otro, por aquel simple detalle a pesar del tiempo transcurrido.
Con carne de gallina, me levanté, nos levantamos ambos, y nos dimos un abrazo llenos de alegría, ante la curiosidad del resto de los de aquella mesa.
Pero a los postres, después de haber hablado de nuestros días en la peregrinación, tuve de nuevo un retazo de recuerdos de aquellos días. Se me encendió la bombilla como suele decirse, y le pregunté en que hotel se había hospedado en Compostela. Rafael, que así se llama, se me quedó de nuevo mirándome. Debió ocurrirle como a mi un rato antes, por que de pronto me contestó: "en el mismo hotel que tu, el Aires Nunes, en la habitación contigua a la tuya".
Había vuelto a suceder. Recordamos los dos, casi al mismo tiempo, que uno de los días en Santiago habíamos coincidido, yo saliendo de mi habitación, el abriendo la puerta de la suya, con un simple buenos días entre los dos. De nuevo la enorme coincidencia nos golpeaba, y la alegría se hacía mayor.
Sé que Rafael no ha abandonado su afición al Camino, y que cuando dispone de tres o cuatro días de vacaciones, o necesita recuperarse del estress del trabajo diario, toma un avión y se pone a andar por esos senderos. Sin duda, un enganchado más al Camino.

martes, 20 de noviembre de 2007

Hasta Arzua: 2ªparte

Poco visitamos de Melide. Pasadas las 3 de la tarde, con el estomago lleno, un sopor se fue adueñando de aquellos cuerpos cansados. Pero aún nos quedaban, según nuestros cálculos, más de 10 kms. por recorrer.
Vimos la iglesia románica de Santa María de Melide a poco de salir del pueblo. Pero estábamos más pendientes del cielo que de otra cosa. Aquello amenazaba tormenta, y fuimos caminando con algo de viento y de cuando en cuando algunas gotas de lluvia.
Al poco atravesamos el rio Catasol y más adelante cruzamos la famosa charca de Raido. Pocos son los caminantes que se resisten a fotografiarse pisando las piedras que cruzan el riachuelo. El momento y el paraje son singulares. Y además hacía pocas semanas que había visto aquel mismo lugar en una entrevista de un telediario a unos peregrinos, y a una patrulla de la Guardia Civil a caballo.
En Boente, el siguiente pueblecito, tuvimos que parar ya que MªAngustias, MªJesús y Martin, desfallecían, cada uno aquejado de lo suyo. La primera, la granadina, a la que dias antes se le había caído la uña del dedo gordo del pie, tenía también una ampolla en un pie. La excursión a las playas de Lugo pasaban factura, ya que no había resistido la tentación de meter los pies en el agua, y algo de arena se le había introducido en la ampolla, con lo que la infección estaba servida. Mª Jesús cansadísima, cosa extraña pues nunca había bajado la guardia en los días que la conocía. Martin arrastrando su pierna. Y lo peor del día aún estaba por llegar.
Inmaculada encontró a un matrimonio de peregrinos que caminaban con sus dos hijos pequeños. La familia era de Argentona (Barcelona), el pueblo en el que el ex marido de Rociito, la hija de la Jurado, estaba destinado y hacía sus chanchullos cobrándoles multas a los turistas. Lo curioso de aquel grupo, que venían de Roncesvalles, era como caminaban con los dos niños, uno de ellos de solo 5 años, al que llevaban en ocasiones en una silleta con ruedas. Me imaginé a aquellos dos subiendo al Cebreiro, el marido cargado con su mochila a la espalda, y en una mano la mochila de su esposa, para con la otra acarrear la silleta plegada, mientras la mujer con los dos niños de la mano o a veces en brazos le seguía. Me pareció una temeridad emprender un viaje de estas características con dos niños. De hecho eran los primeros niños que veía en el Camino. Pero lejos de ser un problema para ellos, estaban los cuatro disfrutando de lo lindo. La niña la que más, no pasaría de 8 años, y recibía todos los días desde el móvil la llamada de la radio local de su pueblo para entrar en antena y contar como le iba la aventura. Toda orgullosa contaba aquello, y que era la envidia de sus compañeros de colegio.
A falta de cuatro Kms. para Ribadixo, el terreno se empinó considerablemente al cruzar uno de tantos bosques, además de estar resbaladizo a causa de la lluvia que había debido caer hacía poco. Tras alcanzar la cima de aquella pequeña montaña y encontrarnos con la autovía a Santiago, lo que rompió algo el hechizo de andar por aquel tramo tan verde y bucólico, solo tuvimos tiempo de llegar a un bar a la entrada de Castañeda. El cielo descargó una tremenda tromba de agua, que a los rezagados pilló de lleno.
Una vez escampó cubrimos, resbalando más que otra cosa, la bajada hasta el valle, para encontrarnos a Oskar en la puerta del albergue, como siempre con su estúpida sonrisita diciéndonos que estaba lleno. Este chico no me caía del todo bien desde que lo conocí, pero últimamente empezaba a atacarme los nervios.
El albergue era una preciosidad, lleno de césped y árboles, que daban a un riachuelo de aguas cristalinas, pero suele ser uno de los que normalmente se llena enseguida. Cabía la posibilidad de dormir en una carpa levantada en los jardines, eso si, en el duro suelo.
Tras un conciliábulo entre todos los miembros del grupo, y a pesar de que aquella etapa había sido durilla, un autentico tobogán, lleno de subidas y bajadas, y que los ánimos estaban por los suelo, decidimos recorrer los casi cuatro Kms. que quedaban hasta Arzua. Aquella ultima hora fue tal vez lo mas duro del día, ya que el que mas y el que menos pensaba que al llegar al albergue acababa la jornada, y que las rampas no habían acabado, al contrario, parecían costar más de subir.
Antes incluso de llegar a Arzua, a las 6 y media de la tarde, encontramos el motel O Retiro, junto a la carretera, además con restaurante. No nos lo pensamos mucho, pedimos habitaciones y allá que nos quedamos.
Antes de la cena mantuve una agradable charla con Inmaculada y Mª Jesús. La confianza que ya teníamos dio lugar a hablar de nuestras vidas. Inmaculada, era divorciada y con dos hijos. Se había casado en Salou, donde trabajaba de gobernanta de un hotel, en el que también lo hacía su hermana Mari, la mas callada y sensata de la tres, o tal vez era por que las otras dos nunca la dejaban hablar. Habían vuelto a su pueblo granadino, donde Inma se ocupaba de una urbanización de chalets cuyos dueños solo los habitaban en verano. De ahí las amistades en Lugo. Se ocupaban las dos de la limpieza tanto de la urbanización como de las viviendas, lo que daba oportunidad de trabajar también a MªAngustias. Esta ultima, si bien no estaba separada, no ocultaba que su matrimonio tenía fecha de caducidad. Las tres se daban buenos palizones a trabajar durante el verano, pero conseguían ganarse bien la vida y aguantar los meses de invierno. Las tres estaban muy integradas en la parroquia de su pueblo. De misa diaria y trabajos en la catequesis y otras ocupaciones.
Mª Jesús, tal vez mas reservada para contar su vida, nos comentó también estaba divorciada y que Alberto era su segundo marido, con el que llevaba 15 años.
Tras cenar opiparamente, y como el cansancio hacía mella en cada uno de nosotros, nos retiramos muy pronto a las habitaciones. Aquella noche debió ser una de las que mas profundamente debí dormir. Yo también estaba reventado.

