Al llegar, el lugar estaba copado por un numeroso grupito de jóvenes y blanquirojos peregrinos ingleses. Dos muchachas se habían quitado hasta las sudadas camisetas enseñando sujetadores y abultados senos... pero ni por esas... "pá sostenes estaba yo"... lo único que vi fue un lugar a la sombra, y ahí dejé caer mi pesada mochila. Me dejé caer cuan largo era, totalmente exhausto. Acostado como estaba, doblando las piernas en un ángulo difícil y peligroso, conseguí desatarme y quitarme las caliente botas y los sudados calcetines y poco a poco fui recuperando el aliento y acompasando la respiración.
Cuando ya algo mas recuperado, me decidí a darle un vistazo a las ubres de las pechugonas inglesas... no creáis... solo por tener algo que contar... estas ya se habían vuelto a vestir e iniciaban la partida junto al resto de su grupo hacia el centro del pueblo. !! Mala suerte ¡¡
Mis pies... ! Ay, mis pies...¡ ... aparecían colorados e hinchados como dos botas de vino, pero milagros del Señor... sin ampollas ni mataduras. Era lo único que me faltaba... Nada que no pudiera solucionarse, con algo mas de descanso y una buena comida, pues a lo tonto, a lo tonto, ya eran las dos de la tarde, hora de comer después de 7 horas de calvario andando, bajando y bajando. A Ponferrada nos quedaban aún unas dos horas de mas bajada... empezaba a dudar que consiguiéramos llegar hasta la capital del Bierzo... empezaba a dudar, no. Seguro estaba que mi cuerpo serrano no aguantaría dos horas mas de caminata cuesta abajo, esta vez por asfalto.
La pregunta era como llegaría Esperanza... y sobre todo cuando. Media hora allí tirado y los vascos que no aparecían.
Pero la inconfundible voz de mi amiga y compañera llegó empujada por el viento. ! Esta no se calla ni debajo del agua ¡ Efectivamente, Espe llegó sin impedimenta, salvo por una bolsa de supermercado en la que llevaba su botellita de agua, calzada con sus sandalias de paseo, y solo con síntomas de cierta rojez en los brazos y piernas producida por efectos del sol y el calor. Otro caso era el del aspecto de Javier, que cargado con dos mochilas durante varias horas, parecía un Ecce Homo, en lugar de un chicarrón del norte.
Y para mi gran sorpresa, ambos prefirieron no detenerse y descansar a mi vera, sino continuar hasta el pueblo, con lo que me coloque raudo mi calzado, cargué de nuevo con la jodida mochila y los seguí a cierta distancia, hasta alcanzar el puente románico sobre el rio Meruelo, punto desde el que pudimos observar que Molinaseca era un precioso y cuidado pueblo. Un lugar por el que daba la pena haber soportado la tortura de aquella etapa. Y lugar que muchos peregrinos habían elegido como final de etapa, haciendo caso omiso a cualquier sugerencia de las diferentes guías que marcan Ponferrada como final del día.
1 comentario:
totalmente de acuerdo, por dos veces pasé de molina seca para hacer noche en ponferrada y la verdad es que creo que molina seca se hubiera merecido pecnoctar alguna de esas dos veces en ella, pero creo que por organizarme las etapas o por lo que quiera que fuera, no lo hice y me arrepiento.
un saludo.
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