Aprovecho para recordar que todas la fotografías están ya, esta vez si, en picassa. Tuve un pequeño fallo la primera vez, pero ya esta totalmente subsanado... creo.
Y volvemos a aquella etapa con final en Bercianos, un pueblo anodino, dificilmente recordable, pero que sin embargo, en su albergue, me deparó una de las mejores tardes de todo mi periplo.
Descansamos en las destartaladas literas durante un rato. Antes, Javier y yo, hicimos la colada ya que Esperanza, cansadísima y aún enferma, se declaró en huelga enroscándose en su saco de dormir. Mientras la ropa secaba al sol hicimos amistad con un matrimonio palentino muy agradables y hablamos con unos franceses que, a pesar de ser gabachos, eran simpáticos.
Mas tarde confraternizamos con Marco, un cincuentón que se curaba las ampollas y que necesitaba las tijeras de Esperanza. Médico de urgencias brasileño, de Sao Paulo, una urbe inmensa de una violencia exagerada en la que nuestro matasanos había visto y atendido de todo lo inimaginable en su hospital. Aquel medico no nos era del todo desconocido, pues habíamos coincidido con él en Carrión, durante la cena, en la que vacilaba con unas alemanas. Su castellano era fluido ya que su madre era originaria de Logroño, y su simpatía arrolladora, siempre de bromas y chanzas, lo hicieron uno de los tipos mas populares de la tropa que formabamos.
Hicimos tiempo en un bar en la otra punta del pueblo. Allí todo estaba en la otra punta de todo. Cuando llegamos, la inglesa enferma, con nuevos colores de cara que giraban del amarillo pálido al verde botella, salía de tomarse una manzanilla ya que farmacias no usaban en Bercianos. Tras una coca-cola y unos cacahuetes, volvimos raudos hasta el albergue pues era la hora de un acto religioso que se celebraba en la capilla. Al llegar, el lugar estaba ya abarrotado, y Tina la hospitalera había empezado la función con unas lecturas de corte jacobeo-religioso, que a Dios gracias, fueron cortas. María, una de las francesas con las que habíamos hablado durante la colada, se arrancó con un canto en latín que puso a mas de uno la piel de gallina. La mujer cantaba maravillosamente, y otra compañera se unió a ella, consiguiendo ambas un efecto sublime al momento. Por lo visto María había hecho lo mismo en el Monasterio de San Juan de Ortega la semana anterior, improvisando ella sola, de "motu propio" ante el mausoleo del Santo constructor contando, los que presenciaron la escena, que había sido realmente emocionante.
Seguidamente la hospitalera pidió que todo aquel que quisiera hacer alguna petición hablara libremente, y de esa manera cada uno en su idioma, chapurreando en castellano en otras, varios de los asistentes hicieron sus preces, entre ellos Javier, nuestro amigo vasco, que pidió por todos nuestros familiares que quedaban en casa, esperando nuestro regreso del Camino.
Por ultimo se rezó un Padrenuestro, pero lo que le dio un carácter excepcional, fue que fue rezado al mismo tiempo en mas de 6 diferentes idiomas.
Puede ser que alguno no sea creyente, y que todo lo que suene a religión le parezca beatería, fanatismo o perdida de tiempo. Pero al mas descreido, al mas escéptico, aquel sencillo acto le hubiera removido algo en su interior, como nos pasó a la mayoría de los asistentes, que hubimos de hacer esfuerzos para que no nos saltara la lágrima.
Nunca un acto de esta índole, tan corto, tan sincero por su simplicidad, totalmente improvisado en su mayor parte, tan participativo tratándose de varias nacionalidades diferentes, había causado tanta impresión en mi y fue uno de esos momentos, uno de tantos momentos a lo largo de 800 kms. de viaje, en que me sentí especialmente emocionado y dichoso por haberlo vivido en primera persona.
Curioso, que en un pueblo perdido en la provincia de León, del que ya digo, nada digno de hacerle alguna referencia (salvo sus cacahuetes), en un albergue que dejaba mucho que desear, de ahí que todo fuera pagado con "la voluntad", alojamiento, cena, desayuno... sin embargo, un par de hospitaleros con gusto por hacer bien las cosas, por mantener vivo el espíritu jacobeo que alumbro la peregrinación antaño y que hoy, hay que reconocerlo, se ha perdido un poco en aras de una especie de turismo alternativo, en una carrera a veces desesperada y desenfrenada por llegar cuanto antes al final, por un ansia de aprovechar el negocio a cualquier precio, que estas dos personas, con verdadera simplicidad pero con voluntad e imaginación, con la precariedad de medios con que contaban, hubieran conseguido remover el animo y el corazón de los peregrinos que paraban en aquel lugar.