30 Kms. hasta Arzua

A pesar de levantarnos relativamente temprano aquella mañana, no empezamos a andar hasta pasadas las 9. MªJesús había recibido una llamada de las granadinas pidiéndole que las esperáramos en Palas. Con lo que estuvimos haciendo tiempo, y por tanto el desayuno fue inusualmente reposado.
A Rafa, el ovetense, empezaban a fastidiarle las mujeres aquellas. Argumentaba que había estado andando a su bola durante un montón de días, y que ahora por ir con ellas, se veía limitado y obligado a cambiar su ritmo. Además la verborrea desatada de las granadinas le rompía los esquemas. Sobre todo cuando le decían, al igual que lo hacían conmigo, que dejara de fumar. No le faltaba razón al chico, pero entre todos lo convencimos de que hiciera un esfuerzo.
Rafa era de carácter callado, igual que Alberto. Simpático y de sonrisa fácil cuando se le hacía hablar, pero algo introvertido o al menos discreto en sus maneras. La palabra sería "comedido" en contrapartida con la extroversión de las granadinas. Trabajaba de celador en el mismo hospital que Alberto en Oviedo. Mª Jesús por su lado trabajaba en un centro de salud, pero los tres funcionarios del Servicio de salud del Principado de Asturias. Era muy interesante, y a la vez extraño, oír ciertas expresiones que utilizaban al hablar. Rafa, normalmente cogía un ritmo fuerte al andar, lo que le hacía ir siempre en cabeza. En cuanto encontraba un bar en algún pueblo o aldea, se paraba a esperarnos tomándose unas increíbles jarras de cerveza y un cigarillo siempre en la mano. Más de una vez anduve con el en cabeza para huir del constante parloteo de las mujeres.
Y ahí que llegaron las granadinas, más exitadas que nunca. En apenas unos minutos nos pusieron al corriente de sus excursiones por Lugo. Que los amigos una de las tardes las habían llevado a la playa (lo que mas tarde acarrearía problemas físicos a Angustias) y que la tarde anterior.... ! Habían volado en avioneta ! !Que habían sobrevolado Gijón y Oviedo ! ¿Sería verdad aquello? Meses mas tarde pude comprobar por sus fotos que, efectivamente, habían encontrado hueco en el Camino de Santiago, para darse unos vuelos. ! Increíbles, estas tías !
Y el caso es que no venían solas. Habían adoptado a un jovencito al que nos presentaron. Su nombre era Martin Sherry, debería tener unos 23 o 24 años, bajito, pelirrojo, pecoso y además escocés. Aunque chapurreaba bastante bien el castellano, pues había viajado mucho por España, de hecho conocía Alicante, pues recordaba el Castillo Santa Barbara, e incluso había trabajado ocasionalmente en Madrid durante un año.
Empezamos a andar y ya a los pocos metros tuvimos la certeza que llegaríamos bastante tarde a Ribadiso de Baixo, lugar en que queríamos acabar aquel día.
Aquella etapa, volvió a ser de las de los primeros días. Hubo de todo, niebla en vaguadas, ermitas e iglesias románicas, puentes y calzada romana, bonitos cruceiros, curiosos hórreos al borde del camino, bosques cerrados de árboles y maleza, subidas, fuertes bajadas. Especialmente bonito fue el transitar por el lecho de un rio, seco en aquellos meses, en una increíble penumbra debido a los altos arboles que impedían la vista del sol, bajando entre los enormes cantos del fondo del rio. Y especialmente curioso fue ver como el escocés, Martín, bajaba de espaldas, debido a que iba algo fastidiado por una tendinitis de rodilla, y según decía era la mejor manera de hacerlo, la menos dolorosa para las articulaciones.
Almorzamos en una especie de chiringuito que un medio hippie había montado en un claro de un espeso bosque. Sus artículos, todos naturales, a base de quesos de tetilla que una paisana le traía, pan casero, varios tipos de zumos de frutas que el mismo escogía. Vendía jabones naturales, tarros de miel, y hasta ungüentos caseros para todo tipo de afecciones relacionadas con la peregrinación. Allí mismo alcanzamos a una anciana alemana, que caminaba sola, pero a paso tortuga debido también a las rodillas. Calculé a ojo que posiblemente en ese estado no llegaría, o al menos lo haría varias horas después que nosotros.
Atravesamos varios pueblos y pequeñas aldeas. San Xiao do Camino, Casanova, Leboreiro, Furelos. En casi todos nos deteníamos, bien para hacernos una foto, bien para que las granadinas descansaran y aprovecharan para contarnos sus peripecias o hacer algún chiste.
Al medio día llegábamos a Melide. Justo a la entrada alcanzamos a Carmen la malagueña, como casi todos los días, y como siempre Inmaculada y Angustias intentaban entablar conversación con ella, sin conseguir más que contestara a los saludos, que ya era algo.
Alberto y MªJesus querían saludar a un amigo de los padres de él en aquel pueblo, y perdimos mas de una hora en encontrar la dirección de aquellas personas, para finalmente enterarnos que estaban ausentes y de vacaciones.
Decidimos por tanto quedarnos a comer en Melide, para continuar por la tarde, y aprovechar que en esa localidad tenía mucha fama la Pulpería Ezequiel. El mejor pulpo de toda Galicia, era su lema, con lo que hacía allí nos dirigimos. Al llegar junto a la puerta nos encontramos con la alemana del almuerzo, que aún estando coja, nos había alcanzado. Rafa rumiaba su desespero jurando en arameo, pero se le pasó pronto. Una vez sentados y con unos platos de Pulpo a Feira con cachelos (patatas hervidas) y un buen tazón de Ribeiro las protestas quedaron difuminadas. Ahí fue donde conocí un nuevo enfoque de aquel Camino de Santiago. El aspecto culinario o gastronómico. Aquel Pulpo a Feira, o por ejemplo el pote gallego que habíamos comido en Sarria junto al postre que consistió en queso con membrillo, daban una nueva oportunidad para sacarle mas jugo a la peregrinación, y a partir de ese día siempre he intentado probar platos típicos de las zonas por las que pasaba. No había postres en el Ezequiel, en su lugar nos escanciaron un recolado de café en el mismo cuenco en que habíamos tomado el Ribeiro. Todo muy típico y muy del lugar en el que nos encontrábamos.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Contestando a La Amante del Camino

Antes de nada, darte la bienvenida como comentarista de mi blog. No sabes lo que alegra y anima tener, ahí detrás, a gente que lee mis entradas y participa de ellas. Gracias y te animo a "comentarme" más a menudo.

Me dices que como puede ser que recuerde tantísimos detalles, incluso después de cuatro años. Efectivamente, llevaba un pequeño cuaderno en el que apuntaba cosas que me iban sucediendo. No creas que escribía mucho en el. Aunque te parezca imposible, no tenía mucho tiempo para ello. Durante la mañana, andas. Casi de manera compulsiva. Inconscientemente te contagias de las neuras de los demás y tratas de llegar cuanto antes al final de etapa. Cuando paras a descansar o tomar algo, infinidad de pequeñas cosas te impiden sacar tu block y anotarlas. Hablas con los compañeros de viajes, te preocupas de esa bota que te aprieta, abres la mochila para coger cualquier cosa, estas en la cola del bar para conseguir tu almuerzo, tratas de mirar tus papeles para saber cuanto te queda o cual es el siguiente pueblo... infinidad de pequeños detalles que te impiden disfrutar mas del momento.

Solo por las tardes, después de haber llegado al albergue, haberte asegurado una cama, tomado una ducha, lavado tu ropa, haber comido y visitado el lugar, te acuerdas de tomar notas de todo aquello que te aconteció durante la jornada. Es cuando ya tu subconsciente se relaja realmente y te permite tomarte tu tiempo para escribir. Las ataduras de la vida diaria te tienen aun esclavizado. Entonces es cuando normalmente te acuerdas de escribir. Y aun así no suelen ser grandes párrafos.

