El sendero que yo elegí atravesaba una zona de altos matorrales y luego se adentraba en un bosque. Si me había impresionado gratamente la aldea, meterme y caminar por aquel bosque fue todo un descubrimiento. Nunca lo había hecho anteriormente. En el salón de mi casa poco verde se puede apreciar, y nunca me había dado por el senderismo o las acampadas. Diré que a los pocos minutos me dolía la vista de tanto verde. El silencio y la quietud que me rodeaban eran abrumadores, solo roto por el canto de los pájaros.
Compré un bocata en Liñares, el primer pueblo por el que pasé, y pronto inicie la ligera subida al Alto de San Roque, donde no dejé de fotografiarme junto a la enorme escultura del peregrino en la tormenta. Las fotos me las hizo un joven de unos treinta años de nombre Oskar, de Bilbao pero que trabajaba en Madrid. Intenté ir haciendo amigos para no tener que caminar solo, pero este no estaba muy por la labor, y según me dijo, debía seguir su propio ritmo, solo... pues adios Oskar.
A los pies del siguiente alto, el del Poio (así, con "i" latina) me dedique a comerme mi bocata. Y como buen novato, metí la pata. Primero, sentándome sobre un murete a cuyos pies crecían unas hortigas rozándome las piernas con ellas, lo que me tuvo entretenido un buen rato rascándome con desesperación. Luego por comer antes de una subida, pues aunque a la vista parecía que aquel puerto no entrañaba complicación, una vez en la ascensión un par de duras rampas hicieron que mi bocadillo se marcara un zapateado en mi estómago, con el consiguiente mal estar. Por último en la cima del alto, me encontré con un par de bares o ventas, que por el olor que despedían, hacían chuletas y salchichas a la brasa.
Desde entonces, y solo en contadas excepciones, nunca he cargado con bocadillos o vituallas para el camino. He preferido siempre esperar a encontrar algo abierto en la ruta y desayunar, almorzar o comer sentado en una mesa. Sobre todo lejos de hierbas urticantes, y desde luego nunca antes de un esfuerzo como supuso aquella subida.
El camino continuó durante varios kilómetros por un sendero anodino, llano y sin chispa, salvo por un encuentro con una manada de vacas en una "corredeira", un camino estrecho limitado por pequeñas paredes o muretes de piedras que separan los sembrados. Fue un momento delicado. ¿Quien tenia preferencia? A tenor de la medidas de los cuernos, opté por apartarme yo... ! los toros... desde la barrera !. Conseguí subirme sobre uno de los muros y esperé a que pasaran, cuando una, la de los cuernos mas largos vino a pararse junto donde estaba yo y se puso a comer la hierba que yo estaba pisando.
La foto que conseguí es memorable, y ni Curro Romero, en una de sus famosas tardes en la Maestranza, la hubiera sacado mejor. Al menos desde tan cerca ¿Verdad Curro?
De vez en cuando adelantaba a algunos peregrinos mas lentos que yo o mas cansados. Otras era yo adelantado por gente mejor preparada, o por ciclistas que volaban en comparación con los peregrinos de a pie Y pronto aprendí el típico saludo peregrino, el Buen Camino. Una frase que desde ese día me inspira un buen rollo increible, y que entre los chicos de las mochilas, no es solo un buenos días cualquiera, sino que además quiere transmitir un sincero mensaje de animo, de compañerismo y de que todo vaya bien entre los que se saludan. Casi de complicidad.
En una parada que realicé a la altura de Fonfría para descansar, fumarme un ducaditos y untarme los pies con Vicks Vaporub (aunque parezca cómico, lo había leido por alguna parte y servía a modo de vaselina para tener los pies hidratados y yo siempre lo he llevado y usado) me alcanzó un jovencita extranjera, intentamos entablar algo de conversación, yo en francés (que si es bajito y se deja... lo domino) pero ella ponía cara de boba cada vez que yo le decía algo. Mucho mas adelante, creo que ya en Portomarín la volví a ver y supe que era alemana... tampoco entonces conseguimos comunicarnos lo mas mínimo, salvo simpáticas sonrisas.
Y de pronto tuve el pueblo final de etapa a la vista, en la parte mas baja de un extenso valle. La vista desde allí arriba era fabulosa, y los prados llenos de verde, de flores y de vacas paciendo. Totalmente bucólico y verdaderas estampas de postales.
Y lo que parecía que ya estaba hecho, se convirtió en una agresiva bajada de al menos siete Kms. que no se acababa nunca. Se hubiera dicho que algún gilipollas, solo por joder, a medida que avanzabas iba corriendo el pueblo mas allá.
Los último metros atravesando Pasantes y Ramil, eso si, fueron sensacionales, pues discurría entre un oscuro y espesísimo bosque de robles y castaños centenarios, numerosa vegetación, y porqué no decirlo, infinidad de cagadas de vacas, que se confundían entre el barro que se había formado por una pequeña llovizna que nos había sorprendido en la bajada.
La entrada a Triacastela, a las 3 de la tarde, tras 22 kms. de marcha me reservaba otra sorpresa. El albergue estaba lleno, cabía la posibilidad de dormir en una carpa inmensa levantada en el prado, pero sobre el suelo. Estaba viendo aquello cuando llegó el bilbaíno, Oskar. Esta vez lo encontré mas locuaz, y sobre todo mas jodido, pues iba cojeando de una pierna.
Nos miramos, miramos aquella tienda... y nos encaminamos hacía el centro del pueblo en busca de un hostal o pensión. Y con lo que nos encontramos fue con un albergue privado que acababa de abrir, eramos los primeros peregrinos del día. Tras desembarazarte de la mochila y tomar una ducha caliente es como si vieras el mundo de otro color. Todo cambia.
Lavamos la ropa y las botas, y nos encaminamos hasta un bar donde comimos. Yo no estaba en absoluto cansado, por que me dediqué a visitar el pueblo. La iglesia, las inmediaciones del rio Oribio, y la calle donde practicamente estaban la mayoría de restaurantes y donde pensaba cenar esa noche.
Regresé al albergue y vi que se estaba llenando poco a poco. Reparé distraidamente en la pareja que ocupaba la parte superior de mi litera y la de Oskar, así como en tres señoras, españolas también, con las que parecía que viajaban. Pasé el resto de la tarde-noche hablando con el vasco y con un peregrino catalán que marchaba con su guitarra y que de vez en cuando nos cantaba alguna canción.
A las diez en punto de la noche se apagaron las luces y dormí mi primera noche en un albergue.
Pensaba yo que era lo mismo que dormir en tu casa. !Pero que pardillo llega a ser uno!
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