martes, 10 de noviembre de 2009

Continuacion hacia Villafranca

El sin sentido de la situación movía a risa y a rabia por partes iguales. Esperanza y yo, tras comprobar los alrededores de la iglesia, volvimos atrás con la intención de apurar todas las posibilidades, pero la larga y solitaria calle por la que acabábamos de llegar a Santa María no ofrecía la imagen de nuestro compañero. De nuevo regresamos al sentido de la marcha. Lo mas probable era que Javier hubiera continuado andando hacia la salida del pueblo.
Yo, con una mano ocupada con el móvil, llamando y rellamando a un teléfono desconectado. Y en la otra mi espectacular bocadillo al que furtivamente iba mordisqueando de cuando en cuando. Esperanza, parloteando sobre la manía de su marido de no enchufar su teléfono ni en las peores situaciones, y olvidando que unos años antes en Navarra, en el mismo Arre, la situación había sido a la inversa, perdiéndose ella, sin móvil, y dejándonos a nosotros con la zozobra por conocer su paradero. (aunque gracias a aquella situación conocimos y emparentamos, aquel día, con El Vecino de Abajo)
Fuimos saliendo del pueblo hasta llegar al puente sobre el rio Cua. No confundir con el Río Kwain, que aunque suene casi idéntico, ese río es de otra película. Este era mucho menos caudaloso, no había "amarillos" armados hasta los dientes, ni estúpidos "britich" silbando pegadizas melodías en pantalones cortos. Este río era mucho mas de pueblo. Eso si, con un imponente puente de piedra que salvaba el enorme desnivel existente con la superficie del agua. Sobre aquel puente, y entre llamada y llamada, momento en que conseguí darle un enorme bocado a mi almuerzo, podía verse el Santuario de la Angustia del que nos separaban un par de centenares de metros.
Angustia era precisamente lo que sentía yo. Que nos hubiéramos perdido en tan simple lugar, podía tener un pase. Que el vasco no tuviera la ocurrencia de coger su teléfono y enchufarlo, también. Que me hubiera tocado con la charlatana Esperanza a mi costado... era preocupante. Pero que todo aquello sucediera justo cuando estaba a punto de comerme mi bocata... Que tuviera que almorzar andando, cargado con mochila y palo, sin un mal asiento donde descansar y disfrutar de tan glorioso momento, no solo me producía angustia, sino rabia y un enfado generalizado con la especie humana, especialmente con los peregrinos sin móvil.
De esta guisa, y mas quemado que la pipa de un indio, conseguí llegar hasta el atrio del Santuario, donde una jovencita sentada en la puerta sellaba credenciales de los que por allí pasábamos. No me atreví a realizar la visita del interior de la enorme iglesia, al considerar indecoroso entrar en lugar santo comiendo y utilizando el teléfono, por lo que me quedé en la puerta mientras la vasca hacia los honores al lugar.
Y justo en ese instante.... en el momento mas inesperado, recibí la llamada de Javier, al que, por fin, se le había iluminado la mente y ponía en practica la mas elemental de las soluciones al problema. El "artista" se encontraba mas adelante, aproximadamente a un kilómetro de nosotros, en un pequeño polígono industrial de la carretera que llevaba a Pieros.
De nuevo en marcha, y acometiendo una pequeña subida de la ruta, conseguimos finalmente ver en la lejanía a nuestro compañero, esperándonos sentado junto al arcén de la carretera.
Con la angustia que arrastraba, la pequeña ascensión que estábamos realizando, y al mismo tiempo, la ingesta del bocata, se me puso un muy mal cuerpo, que vino a agravarse con la repentina aparición de una fina lluvia que terminó por mosquearme del todo.
¿Qué mas podía pasarnos aquel día?

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