Pero lo que has vivido durante ese día y los anteriores ha sido de tal intensidad que no puede olvidarsete por mucho tiempo que pase. Ese es el único secreto.

Seguro que tu has vivido alguna experiencia inolvidable en tu vida. Por tu "alias" te presupongo mujer. ¿Has tenido hijos? ¿No es esa experiencia algo que marcará tu vida mientras vivas? O tal vez, ¿Terminaste alguna carrera o algún estudio que fue importante para ti? ¿Hubo algún enamoramiento, alguna relación sentimental especial que te tuvo embobada? ¿Fueron tus tiempos de juventud algo interesantes como para ser recordadas, al menos para ti?
Pues ahí lo tienes, seguro que cuando piensas en esos episodios de tu vida, tan queridos por ti, podrías al menos escribir un par de folios ¿verdad? Y dime ¿cuantos años habrían pasado desde entonces? Sin embargo aun los tienes frescos en la memoria.
Los pequeños detalles, tipo: la fecha u hora en que sucedieron, el tiempo que hacía ese día, quien estaba y quien no... eso hubiera quedado escrito en ese block, y más tarde en un diario. Hoy, tal vez veinte o treinta años después, sería solo cuestión de encontrarlo en el cajón o en el trastero, quitarle el polvo a aquel cuaderno, y volver a leer aquello que escribiste en su día.

Eso fue lo que hice yo. Nada extraordinario como verás. Aquellas simples notas, tomadas a vuela pluma, fueron completando, juntamente con los recuerdos que me impactaron y que no se me podrán olvidar, un diario de viaje. Este diario, que va engordando con cada nueva salida al Camino, con cada tramo nuevo que hago, me sirve de base para ir escribiendo este blog.

Si quieres, es un nuevo diario que escribo, una especie de repetición del que ya escribí en su día. Solo que puesto ahí en el ordenador. Para que gente como tu, como esta vez, conozca algo de mis experiencias. Después de todo, ¿no es eso lo que solemos buscar y leer en los libros? Ya sé que esto no pretende ser un libro. Me faltan conocimientos y sensibilidad para escribir uno de verdad.
Por lo tanto, las claves de recordar todos los detalles de la aventura, están solo en haber acometido algo con ganas. Que ese algo fuera realmente especial, fuera de lo común. Y simplemente haber desarrollado la idea, como la tienen muchos de los peregrinos, de ir tomando algunas notas sobre la marcha, y luego desarrollarlas y plasmarlas en un diario. Y sobre todo, hacerlo con cariño y cierta nostalgia. Te asombrarías de cuantos recuerdos y situaciones te vienen a la mente, una vez pasado el tiempo. Cosas que en aquel momento te pasaron desapercibidas, pero que regresan a la conciencia de manera natural.
Solo espero que estos recuerdos que pongo en palabras aquí, no aburran demasiado a mis lectores. Por ser temas personales, cosa vividas solo por mi y los que me acompañaban en aquellos momentos. Eso es lo mas difícil de todo. Sobre todo cuando uno no es literato, ni esta suficientemente dotado para la escritura. Pero has de saber que trato de hacerlo lo mejor que puedo, y eso si, con mucho cariño.
Gracias de nuevo por leerme y tratar de darme ánimos.

viernes, 16 de noviembre de 2007

A Palas de Rei

Nada mas salir del pueblo, el camino se fue empinando, como casi todos los días. Mis piernas respondían bien gracias al linimento de la Cruz Roja, pero pensé que aquello no era como empezaba, sino como acababa, por lo que decidí tomármelo con tranquilidad. Atravesamos bosques cerrados de castaños. De cuando en cuando aparecían eucaliptos, señal que nos acercábamos a la provincia de La Coruña.
En Gonzar, un pueblo de 37 habitantes y por tanto de los importantes de la zona, (los demás solían aparecer con 8, 15... a lo sumo, 20 personas censadas. ¿ Que decir de Portos, de 2 habitantes...!!!!!!??) donde encontramos un buen bar al borde del camino. Almorzamos y dimos tiempo a que nos volvieran a alcanzar las granadinas de vuelta de la excursión a Lugo.
Tomando un tentempié conocí a un par de mariquitas valencianos, que a su vez andaban con tres jóvenes de Alfaz del Pi. Hicimos patria durante unos momentos, y nos tomamos una foto todos juntos, riendo y diciendo a todos que eramos la delegación del País Valenciá. Por allí también andaba un jovencito alcoyano, que andaba con una familia bastante numerosa de andaluces.
Un poco antes de que llegaran nuestras compañeras, conocimos también a un matrimonio almeriense, de El Egido. Nuevos conocidos, que fuimos reencontrado durante los dias restantes. Lo bueno del camino es que cada día te vas encontrando a gente que has visto jornadas anteriores, bien en el camino, bien el albergue o en el pueblo. Si bien no puedes considerarlos amigos, pues muchas veces no cruzas mas que unas frases con ellos, si que se establece un nexo en común, una especie de situación tácita de compañerismo, una simpática complicidad.
De nuevo con las granadinas, y habiendo presentado a Rafa a la sección andaluza de nuestro grupo, fuimos desgranando kilómetros y pasando por pequeñas villas a lo largo del camino.
En Ligonge volvimos a hacer alto para descansar un momento. Lo que aproveché para rociarme los gemelos con el producto milagroso, y fotografiarnos todos juntos.
Fuimos pasando por Aixerre, Portos, Lestedo, O Rosario, durante las siguiente horas y sobre las dos de la tarde entrabamos en Palas de Rei y enseguida dábamos con el albergue, en cuya puerta estaban nuestras mochilas. Tanto el Flugoprofen como el haber caminado sin impedimenta, me habían hecho mucho bien, y las piernas, salvo alguna pequeña molestia ocasional, me había traído sin mas complicaciones a lo largo de los 25 Kms. de la etapa.
Casi no llegamos a entrar en el albergue. Oskar, el bilbaíno descansaba en la puerta, y con algo de ironía nos dijo que habíamos llegado tarde y que estaba completo. No obstante entré, para ver que el único sitio libre era el suelo del salón, que ya iba cubriéndose de esterillas y sacos, y sobre todo para sellar mi credencial.
Las granadinas ya habían marchado con sus amigos del día anterior, que de nuevo se las llevaban a Lugo. Y los cuatro que quedábamos encontramos la pensión Guntina, justo enfrente del albergue, junto a un pequeño parque.
No era el Ritz, pero nos vendría bien dormir en una buena cama, y sobre todo sin ronquidos de Carmen la malagueña, a la que por cierto habíamos adelantado a los dos horas de marcha aquella mañana. La tal Carmen, como ya dije, andaba sola, sin mochila, mirando al suelo, sin contestar a los saludos cuando la pasaban, solo con su bordón y una bolsa de plástico de supermercado en la que llevaba agua y algún bocadillo. Su paso era siempre cansino, como si fuera paseando por el Paseo Marítimo de su Málaga natal.
Me toco habitación con Rafa. El matrimonio se quedó con otra. Y tras una buena ducha caliente en una estrecha bañera, y lavar la ropa en el lavabo, decidimos echar una pequeña siesta.
Como no conseguía dormir, preferí dar una vuelta por el pueblo. Me encontré en la iglesia de San Tirso, con la pareja de maricas, en plena "crisis marital". El mayor, histérico, chillaba al mas gordito y mas joven. Pero de una manera que solo "las locas" pueden y consiguen chillar. Dejé a la parejita con sus problemas de pareja y al entrar en la iglesia me encontré con una mesa llena de credenciales, y nadie cuidándolas. Sustraje una, y tras una apresurada visita, continué por las calles de aquel pueblo feote.
Aun veríamos en los días que siguieron, algún monumento reseñable, alguna iglesia o ermita románica, pero ya de manera esporádica. A medida que nos acercabamos a Santiago los paisajes bonitos, los bosques maravillosos, las sendas entre túneles vegetales iban desapareciendo. Dando paso a un urbanismo más agresivo. A poblaciones con mucha más gentes que las anteriores, de construcciones mas modernas, mas impersonales. Incluso el camino de vez en cuando desaparecía para atravesar o caminar por carreteras asfaltadas.
Con lo que Palas, aquella aburrida tarde de domingo, no me cautivó en absoluto. Encontré al matrimonio de El Egido, que buscaban taxi o autobús para llegar hasta Santiago debido a unas ampollas que le habían salido al marido, y a mis compañeros en un bar junto a la pensión viendo por la tele un partido de fútbol. Y así pasamos el resto de la tarde, de manera anodina. Tomándonos unos gin tonics viendo los deportes, luego un bocadillo para cenar, y ya de noche nos retiramos a dormir. Si bien la etapa de la jornada había estado muy bien, la población y la estancia aquella tarde no la añoraré en el futuro.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Tarde en Portomarin

