Pero antes de continuar vendría bien señalar que Ponferrada debe su nombre a cierto puente romano que, a finales del siglo XI, fue reconstruido y reforzado por orden del obispo Osmundo para facilitar el paso obligado de los peregrinos en el Bierzo y el cruce del rio Sil. Dicho refuerzo del puente se realizó de hierro, por eso aquella villa pasó a llamarse "pons ferrata" lo que siglos después degeneró en el actual Ponferrada.
Llegamos tras un corto paseo hasta la Iglesia de San Andres y su retablo del Cristo de las Maravillas... pero muy próximo a ella aparecía, verdaderamente majestuoso, el Castillo Templario. Nuestra visita a la iglesia quedó en una simple ojeada ya que nuestra curiosidad por la fortaleza eclipsaba cualquier otra posibilidad.
Y de nuevo, un poco de Historia. En 1.185 el rey Fernando II donó la villa a los Caballeros del Temple con el fin de que estos defendieran a los peregrinos que por allí pasaban. Estos, los templarios, inmediatamente construyeron su famoso castillo como sede de su nueva Encomienda. Con el discurrir de los siglos el castillo fue ampliado y mejorado numerosas veces hasta llegar a nuestros días (actualmente en fase de restauración otra vez) en el que se ha convertido en verdadero icono de la ciudad berciana y su atractivo turístico por excelencia.
Atravesamos el foso por el pequeño puente levadizo, pagamos nuestra entrada y nos dispusimos a recorrer aquellos 8.000 m2 rodeados de doce torres, referencia a las 12 constelaciones, repletos de torretas con merlones, almenas, barbacanas, pendones y banderas en todo lo alto, y que dentro de su planta octogonal, típico de la numerología templaria, ofrecía una cumplida gira por su patio de armas y restos aún de la zona de alojamiento de soldados y sus monturas. Igualmente interesantes resultaron su torre del homenaje y algunas otras edificaciones que tenían visos de estar siendo reformadas para dar cabida a museos, salas de exposiciones, conferencias y las siempre atractivas tiendas de souvenirs.
Y que decir de las vistas desde sus murallas... Soberbias. Con los Montes de León en su lado sur, aquellos que esa misma mañana habíamos atravesado y bajado fatigosamente. Por el noroeste, las montañas siempre verdes que daban entrada a Galicia y que deberíamos ascender en los próximos días. Mucho mas cerca y todo a nuestro alrededor el dedalo de calles que conformaban la populosa e industrial localidad. Y justo abajo, casi al fondo de un barranco a los pies de las murallas, el tranquilo y algo oscuro rio Sil que serpenteaba atravesando de lado a lado a Ponferrada.
Las fotos no se hicieron de rogar y disparamos nuestras cámaras ante todo lo que llamaba nuestra atención, que era mucho. La visita fue exaustiva e interesantísima, pero aún nos quedaban mas cosas que tratar de visitar en la villa, por lo que fuimos saliendo, no sin antes intentar imaginar como debía ser la vida de aquellos monjes guerreros y su empeño en la construcción de tan imponente mole defensiva.
Por cierto... nada que envidiarse entre los castillos templario de Ponferrada y, el mas moderno en el tiempo, castillo de Santa Barbara de Alicante. Ambos con los mismo fines militares, pero con diferentes características e historia, dan lustre y atractivo a las ciudades donde se ubican, que es realmente lo que cuenta.
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