Creo haber comentado anteriormente algo sobre la romería a la aldea del milagro en el mes de Septiembre. Aquel era el segundo día de las fiestas, y el motivo de que el transporte hubiera variado su hora de salida, así como que hubiera tanto paisano que viajara conmigo.
Aun era temprano, pero se hacía difícil transitar por el pueblo. Los puestos de feriantes eran un hervidero, y los visitantes numerosos
Seguía sin darme cuenta del frío que hacía allá arriba, el punto mas elevado de la Comunidad Gallega. El sol intentaba sin mucho éxito colarse entre la pertinaz niebla, aunque esta ya era mucho menos intensa. Yo no tenía tiempo de pensar en eso, y mi vista iba de un sitio a otro, intentando captar todo lo que sucedía a mi alrededor. Las empedradas calles de la aldea estaban mojadas por el rocío. El pueblo tenia un aire casi medieval con sus casas de fachadas de piedra. Los puestos ofrecían infinidad de cosas curiosas, como aperos de labranza, útiles de menaje, ropas diversas, zuecos de madera típicos de la zona. Otros mostraban suculentos quesos y embutidos. Un pulpeiro cocia su mercancía en ollas de latón, y los pulpos emergían de vez en cuando rojizos y lustrosos. Un verdadero festival para la vista.
Fui acercándome hasta la ermita, el Santuario de Santa María La Real, pero a penas pude traspasar la puerta debido al gentío que asistía en esos momentos a la misa. Conseguí sin embargo que me sellaran la credencial, dando constancia así de que empezaba en el sitio previsto.
Saqué mi cámara de fotos y empecé a inmortalizar en pixeles todo aquello que veía. El monumento a Elias Valiñas, párroco que tanto hizo por el Camino en los años 60, las casas mas bonitas, los puestos de los feriantes, y sobre todo las pallozas, esas construcciones de planta oval con muros bajitos y sus cubiertas cónicas de paja de centeno entretejidas con retamas.
Todo aquello era como mágico. Irreal y de otros tiempos. Me quedé ahí, enganchado con aquel espectáculo, disfrutando del momento, de los detalles. No me había equivocado con la elección de mi salida desde aquel pequeño poblado de 29 habitantes habituales. Haber cogido el sendero junto a la vía del tren en Sarria, no hubiera sido una buena idea. Muchas veces creo que haber llegado aquel día al Cebreiro hizo que el camino me enganchara, nada mas empezarlo. Tal vez la animación de la feria, sobre todo la hora de la mañana con aquella neblina que le daba un aspecto diferente. No se que pudo ser, pero para otros no es mas que una aldeucha, fin de una etapa durísima con la subida al Alto de Piedrafita. Pero para mi fue diferente, la llegada tras aquellos malos momentos iniciales, fueron como un autentico bálsamo.
Almorcé en una tienda bar, que encontré allí y para completar mi atuendo, mi uniforme de peregrino me compré un bordón, el palo que llevan los caminantes... el mas aparatoso que encontré. Y seguí la visita hasta el albergue de peregrinos, ya casi desierto a aquellas horas de la mañana. Sin embargo me encontré con un joven sevillano, sentado aburrido en una silla, con los pies en alto y en las plantas no menos de siete ampollas, todas amarillentas por el betadine y con hilos de los drenajes asomando. Hablé con él, y me dijo que los hospitaleros no le habían permitido salir a andar aquel día, en tanto no mejorara el estado de sus pies.
Cuando abandoné el albergue, estuve pensando en el trabajo de esos voluntarios de todas las edades, nacionalidad y condición, los hospitaleros, que dedican parte de sus vacaciones, normalmente 15 días, a lo sumo un mes, en los albergues en los que les asignan, acogiendo y asesorando a los caminantes, atendiendo y manteniendo limpio el lugar de manera altruista y desinteresada. De acuerdo que hay de todo, como en la viña del Señor, y no todos los días está uno para "pelear" con ciertos peregrinos exigentes o mal educados. Pero estos que estaban en el Cebreiro habían realizado una magnifica labor con aquel joven. Primero curándole las heridas, y luego impidiendo que continuara en aquel lamentable estado, y que la cosa no fuera a mayores. Días mas tarde, volví a ver al sevillano en la misma situación, en otro albergue al que debía haber llegado en autobús para poder adelantarme en las etapas.
Tras despedirme de la aldea con un último vistazo, me dispuse a empezar la caminata, y en el patio del albergue vi mi primera flecha, curiosamente de color blanco. Sentí una especial emoción al contemplarla. Desde luego no sería la ultima que vería aquel mismo día, y los que le siguieron. Pero la primera siempre es la mas emotiva.
Pregunta: ¿ Pasarías parte de tus vacaciones asistiendo a otras personas y de manera altruista? ¿Tal vez en una ONG dedicada a acciones sociales para necesitados?
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