Cuando aquella mañana habíamos conseguido sitio en el albergue de Cruz Roja, habíamos coincidido al llegar con unos peregrinos atípicos. Dos ancianos, él debería pasar los 80 años, su mujer no debía irle muy a la zaga. Viajaban con su hijo, de unos 50 años, y presumiblemente debían hacerlo en coche, pues no llevaban mochilas y su atuendo era formal. No les debió parecer aquel albergue de su agrado, ya que por la tarde lo abandonaron. Tal vez habían encontrado habitación en algún hotel, o simplemente habían descansado una horas para continuar el viaje hacía otro pueblo de la ruta.

El caso es que han sido los peregrinos de mas edad que he visto a lo largo de mis años en el Camino. Solo se les acerca en edad, una francesa de 75 años, que esta si caminando, llegaba a Estella, en Navarra. Viajaba con su hijo, con el que hablé brevemente y me comentó que aquella mujer era irreductible (como los galos de Asterix) que no se sabía bien de donde sacaba las fuerzas para cada día ponerse en ruta, pero que lo hacía con una vitalidad y un espíritu encomiable.

Nuestro nuevo amigo, Rafa, tuvo suerte aquella tarde. Había llegado muy tarde, encontrándose los dos albergues llenos y el pabellón a punto de llenarse. No se le había ocurrido otra cosa que darle esperanzas a un vieja toda enlutada, que transitaba como loca por la calle del pueblo en una silla de ruedas detrás de él, ofreciéndole una cama en su casa por un módico precio. Rafa dudaba si aceptar la oferta de aquella especie de meiga o pasar la noche en el duro suelo del pabellón deportivo.

Cuando lo encontramos apenas hacía unos minutos que habíamos visto partir a los octogenarios peregrinos y Mª Jesús, buena samaritana, corrió rauda hasta el albergue, y sin más, tomó posesión de una de las camas para el de Oviedo. Con lo que se libró de pasar la noche con la vieja aquella. Dios sabe lo que podía haber ocurrido aquella madrugada. Si alquilaba su cama, bien podía vender también su cuerpo, con el consiguiente compromiso. Ocupó una de aquellas camas de pronto libres.

Otra de la camas fue cogida por una mujer de unos cuarenta años. Con el estomago extrañamente hinchado, callada, taciturna, caminaba sola sin relacionarse con nadie.

Mientras MªJesús, tras hacer su buena obra del día, y además con un paisano, como buena mujer se fue a la peluquería a que le lavaran el pelo. Ella y Alberto habían salido hacía una semana antes desde Astorga, y necesitaba darse un homenaje y ponerse guapa.

Recuerdo que yo paseando me encontré en una librería donde en el escaparate descubrí la continuación de la novela Iacobus, "Peregrinatio". Tomé nota de comprarmelo, en cuanto llegara a casa. No hizo falta. MªDolores a esa hora ya me lo había comprado en Alicante y cuando regresé me lo regaló, dándome una monumental sorpresa.

Creo haber nombrado anteriormente "la credencial". Una especie de tríptico, lleno de casillas en las que el peregrino va pidiendo que dejen su sello (tampón de tinta), tanto los bares, tiendas y albergues. Con esa pequeña libretita, y los sellos recogidos en todos los sitios por los que uno ha pasado, una vez en Santiago se acredita que se ha hecho el camino a pie, y no en coche como algunos falsos caminantes. A mi, aquello de ir recogiendo sellos, y admirar la calidad de algunos de ellos con diferentes dibujos o motivos, me gustó. Y llegué aquellos dias a desviarme de la ruta 300 metros por recoger el sellos de algún bar separado del camino. En una palabra, los coleccionaba. Y me aficioné de tal manera al juego aquel, que en solo tres etapas tenía casi llena mi credencial. Me empezaba a hacer falta una nueva, serio problema.

Aquella noche en el albergue fue todo un suplicio. La señora taciturna, roncó como un peón caminero. Y no contenta con darnos la noche con su serenata, a la 6 en punto de la mañana se levantó, y con todo el morro del mundo, encendió las luces despertando a los pocos que habían conseguido dormir. Protestamos, pero ella siguió a lo suyo, con lo que media hora después todo el mundo andaba levantado haciendo la mochila. Guardo un grato de recuerdo de aquel simpatico pueblo, pero no así de su albergue y de Carmen la malagueña, que así se llamaba la impresentable aquella.

Desayunamos. Dejé mi mochila para el taxi como ya quedó dicho, y aun de noche abandonamos Portomarín camino de Palas. Yo con la duda de si mis gemelos no me gastarían una mala pasada, y me darían problemas a lo largo de los 25 kilómetros que teníamos por delante.

martes, 13 de noviembre de 2007

De Sarria a Portomarín

Al llegar a Sarria, caí en la cuenta de que las mujeres del grupo andaban sin mochilas cuando nos dirigimos hacia un bar donde recogieron sus pertenencias. Me abstuve de hacer ningún comentario. Seguía pareciéndome mal el tema del taxi.
Cuando llegamos al albergue público, estaba a rebosar. Un tónica que nos iba a acompañar durante todo el tiempo, ya que en Año Santo las aglomeraciones estaban a la orden del día. Encontramos pronto un albergue privado, que estaba muy bien y era completamente nuevo y allí nos quedamos.

Tras la comida, las granadinas se marcharon a Lugo con un amigo que las vino a recoger. Un "millonetis", con blazer cruzado y BMW ultimo modelo, propietario de una torrefactora de café, además de un apartamento en La Herradura, de ahí la amistad.
Meses mas tarde, cuando vi las fotos que habían tomado aquella tarde, en la mansión del amigo potentado, se me pusieron los dientes largos. Cada una había dormido en una suntuosa habitación con cama de matrimonio, provista de baño propio y hasta de yakusi. Pero no acabarían ahí las peripecias de mis amigas en los días sucesivos.

La tarde la dedicamos a descansar, y yo a visitar las iglesias de los alrededores.
Cuando regresé al albergue las piernas no me respondían. Tenía los gemelos agarrotados y duros como una piedra.

La salida por la mañana fue sobre las ocho, e inmediatamente nos internamos de nuevo entre frondosos arboles en el bosque.

