Poco visitamos de Melide. Pasadas las 3 de la tarde, con el estomago lleno, un sopor se fue adueñando de aquellos cuerpos cansados. Pero aún nos quedaban, según nuestros cálculos, más de 10 kms. por recorrer.
Vimos la iglesia románica de Santa María de Melide a poco de salir del pueblo. Pero estábamos más pendientes del cielo que de otra cosa. Aquello amenazaba tormenta, y fuimos caminando con algo de viento y de cuando en cuando algunas gotas de lluvia.
Al poco atravesamos el rio Catasol y más adelante cruzamos la famosa charca de Raido. Pocos son los caminantes que se resisten a fotografiarse pisando las piedras que cruzan el riachuelo. El momento y el paraje son singulares. Y además hacía pocas semanas que había visto aquel mismo lugar en una entrevista de un telediario a unos peregrinos, y a una patrulla de la Guardia Civil a caballo.
En Boente, el siguiente pueblecito, tuvimos que parar ya que MªAngustias, MªJesús y Martin, desfallecían, cada uno aquejado de lo suyo. La primera, la granadina, a la que dias antes se le había caído la uña del dedo gordo del pie, tenía también una ampolla en un pie. La excursión a las playas de Lugo pasaban factura, ya que no había resistido la tentación de meter los pies en el agua, y algo de arena se le había introducido en la ampolla, con lo que la infección estaba servida. Mª Jesús cansadísima, cosa extraña pues nunca había bajado la guardia en los días que la conocía. Martin arrastrando su pierna. Y lo peor del día aún estaba por llegar.
Inmaculada encontró a un matrimonio de peregrinos que caminaban con sus dos hijos pequeños. La familia era de Argentona (Barcelona), el pueblo en el que el ex marido de Rociito, la hija de la Jurado, estaba destinado y hacía sus chanchullos cobrándoles multas a los turistas. Lo curioso de aquel grupo, que venían de Roncesvalles, era como caminaban con los dos niños, uno de ellos de solo 5 años, al que llevaban en ocasiones en una silleta con ruedas. Me imaginé a aquellos dos subiendo al Cebreiro, el marido cargado con su mochila a la espalda, y en una mano la mochila de su esposa, para con la otra acarrear la silleta plegada, mientras la mujer con los dos niños de la mano o a veces en brazos le seguía. Me pareció una temeridad emprender un viaje de estas características con dos niños. De hecho eran los primeros niños que veía en el Camino. Pero lejos de ser un problema para ellos, estaban los cuatro disfrutando de lo lindo. La niña la que más, no pasaría de 8 años, y recibía todos los días desde el móvil la llamada de la radio local de su pueblo para entrar en antena y contar como le iba la aventura. Toda orgullosa contaba aquello, y que era la envidia de sus compañeros de colegio.
A falta de cuatro Kms. para Ribadixo, el terreno se empinó considerablemente al cruzar uno de tantos bosques, además de estar resbaladizo a causa de la lluvia que había debido caer hacía poco. Tras alcanzar la cima de aquella pequeña montaña y encontrarnos con la autovía a Santiago, lo que rompió algo el hechizo de andar por aquel tramo tan verde y bucólico, solo tuvimos tiempo de llegar a un bar a la entrada de Castañeda. El cielo descargó una tremenda tromba de agua, que a los rezagados pilló de lleno.
Una vez escampó cubrimos, resbalando más que otra cosa, la bajada hasta el valle, para encontrarnos a Oskar en la puerta del albergue, como siempre con su estúpida sonrisita diciéndonos que estaba lleno. Este chico no me caía del todo bien desde que lo conocí, pero últimamente empezaba a atacarme los nervios.
El albergue era una preciosidad, lleno de césped y árboles, que daban a un riachuelo de aguas cristalinas, pero suele ser uno de los que normalmente se llena enseguida. Cabía la posibilidad de dormir en una carpa levantada en los jardines, eso si, en el duro suelo.
Tras un conciliábulo entre todos los miembros del grupo, y a pesar de que aquella etapa había sido durilla, un autentico tobogán, lleno de subidas y bajadas, y que los ánimos estaban por los suelo, decidimos recorrer los casi cuatro Kms. que quedaban hasta Arzua. Aquella ultima hora fue tal vez lo mas duro del día, ya que el que mas y el que menos pensaba que al llegar al albergue acababa la jornada, y que las rampas no habían acabado, al contrario, parecían costar más de subir.
Antes incluso de llegar a Arzua, a las 6 y media de la tarde, encontramos el motel O Retiro, junto a la carretera, además con restaurante. No nos lo pensamos mucho, pedimos habitaciones y allá que nos quedamos.
Antes de la cena mantuve una agradable charla con Inmaculada y Mª Jesús. La confianza que ya teníamos dio lugar a hablar de nuestras vidas. Inmaculada, era divorciada y con dos hijos. Se había casado en Salou, donde trabajaba de gobernanta de un hotel, en el que también lo hacía su hermana Mari, la mas callada y sensata de la tres, o tal vez era por que las otras dos nunca la dejaban hablar. Habían vuelto a su pueblo granadino, donde Inma se ocupaba de una urbanización de chalets cuyos dueños solo los habitaban en verano. De ahí las amistades en Lugo. Se ocupaban las dos de la limpieza tanto de la urbanización como de las viviendas, lo que daba oportunidad de trabajar también a MªAngustias. Esta ultima, si bien no estaba separada, no ocultaba que su matrimonio tenía fecha de caducidad. Las tres se daban buenos palizones a trabajar durante el verano, pero conseguían ganarse bien la vida y aguantar los meses de invierno. Las tres estaban muy integradas en la parroquia de su pueblo. De misa diaria y trabajos en la catequesis y otras ocupaciones.
Mª Jesús, tal vez mas reservada para contar su vida, nos comentó también estaba divorciada y que Alberto era su segundo marido, con el que llevaba 15 años.
Tras cenar opiparamente, y como el cansancio hacía mella en cada uno de nosotros, nos retiramos muy pronto a las habitaciones. Aquella noche debió ser una de las que mas profundamente debí dormir. Yo también estaba reventado.
martes, 20 de noviembre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario