lunes, 2 de noviembre de 2009

Nos perdemos en Cacabelos

Sigo sin poder subir fotos al blog. Un estupido letrero aparece, después de varios insufribles minutos de espera, para decirme no sé bien qué sobre mi numero de blogID. Y parece ser que a otros blogguer les pasa lo mismo a tenor de algunos comentarios en el foro de blogs. Con lo que continuaré escribiendo sin imagenes y muriéndome de envidia al ver todos los blogs que sigo con sus esplendidas fotografías bien insertadas.
Ya la lluvia era un simple recuerdo cuando entré en la localidad. A los pocos metros, un restaurante se anunciaba como hostería La Moncloa. El lugar estaba cerrado, pero el bonito edificio y su sugerente nombre me hicieron poner en funcionamiento la imaginación y sopesar diferentes posibilidades, supuse que todas buenas, de lo que podían encerrar sus cuatro paredes. Me había adelantado a mis dos compañeros, con lo que tomé asiento en un banco frente a aquella bonita hostería, con un cigarrito en la boca me deshice de mi poncho doblandolo en cuatro y guardandolo de cualquier manera entre la mochila y me descalzé para retirar alguna molesta piedrecita y sobre todo eliminar la maximo posible del barro que llevaba pegado en mis suelas.
Una vez los vascos a mi altura volví a ponerme en marcha para, tras unos centenares de metros, encontrarnos a nuestra derecha con una ermita románica dedicada a San Roque.
En su interior un hospitalero algo extraño, un tanto taciturno y algo brusco, sellaba de mala gana las credenciales de los peregrinos que se detenían por allí. Permanecimos un buen rato por los alrededores de la ermita, lo que permitió que fueramos alcanzados por el grupo de jovencitos catalanes que habíamos conocido la noche anterior en el albergue de Ponferrada. Y si bien, en un primer momento aquella noche no me habían caído demasiado bien, aquella mañana el nuevo encuentro fue mucho mejor, encontrándome con que algunos de esos chavales eran realmente simpaticos. Algo alocados, demasiado ruidosos en sus exclamaciones, bastante desorganizados y en un constante e improductivo movimiento, cada uno por su lado, con una imagen algo hippie muchos de ellos, pero en su mayoría bastante dicharacheros, extrovertidos y bastante risueños, con ganas de integrarse entre el resto de los caminantes a pesar de su aspecto descuidado y bohemio.
En Cacabelos, según las guías, era típica y renombrada la especialidad de sus mesones con el famoso "pulpo a feira". Por lo visto no solo el pueblo tenía reminiscencias gallegas con aquel sonoro nombre, sino que lo llevaban aún mas lejos, declarándose como el lugar en que se comía el mejor pulpo del mundo. Pero dada la hora, apenas mediodía, todos los garitos se encontraban cerrados.
Y a mi, que con la imaginación desbordada tras mi paso por La Moncloa y la mención del buen pulpo en la guía, ya se me había olvidado por completo el bocadillo tomado una hora antes y me entraron unas irrefrenables ganas de almorzar de nuevo, en cuanto pude, hice ponerse en movimiento a mis dos compañeros de viaje, con la intención de seguir avanzando con la atención puesta en los posibles bares que pudieramos encontrar abiertos y dedicar la siguiente media hora a empacharme con algun tentempie o similar.
Pero quiso la mala fortuna que no encontrara yo un mesón acorde con mis intenciones, logrando encontrar solamente un colmado o tienda de comestibles y ultramarinos al uso, justo enfrente de la iglesia de Santa María, y aprovechando la parada de Javier para visitarla, Esperanza y yo nos dirigimos a la tiendecilla y allí, para saciar mi gula, compré pan, queso y jamón y pedí a la dependienta que me preparara un buen bocadillo.
Esta bien claro que Cacabelos, a pesar de ser un localidad cumplida y amplia, no alcanza las dimensiones de Nueva York (USA) pero aún así logramos sin que nadie nos ayudara esta vez con algun secreto atajo, perdernos irremisiblemente. Javier, cuya visita a la iglesia no debió ser demasiado rigurosa había salido antes de tiempo y al no encontrarnos por las inmediaciones había optado por seguir adelante, pensando que nosotros dos no lo habíamos esperado. Esperanza y yo, al salir de la tienda nos dirigimos a la seo esperando encontrarnos al vasco hincado de hinojos ante su altar mayor, pero ante la sorpresa de no verlo, salimos y anduvimos alrededor de la iglesia en su busqueda.
De una manera o de otra, el caso fue que conseguimos batir un record... perdernos los unos de los otros en apenas un palmo de terreno... y lo peor de todo... Javier nunca ha tenido su movil conectado ni en las peores ocasiones... y ademas yo me había quedado aislado, solo con Esperanza, y su manía por hablar mas de la cuenta

1 comentario:

Javier dijo...

Buenas:

¿Tienes previsto organizar las entradas correspondientes al Camino agrupándolas de alguna manera?
Saludos.