Creo haber dicho anteriormente en este blog, que el Camino a Santiago cambio muchos aspectos de mi vida. Y uno de esos cambios tiene que ver con los árboles y con el reciclaje. Hasta entonces no había sido muy receptivo a la idea de separar mis basuras y depositarlas en los contenedores al uso. Siempre había pensado que alguno debía hacer un buen negocio con aquello, y además practicamente gratis, ya que uno mismo les llevaba la "materia prima" al contenedor. Sin embargo, tras transitar por aquellos bosques, después de ver toda aquella naturaleza, algo debió producirse en mi interior pues desde entonces siempre he llevado mis basuras completamente separadas, y he guardado en la oficina todo el papel desechable hasta formar un buen montón para el contenedor. Incluso he mentalizado a mi jefe a hacer lo mismo, al menos en cuanto al papel. Cada vez que vacío mi papelera, pienso que estoy salvando algún árbol del Amazonas, o porque no, de Galicia o Roncesvalles. Cuando en 2.006 los incendios del verano en Galicia acabaron con tantas hectáreas de arbolado, sentí una pena grandísima y renové con mas ahínco mis ansias de reciclaje.
Durante la caminata me junté durante un tiempo con un par de peregrinos gallegos. Uno de ellos un gordito que caminaba con un paraguas, para protegerse bien de la lluvia, si aparecía, bien del sol. Me comentaron, que había realizado el tramo Muxia, de donde eran, hasta Santiago, en una sola etapa. Algo mas de 90 Kms. saliendo al caer la tarde y llegando a la hora de comer del día siguiente. Algo así como la marcha nocturna de los ferrocarriles valencianos en la provincia de Alicante, que en el mes de Junio y desde Denia hasta la capital recorre 100 Kms.
En Brea, famosísimo en la ruta por faltar desde allí solo 100 Kms. para Compostela, esperamos a las granadinas que volvían de Lugo. Mientras las esperábamos, una avispa picó a Mª Jesús, con lo que tuvimos sesión de curas y primeros auxilios.
De nuevo todos juntos atravesamos infinidad de pequeñísimas aldeas de no mas de tres o cuatro casas. Diría que la población de vacas superaba con creces las de los humanos, quienes nos saludaban cansinamente a nuestro paso. Para nosotros eran todo un espectáculo, paisanos arreando a sus vacas camino de los prados, pero para ellos eramos solo unos peregrinos mas, de los cientos que veían a diario... y saludarlos a todos debía hacérseles difícil, cuanto menos aburrido y monótono.
Tras recorrer los 22 kilómetros de la etapa, bajar por una empinada rampa que nos llevó hasta los margenes del Rio Miño y cruzar el enorme puente, llegamos hasta unas tremendas escaleras que ascendían hasta el centro de Portomarín. El pueblo era muy coqueto, con su calle principal porticada y al final la inmensa mole de su Iglesia de San Nicolás, trasladada en 1.962, piedra a piedra hasta su actual ubicación, al igual que el resto de sus principales monumentos, con ocasión de la construcción de la presa de Belesar, que anegó el valle, y con ello el antiguo pueblo. De la iglesia decir que, según mi guía había sido reconstruida perdiendo su orientación canóniga, es decir mirando hacía Roma.
En el pueblo ya esperaban a las granadinas unos nuevos amigos, que se las volvieron a llevar a Lugo. Por lo visto, muchos lucenses tienen apartamentos en la costa granadina. Con lo que acabamos en el antiguo hospital de la Cruz Roja, algo cutre, ya que el nuevo albergue de la Xunta estaba a rebosar. Y aun tuvimos suerte, ya que por la tarde encontré de nuevo a la jovencita alemana del primer día, y ella dormía en el suelo del pabellón de deportes.
Alberto y Mª Jesús se encontraron con otro asturiano, Rafa, también de Oviedo y celador en el mismo Hospital donde trabajaban ellos. Desde ese momento Rafa fue uno mas del grupo. Un nuevo amigo del Camino.
Aquella tarde mis gemelos dijeron basta. Solo tres días andando, y todo mi entrenamiento en Alicante no servía para nada. El dolor producido por el agarrotamiento de los músculos no me dejaba dar un paso. Gracias a Dios que estábamos junto a la Cruz Roja, ya que los enfermeros me dieron un bote de Flugoprofén, y al día siguiente se obró el milagro. La distensión de los ligamentos fue casi milagrosa. Eso, y que dejé mi mochila en el bar. Usé el servicio de taxis con mucha vergüenza, pero que le vamos a hacer... aquello me ayudó enormemente.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Amistad camino de Sarria

A las 5,30 de la mañana me desperté. El catalán cantante y un francés andaban ya trasteando en sus mochilas, preparándose para partir. Yo pensaba que la norma de apagar las luces a las 10 de la noche, llevada a rajatabla, servía igualmente para la de levantarse, a la 7 en punto. Muchos peregrinos, sobre todo los extranjeros, tienen por costumbre salir a las 6 o 6,30, con lo que despiertan al resto. Da lo mismo que tu luego sobre las 10 los vayas adelantando a casi todos, haciendo innecesario tanto madrugón para llegar al mismo sitio, a la misma hora. El caso es joder al personal, y mas tarde supe que en algún albergue donde no se permitía salir a nadie hasta las 7, la gente huía por las ventanas. Estamos de acuerdo que acostándote a las 10, y durmiendo ocho horas, a las 6 ya has cumplido con las directrices de la Organización Mundial de la Salud, pero tampoco está de más cumplir con las normas establecidas por los hospitaleros. Pero no hay manera. Salvo algunas honrosas excepciones, durante todos mis días en el Camino la situación se ha repetido y alguno siempre se cree mas listo saliendo el primero y de madrugada, lo que lleva al resto a imitarle y producirse la desbandada.
Yo viendo que los españoles seguían en sus sacos, traté de volver a coger el sueño.

Desayunando en un bar vi como muchos peregrinos dejaban allí sus mochilas. Mas tarde supe que había establecido un servicio de taxi para mochilas, normalmente en algún bar de cada pueblo, y que por 3 euros te la llevaban hasta el final de la etapa.

El Camino de Santiago y la peregrinación es para muchos pueblos un negocio rentable. No solamente los albergues privados, hostales, bares y restaurantes, tiendas, farmacias viven de la peregrinación, incluso particulares, en meses de aglomeración de romeros, llegan a alquilar habitaciones en sus casas para cuadrar sus economías. Lo del servicio de taxi, era una parte más del negocio montado, y bastante lucrativa, ya que con solo una docena de mochilas al día (allí había más de una docena aquella mañana) durante las 30 mañanas del mes, hacen más de 1.000€. Durante solo los tres meses del verano... medio "kilito" de las antiguas pesetas.

Yo en aquel momento vi aquello poco ético, por parte de los peregrinos. Que aquello desvirtuaba "los valores". Luego también recordé haber leído que en la Edad Media, que había gente que hacía la peregrinación a sueldo de señores. Como el que paga una misa. También existía la costumbre de que la justicia condenara a realizar el Camino, y de ahí los "encargos".

Mientras, Oskar el bilbaíno del día anterior, había cogido un autobús para ir hasta Sarria argumentando dolores en sus rodillas. Empecé a darme cuenta de que aquello no tenía el romanticismo que yo me había figurado meses antes, y que cada uno iba a su bola, según fueran sus motivos. Por tanto dejé de rasgarme las vestiduras, y acepté taxi y bus como animal de compañía. Volvía a quedarme solo y sin compañía, pues había pensado que una vez roto el hielo con aquel, podríamos ir juntos.

Desde Triacastela había dos posibilidades para llegar a Sarria: Pasando por el Monasterio de Samos o siguiendo el camino de San Xil. Elegí el segundo, de solo 19 Kms. y por que pensé, equivocadamente, que el del monasterio discurría por carretera asfaltada. Me perdí ver Samos, pero nunca me arrepentiré por lo que mas tarde aconteció.

