7,15 de la mañana, aún de noche, y ya recorríamos las calles de Terradillos, comprobando que el pueblo no pasaba de aldea... y de las malas. Las casas, de adobe en su mayoría, amenazaban caerse abajo con el simple soplo del viento y dejándonos bien a las claras que no nos habíamos perdido nada digno de visitarse la tarde anterior. Sin duda en los siglos XI y XII, en tiempos de la Encomienda Templaria, aquello debió tener algo de vida, pero en pleno XXI la decadencia era notoria incluso a la luz de la luna como estábamos comprobando nosotros. No me resisto a dejar aquí una delirante historia sobre Terradillo de los Templarios, una de esas rocambolescas leyendas que sobre el famoso e imaginario tesoro de la Orden circula por ahí, y que no es otro que cuando empezaron las persecuciones y juicios sumarísimos a los Pobres Caballeros de Cristo, como eran llamados los Templarios, estos al marcharse huyendo de aquellos lares, escondieron para que no cayera en poder de sus implacables verdugos... LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO ¡¡¡¡ Increíble, pero... mentira, lógicamente... ya que de todos es sabido que ni la gallina de los huevos de oro, ni Papa Noël existieron. Solo el Ratoncito Perez y los Reyes Magos son ciertos y existieron realmente... o al menos a mi de pequeño me traían regalos y cada vez que se me caía un diente encontraba una moneda bajo mi almohada.
Cuando leí aquella inusual e increíble leyenda, y habiendo pasado por Terradillos y conocido el paño, no pude por menos que reír a carcajadas de la ocurrencia.
Pero lo que sí era realmente cierto, era el frío del carajo que hacía por aquella zona. Un viento helado nos dio la bienvenida una vez salimos a campo abierto y nos hizo caminar a trote cochinero para entrar en calor.
Una hora después, al paso por Moratinos, otro pueblo insulso, el sol ya entibiaba el ambiente y se estaba mejor, a pesar de que aquel día me tocaba a mi acarrear con la bolsa de plástico en la que llevábamos la cena que no habíamos comido la noche anterior y un brick de zumo, que hacía que las asas me cortaran literalmente la mano, ya de por si congeladas por el frío de la mañana.
Un pequeño andadero, paralelo a la desierta carretera nos llevó hasta San Nicolás del Real Camino, donde llegamos pasadas las nueve, y dejando de lado la iglesia de San Nicolás Obispo nos abalanzamos sobre la barra del bar del albergue con la finalidad de tomar algo caliente y reconstituyente, pues nos lo habíamos ganado. El bar estaba atestado, pero luchando a brazo partido con los dos japoneses con los que habíamos coincidido en Hontanas nos hicimos un hueco y desayunamos nuevamente. En la foto puede verse a los dos nipones y al gigantón Javier a punto de pelearse por la ultima napolitana de chocolate que quedaba en el mostrador.
Reconfortados salimos y encontramos a un matrimonio joven de ciclistas, (Si de mi hubiera dependido, la muchacha bien podía haber ganado la medalla en el Mundial de Fondo en Carretera solo por lo guapa y rica que estaba). Javier entabló inmediatamente conversación, como siempre que encontraba a gentes en bicicletas, contándoles sus aventuras de cuando él mismo había hecho el Camino en bici, y cuando estos volvieron a arrancar, nosotros también lo hicimos, pues aún teníamos por delante 18 Kms. hasta nuestro final de etapa.
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