Sahagún se divisaba ya a lo lejos, pero aún nos costaría mas de hora y media llegar hasta ahí. Cuando lo mas fácil hubiera sido seguir la carretera, el sendero se desvió a la derecha, internándonos por una senda, como siempre pedregosa, para finalmente llevarnos hasta un bonito puente románico-mudéjar del siglo XII que salvaba el río Valderabuey, y a su lado la no menos esplendida ermita de la Virgen del Puente. Saqué mi cámara para fotografiar el conjunto pero, como si lo hiciera a posta, una extranjera se plantó en medio del puente. Esperé y esperé, pero como si lloviera... la guiri hacia la estatua, y así salió la foto.
Cerca, en un área de descanso con extrañas esculturas, tuvimos ocasión de volver a saludar a la alemana achaparrada, que se había acoplado con dos jóvenes extranjeros (Dios los cría, y ellos se juntan) a los que les reía las gracias... podía ser jorobada, pero no era tonta la tía.
Una larga recta, atravesando campos recién abonados y atufándonos a nuestro paso nos hizo acelerar el ritmo. Aquello era lo que me faltaba... jodido por los cuatro costados y además corriendo... Sahagún se veía a lo lejos pero no llegaba. La moral siguió bajando y ni siquiera las plantillas me alegraban ya el día, quedándome solo el consuelo de ver que Esperanza andaba peor que yo y se quedaba atrás acompañada de su marido.
Cuando llegué a las primeras calles de la ciudad, un triste y feo polígono industrial y agrícola, me dejé caer en el suelo desmoralizado y hundido, y empecé a incubar oscuros pensamientos de abandono. De arrojar la toalla y llamar al taxi que se anunciaba en una de las paredes de ladrillo, sentarme en el mullido asiento trasero, con la jodida mochila en el maletero... y por que no... con las malditas botas también, y así, con los deditos de los pies al aire, decirle "Lléveme a Bercianos,... o mejor aún... hasta Mansilla, por favor... y rápido".
659 563 390... ese era el numero del taxista, y con el móvil ya en la mano, acabé por dejarme convencer de lo contrario por Javier, que argumentaba que ya lo malo estaba hecho y acabado, que no podíamos abandonar ni hacer trampas después de haber andado desde Roncesvalles. Este año, Javier me ha confesado que se sintió decepcionado conmigo... por dejarme convencer tan facilmente y haber guardado el teléfono... ya que él andaba en aquellos momentos mucho peor que yo.
Cuando continuamos andando, pasando por el paso elevado sobre las vías del tren, me iba haciendo cruces con los comentarios que sobre Sahagún hacía Amery Picaud en su Códice Calixtino, allá por el siglo XII: "Sahagún es villa llena de toda clase de prosperidades".
¿En que andaría pensando el fulano ese? Seguro estoy que el tipo no andaba con unas botas como las mías, que no tenía las dolorosas ampollas que tenía yo. Seguro que no había bebido agua de la fuente en Calzadilla de la Cueza. Seguro que no había comido almejas en Terradillo. Seguro que no había hecho ambas cosas a la vez como había hecho yo.
El caso es que, ahora que he realizado completo los 800 Kms del Camino Francés, que he pasado momentos duros en ocasiones, no recuerdo un momento mas critico ni mas penoso que la llegada a Sahagún. Y sin embargo, continué... (desgraciadamente, pues la etapa aún no había acabado aquel día). Y hoy, cumplido el propósito de hacer todo el recorrido, recuerdo aquel momento con algo de orgullo, por haber superado la adversidad y el desanimo. Hoy sé, que aunque el momento sea complicado y duro, aunque el cuerpo parezca que no puede aguantar mas, siempre hay reservas físicas en nosotros. Hoy sé, que es la cabeza la que manda casi siempre, y que basta con un cambio de pensamiento para que el cuerpo siga adelante. Que es el pensamiento positivo lo que nos mueve a superar problemas y situaciones limites. Valió la pena.
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