El sol en esta zona de Galicia no se abre paso entre la niebla hasta las 9 o las 10 de la mañana, con lo que caminaba en una especie de penumbra, que acrecentaba la sensación de estar discurriendo por un paisaje del medievo. ¿Como describir aquellos bosques a esa hora de la mañana y con aquel ambiente? Fue duro, pues casi siempre las sendas se empinaban y había que subir, y siendo fumador eso se notaba. Pero andar entre aquellos arboles, cuyas ramas se juntaba haciendo que la senda pareciera discurrir por un túnel vegetal, la bruma que se dispersaba al paso de los cuerpos, el silencio, solo roto por alguna piedra que de vez en cuando rodaba al paso de los peregrinos, la visión de los castaños milenarios, totalmente retorcidos sus enorme troncos, llenos de hendiduras formadas por el transcurrir de los siglos, no es algo que se pueda expresar facilmente. Solo faltaba ver aparecer a las meigas (que sin duda nos hubieran vendido algún conjuro... por aquello del negocio montado por ahí) La zona rural gallega, ha sido de siempre un buen tema literario, e incluso se han hecho películas. La única forma de saber como era todo aquello, hacerse una idea aproximada, sería viendo una de estas, tal vez "El bosque animado" aquel film de 1.987 de José Luis Cuerda, cuyos exteriores fueron rodados en bosques de los alrededores.

Fueron casi 15 Kms. sin encontrar nada habitado, cualquier aldea quedaba apartada de la senda, y lo único que recordaba la mano del hombre fue la Fonte dos Lameiros, con una enorme concha decorándola y varios "pasadoiros", grandes piedras planas colocadas a los lados del camino para evitar los empozamientos del agua, que algunos puntos corría a raudales. Simplemente maravilloso, y si no me hubiera ya enganchado en Cebreiro, este paisaje lo hubiera hecho definitivamente.

Antes de llegar a Furelos, y casi en los lindes de aquellos bosques, volvió la civilización en forma de pequeña venta junto a una carretera comarcal. El panadero aun no había llegado a aquel bar, pero tostándome el del día anterior, me hicieron una tortilla de chorizo que me devolvió a la vida. Como aquello estaba atestado, sobre todo de extranjeros... sí, todos aquellos que habían salido a las 6 habían sido alcanzados, decidí comerme mi bocata fuera a pesar de que hacía algo de fresco.

Me encontré a la pareja que había dormido la noche anterior en las literas altas del albergue y a las tres señoras que los acompañaban. Una de ellas intentaba hacer una foto del grupo y me ofrecí a hacerla yo, para que todos salieran en ella. Aparqué mi tortilla de chorizo, y así, de manera casual, se entabló la conversación, y esta llevó a una amistad que perdura hasta el día de hoy. La pareja era de Oviedo, Alberto y MªJesus, de treinta y tantos. Las tres "marujas" de La Herradura, Granada (escribo esto sabiendo que tanto Inmaculada, su hermana Mari, y MªAngustias, no tienen ordenador y nunca leerán esto en internet, pero esa fue la impresión que me causaron a primera vista)

Y no solo perdura la amistad por alguna ocasional felicitación navideña o una llamada de móvil de tarde en tarde. Tanto los asturianos y yo, hemos bajado a la costa granadina en mas de una ocasión. Las granadinas han estado en Oviedo, y alguna vez vinieron a la provincia de Alicante, con lo que el contacto nunca se ha perdido, bien al contrario se ha fortalecido entre nosotros con ocasión de algún problema personal, del que no daré mas detalles. Todos los dias con Alberto y MªJesus, y a través de correos electrónicos nos mandamos chistes y power points.

Desde ese momento pues, anduvimos juntos en grupo compacto, hasta completar nuestro Camino en Santiago.

Solo quedaban 5 Kms. hasta Sarria y los hicimos hablando y conociéndonos. Las granadinas eran tremendas, siempre con sus chanzas y chascarrillos, puro humor andaluz. Los ovetenses mucho mas comedidos en el habla, pero también muy simpáticos y agradables. Ante la coincidencia de los nombres desde ese momento fui bautizado por MªJesus como Alberto DOS, y así sigo.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Primera etapa a Triacastela

Heché a andar desde la flecha del tendedero del albergue, a pesar de ver que algunos peregrinos rezagados, que seguramente se habían quedado a la misa, andaban por la carretera asfaltada.

El sendero que yo elegí atravesaba una zona de altos matorrales y luego se adentraba en un bosque. Si me había impresionado gratamente la aldea, meterme y caminar por aquel bosque fue todo un descubrimiento. Nunca lo había hecho anteriormente. En el salón de mi casa poco verde se puede apreciar, y nunca me había dado por el senderismo o las acampadas. Diré que a los pocos minutos me dolía la vista de tanto verde. El silencio y la quietud que me rodeaban eran abrumadores, solo roto por el canto de los pájaros.

Compré un bocata en Liñares, el primer pueblo por el que pasé, y pronto inicie la ligera subida al Alto de San Roque, donde no dejé de fotografiarme junto a la enorme escultura del peregrino en la tormenta. Las fotos me las hizo un joven de unos treinta años de nombre Oskar, de Bilbao pero que trabajaba en Madrid. Intenté ir haciendo amigos para no tener que caminar solo, pero este no estaba muy por la labor, y según me dijo, debía seguir su propio ritmo, solo... pues adios Oskar.

A los pies del siguiente alto, el del Poio (así, con "i" latina) me dedique a comerme mi bocata. Y como buen novato, metí la pata. Primero, sentándome sobre un murete a cuyos pies crecían unas hortigas rozándome las piernas con ellas, lo que me tuvo entretenido un buen rato rascándome con desesperación. Luego por comer antes de una subida, pues aunque a la vista parecía que aquel puerto no entrañaba complicación, una vez en la ascensión un par de duras rampas hicieron que mi bocadillo se marcara un zapateado en mi estómago, con el consiguiente mal estar. Por último en la cima del alto, me encontré con un par de bares o ventas, que por el olor que despedían, hacían chuletas y salchichas a la brasa.

Desde entonces, y solo en contadas excepciones, nunca he cargado con bocadillos o vituallas para el camino. He preferido siempre esperar a encontrar algo abierto en la ruta y desayunar, almorzar o comer sentado en una mesa. Sobre todo lejos de hierbas urticantes, y desde luego nunca antes de un esfuerzo como supuso aquella subida.

El camino continuó durante varios kilómetros por un sendero anodino, llano y sin chispa, salvo por un encuentro con una manada de vacas en una "corredeira", un camino estrecho limitado por pequeñas paredes o muretes de piedras que separan los sembrados. Fue un momento delicado. ¿Quien tenia preferencia? A tenor de la medidas de los cuernos, opté por apartarme yo... ! los toros... desde la barrera !. Conseguí subirme sobre uno de los muros y esperé a que pasaran, cuando una, la de los cuernos mas largos vino a pararse junto donde estaba yo y se puso a comer la hierba que yo estaba pisando.

La foto que conseguí es memorable, y ni Curro Romero, en una de sus famosas tardes en la Maestranza, la hubiera sacado mejor. Al menos desde tan cerca ¿Verdad Curro?

De vez en cuando adelantaba a algunos peregrinos mas lentos que yo o mas cansados. Otras era yo adelantado por gente mejor preparada, o por ciclistas que volaban en comparación con los peregrinos de a pie Y pronto aprendí el típico saludo peregrino, el Buen Camino. Una frase que desde ese día me inspira un buen rollo increible, y que entre los chicos de las mochilas, no es solo un buenos días cualquiera, sino que además quiere transmitir un sincero mensaje de animo, de compañerismo y de que todo vaya bien entre los que se saludan. Casi de complicidad.

En una parada que realicé a la altura de Fonfría para descansar, fumarme un ducaditos y untarme los pies con Vicks Vaporub (aunque parezca cómico, lo había leido por alguna parte y servía a modo de vaselina para tener los pies hidratados y yo siempre lo he llevado y usado) me alcanzó un jovencita extranjera, intentamos entablar algo de conversación, yo en francés (que si es bajito y se deja... lo domino) pero ella ponía cara de boba cada vez que yo le decía algo. Mucho mas adelante, creo que ya en Portomarín la volví a ver y supe que era alemana... tampoco entonces conseguimos comunicarnos lo mas mínimo, salvo simpáticas sonrisas.

Y de pronto tuve el pueblo final de etapa a la vista, en la parte mas baja de un extenso valle. La vista desde allí arriba era fabulosa, y los prados llenos de verde, de flores y de vacas paciendo. Totalmente bucólico y verdaderas estampas de postales.

Y lo que parecía que ya estaba hecho, se convirtió en una agresiva bajada de al menos siete Kms. que no se acababa nunca. Se hubiera dicho que algún gilipollas, solo por joder, a medida que avanzabas iba corriendo el pueblo mas allá.

Los último metros atravesando Pasantes y Ramil, eso si, fueron sensacionales, pues discurría entre un oscuro y espesísimo bosque de robles y castaños centenarios, numerosa vegetación, y porqué no decirlo, infinidad de cagadas de vacas, que se confundían entre el barro que se había formado por una pequeña llovizna que nos había sorprendido en la bajada.

La entrada a Triacastela, a las 3 de la tarde, tras 22 kms. de marcha me reservaba otra sorpresa. El albergue estaba lleno, cabía la posibilidad de dormir en una carpa inmensa levantada en el prado, pero sobre el suelo. Estaba viendo aquello cuando llegó el bilbaíno, Oskar. Esta vez lo encontré mas locuaz, y sobre todo mas jodido, pues iba cojeando de una pierna.

Nos miramos, miramos aquella tienda... y nos encaminamos hacía el centro del pueblo en busca de un hostal o pensión. Y con lo que nos encontramos fue con un albergue privado que acababa de abrir, eramos los primeros peregrinos del día. Tras desembarazarte de la mochila y tomar una ducha caliente es como si vieras el mundo de otro color. Todo cambia.

Lavamos la ropa y las botas, y nos encaminamos hasta un bar donde comimos. Yo no estaba en absoluto cansado, por que me dediqué a visitar el pueblo. La iglesia, las inmediaciones del rio Oribio, y la calle donde practicamente estaban la mayoría de restaurantes y donde pensaba cenar esa noche.

Regresé al albergue y vi que se estaba llenando poco a poco. Reparé distraidamente en la pareja que ocupaba la parte superior de mi litera y la de Oskar, así como en tres señoras, españolas también, con las que parecía que viajaban. Pasé el resto de la tarde-noche hablando con el vasco y con un peregrino catalán que marchaba con su guitarra y que de vez en cuando nos cantaba alguna canción.

A las diez en punto de la noche se apagaron las luces y dormí mi primera noche en un albergue.
Pensaba yo que era lo mismo que dormir en tu casa. !Pero que pardillo llega a ser uno!

martes, 6 de noviembre de 2007

Mágico O'Cebreiro

Creo haber comentado anteriormente algo sobre la romería a la aldea del milagro en el mes de Septiembre. Aquel era el segundo día de las fiestas, y el motivo de que el transporte hubiera variado su hora de salida, así como que hubiera tanto paisano que viajara conmigo.

Aun era temprano, pero se hacía difícil transitar por el pueblo. Los puestos de feriantes eran un hervidero, y los visitantes numerosos

Seguía sin darme cuenta del frío que hacía allá arriba, el punto mas elevado de la Comunidad Gallega. El sol intentaba sin mucho éxito colarse entre la pertinaz niebla, aunque esta ya era mucho menos intensa. Yo no tenía tiempo de pensar en eso, y mi vista iba de un sitio a otro, intentando captar todo lo que sucedía a mi alrededor. Las empedradas calles de la aldea estaban mojadas por el rocío. El pueblo tenia un aire casi medieval con sus casas de fachadas de piedra. Los puestos ofrecían infinidad de cosas curiosas, como aperos de labranza, útiles de menaje, ropas diversas, zuecos de madera típicos de la zona. Otros mostraban suculentos quesos y embutidos. Un pulpeiro cocia su mercancía en ollas de latón, y los pulpos emergían de vez en cuando rojizos y lustrosos. Un verdadero festival para la vista.

Fui acercándome hasta la ermita, el Santuario de Santa María La Real, pero a penas pude traspasar la puerta debido al gentío que asistía en esos momentos a la misa. Conseguí sin embargo que me sellaran la credencial, dando constancia así de que empezaba en el sitio previsto.

Saqué mi cámara de fotos y empecé a inmortalizar en pixeles todo aquello que veía. El monumento a Elias Valiñas, párroco que tanto hizo por el Camino en los años 60, las casas mas bonitas, los puestos de los feriantes, y sobre todo las pallozas, esas construcciones de planta oval con muros bajitos y sus cubiertas cónicas de paja de centeno entretejidas con retamas.

Todo aquello era como mágico. Irreal y de otros tiempos. Me quedé ahí, enganchado con aquel espectáculo, disfrutando del momento, de los detalles. No me había equivocado con la elección de mi salida desde aquel pequeño poblado de 29 habitantes habituales. Haber cogido el sendero junto a la vía del tren en Sarria, no hubiera sido una buena idea. Muchas veces creo que haber llegado aquel día al Cebreiro hizo que el camino me enganchara, nada mas empezarlo. Tal vez la animación de la feria, sobre todo la hora de la mañana con aquella neblina que le daba un aspecto diferente. No se que pudo ser, pero para otros no es mas que una aldeucha, fin de una etapa durísima con la subida al Alto de Piedrafita. Pero para mi fue diferente, la llegada tras aquellos malos momentos iniciales, fueron como un autentico bálsamo.
Almorcé en una tienda bar, que encontré allí y para completar mi atuendo, mi uniforme de peregrino me compré un bordón, el palo que llevan los caminantes... el mas aparatoso que encontré. Y seguí la visita hasta el albergue de peregrinos, ya casi desierto a aquellas horas de la mañana. Sin embargo me encontré con un joven sevillano, sentado aburrido en una silla, con los pies en alto y en las plantas no menos de siete ampollas, todas amarillentas por el betadine y con hilos de los drenajes asomando. Hablé con él, y me dijo que los hospitaleros no le habían permitido salir a andar aquel día, en tanto no mejorara el estado de sus pies.
Cuando abandoné el albergue, estuve pensando en el trabajo de esos voluntarios de todas las edades, nacionalidad y condición, los hospitaleros, que dedican parte de sus vacaciones, normalmente 15 días, a lo sumo un mes, en los albergues en los que les asignan, acogiendo y asesorando a los caminantes, atendiendo y manteniendo limpio el lugar de manera altruista y desinteresada. De acuerdo que hay de todo, como en la viña del Señor, y no todos los días está uno para "pelear" con ciertos peregrinos exigentes o mal educados. Pero estos que estaban en el Cebreiro habían realizado una magnifica labor con aquel joven. Primero curándole las heridas, y luego impidiendo que continuara en aquel lamentable estado, y que la cosa no fuera a mayores. Días mas tarde, volví a ver al sevillano en la misma situación, en otro albergue al que debía haber llegado en autobús para poder adelantarme en las etapas.
Tras despedirme de la aldea con un último vistazo, me dispuse a empezar la caminata, y en el patio del albergue vi mi primera flecha, curiosamente de color blanco. Sentí una especial emoción al contemplarla. Desde luego no sería la ultima que vería aquel mismo día, y los que le siguieron. Pero la primera siempre es la mas emotiva.
Pregunta: ¿ Pasarías parte de tus vacaciones asistiendo a otras personas y de manera altruista? ¿Tal vez en una ONG dedicada a acciones sociales para necesitados?

Por fin llegó el dia

Y llegó por fin el 8 de Septiembre. Salía en el Altaria hacia Madrid a las 16 h., y cuatro horas mas tarde, en Chamartín, hice tiempo cenando y viendo un partido de fútbol de la selección española, que acabo empatando miserablemente en los últimos minutos.

Sobre las 10,30 tomé mi tren al Ferrol. Era el tren Estrella... y mientras fueron pasando las primeras horas, me fui haciendo cruces y preguntándome si quien le puso el nombre, había realmente viajado en el. Seguro que no. Seguro que el tipo, simplemente pensó en un nombre sugerente, sentado en su mullido sillón de dirección en su oficina de Renfe.

Había varios peregrinos en mi vagón, entre ellos, dos matrimonios de Elche y pude enterarme de que ya habían hecho el mismo recorrido en anterior ocasión. Tomé nota mental de pegarme a ellos en cuanto llegáramos, ya que tal vez pudieran indicarme donde se encontraba la estación de autobuses.

Nunca puedo dormir durante los viajes, y menos esta vez en el Estrella. Solo pensaba: al menos que no se "estrelle". Traté de oír la pequeña radio que llevaba, pero pronto me dí cuenta que sintonizar emisoras iba ser el problema. No pesaba nada, pero ya la consideraba un estorbo con lo que allí se quedó, en medio de los sillones. Tomé buena nota para futuras aventuras. En Valladolid subieron unas peregrinas jovencitas, que estuvieron contándose sus cosas toda la noche, era como oir la radio.

Ocho horas después, a las 6 de la mañana acababa el viaje y bajamos en Sarria. Yo molido y con sueño. De otros vagones fueron bajando numerosas personas, todas con mochilas, todos derrotados. Yo era uno mas de ellos.

Nada mas bajar unos salieron y ya iniciaron su etapa, siguiendo una senda y un cartel indicativo de la dirección a Portomarín. El resto se abalanzó sobre la barra de la cafetería para desayunar y yo medio embobado, masajeándome aun el trasero, me quedé de los ultimos de la cola. Desistí de tomarme un café, que me hubiera venido de perlas para despejarme la media torrija que llevaba. Salí a la puerta de la estación y creí haberme quedado ciego... ¿había afectado la vista el pasar tantas horas en aquel tren? Era niebla. Pero... niebla, niebla, !eh! (Y si no, mírese la foto adjunta)

No podía verse nada a dos metros de mis narices, y dado que disponía de solo una hora para tomar el bus, me entró el pánico y empecé a andar, aunque no llegué muy lejos. Recordé a los ilicitanos y me dejé alcanzar por ellos. Pero estos andaban buscando el albergue de peregrinos y bastante tenían con no perderse unos a otros. Y como no iban servirme de mucha ayuda, me despedí de ellos y continué a mi suerte. Lógicamente, a aquellas horas y con aquel clima, ni una sola persona o coche para preguntar y orientarme.
Caminando solo por aquellas calles, o adivinando al tacto que eran calles, de pronto me volvió la angustia y el miedo. Me asaltaron toda clase de mal farios, y una pregunta que se repetía machaconamente en mi cabeza... ¿Pero que hago yo aquí? ¿Quien me mandaría a mi venir y embarcarme en esto?
Cada año, en mis primeras horas de peregrinaje completamente solo, estas mismas preguntas han regresado para atormentarme. El Camino te enseña, entre otras muchas cosas, a reconocer tus propios medios, tus fobias, todas tus limitaciones. Mucho tiempo después, hablando con peregrinos experimentados, me han reconocido que estas mismas preguntas se las han hecho ellos también y los miedos les han llegado en esos o parecidos momentos puntuales, tal y como me estaba sucediendo a mi. Pero uno debe igualmente aprender o saber como superar esas crisis. Normalmente, pasado un momento, uno vuelve a la calma tras un simple proceso mental. A mi, ni proceso mental ni gaitas. La tranquilidad me llegó por un inesperado cartel indicativo de la estación próximo a una farola, aunque aun tarde un rato en dar con ella, escondida en una callejuela. A todo esto, decir que debía hacer un frío "del carallo" como dicen los gallegos, pero el pánico que tenía en el cuerpo me impedían pensar en ello. Al contrario, notaba como el sudor me empapaba la camiseta bajo el polar. Puro miedo a lo desconocido.
Al llegar me encontré con todo apagado, ni una luz, ninguna taquilla abierta, ni un solo autobús. Solo un bulto que se movía en un banco del andén. Me acerque y encontré con un peregrino, de unos treinta y tantos años, ... llorando!!! Hablé con él y resulto ser granadino. Me contó que hacía un mes había salido de Roncesvalle con su esposa, quien durante los primeros días lo había pasado fatal ya que no estaba acostumbrada a andar, y se había embarcado solo por acompañarlo. Pero que a la semana, le había cogido el tranquillo a la marcha, y desde entonces iba como una moto, incluso mejor que él. Que a él, un auténtico machote alpujarreño, mas tarde le había entrado una fortísima tendinitis, y que el día anterior unos médicos le habían aconsejado, casi obligado, a abandonar. Pero ante lo bien que lo estaba pasando su mujer no se atrevía a volverse a Granada, privándola a ella de llegar hasta Santiago faltando tan poco. Con lo que ella continuaba a pie junto a unos amigos que había hecho durante el Camino, teniendo el que seguirlos etapa a etapa en bus, de ahí sus pucheros y su desconsuelo.
Lejos de desanimarme aquella escena, me dio nuevos bríos (momentaneamente, todo hay que decirlo) Pensé que si un tipo sufriendo dolores de rodillas a cada paso que daba, lloraba por no poder continuar, o su esposa que habiéndolo pasado muy mal trataba por todos los medios de seguir hasta su meta, algo muy bueno debía ser aquello. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, dice el refrán. Y yo estaba dispuesto a descubrir que era.
La organización y cumplimiento de horarios no era el fuerte de la estación de Sarria. Al menos pude desayunar caliente en el bar cuando se dignaron abrirlo, y finalmente pude salir hacia las 8, una después de lo previsto.
Mientras que aquel viejo cacharro, lleno de paisanos que animadamente "falaban galego" ajenos a mis zozobras, iba subiendo y traqueteando por el monte entre la niebla, me volvió la neura.
Los kilómetros de difícil subida iban desgranándose muy poco a poco, y el ¿pero que hago yo aquí? volvía inexorable. Ver toda aquella distancia que debería realizar en los dos próximos días me fue asustando. Devolviéndome a mi lugar. Diciéndome que yo era el piltrafilla del sofá y que nunca debía haberlo abandonado.
Algunos kilómetros mas adelante, tras un curva cerrada, casi saliendo de entre las nubes, desde mi asiento pude divisar ya la aldea. Ya no pensé en nada. Mis ojos solo iban observando todo lo que acontecía a mi alrededor. El mal momento había vuelto a pasar, incluso me hicieron gracia todos aquellos viejos que me acompañaban y su jolgorio.
Desembarqué en el Cebreiro, el inicio de mi Camino a Santiago.