miércoles, 3 de septiembre de 2008

Hasta el final de etapa

Para cuando las pijas de Madrid llegaron al chiringuito, nosotros ya habíamos tomado nuestros refrescos y descansado y reprendíamos la marcha. Esperanza, en un gesto muy torero, pasó de largo sin saludarlas, y volvimos al andadero bacheado y con multitud de piedras. Andar y andar, aburriéndonos si no fuera por el cansancio en las piernas que nos mantenía atentos a los accidentes del sendero. De vez en cuando alguna charlita entre nosotros que hacía matar el rato y nos impedía fijarnos en el horizonte y comprobar que Calzadilla no aparecía nunca, pues al superar alguna ocasional elevación del terreno, con la esperanza de ver por fin el pueblo al fondo, solo conseguíamos ver una nueva recta kilométrica e inacabable.
Paloma, nuestra particular madrileña, nos dijo que el pueblín parecería de improvisto incrustado entre dos pequeñas lomas, y efectivamente así fue, solo que tras dos largas horas de caminata. A las 11,30 apareció el campanario de la iglesia, y a medida que alanzábamos se nos ofrecían los tejados de las primeras casas. A un centenar de metros del albergue de Calzadilla de la Cueza encontramos un par de bancos junto a una apetecible fuente y decidimos parar a descansar y almorzar. Uno de los bancos estaba ocupado por la jovencita alemana que habíamos visto un par de días antes en la fuente del Piojo tras bajar Mostelares. Era monilla de cara, rubia y de ojos claros, además de simpática ya que sin ningún problema acepto hacernos una foto que incluso salió bien. Pero seguía teniendo en la espalda una desafortunada protuberancia... vamos que la "jodía" era jorobada. Nos comimos los sandwich que traíamos y bebimos de la fresquita agua de la fuente. Días después, ya en Alicante, comprobando mi guía, observé que en toda aquella zona se avisaba, incluso con señales rojas de peligro, de que las aguas del lugar no eran fiables y posiblemente su subsuelo contaminado. Por cierto... ¿he dicho ya que el agua estaba realmente fresquita?
Conseguimos convencer a Paloma para que siguiera con nosotros, pues su intención era la de quedarse en aquel pueblo. Tal vez por vergüenza o tal vez por las pobres condiciones del albergue que mantenían dos brasileños, acordes con las impresiones de pueblucho, la chica accedió a continuar y tras dar un rodeo espectacular por las pocas calles y comprobar que el dueño de un bar se había encargado de pintar sus propias flechas amarillas para que algún despistado peregrino pasara por delante de su establecimiento y así poder hacer algo mas de caja, salimos de Calzadilla con mas pena que gloria.
De nuevo un andadero junto a una carreterilla, que yo utilicé a menudo pues me era mas cómodo andar sobre el recalentado asfalto que ir sorteando o pisando piedras, y de nuevo andar y andar, aunque esta vez unos escuchimizados arbolitos iban dando penosamente algo de sombra. Ahí fue donde empecé a notar un dolorcillo en una de las rodillas, señal de que ir sorteando piedras y pisando mal me estaba empezando a causar una pequeña tendinitis. Tomé nota de que debería ponerme cuanto antes el Flugoprofen, un medicamento en spray casi milagroso para mi, y al que le tengo sincera devoción.
Una y media de la tarde y finalmente alcanzábamos Ledigos, el siguiente pueblo. Las primeras casas que vimos eran enteramente de adobe y paja, un tipo de construcción típico de la zona que recorreríamos los siguientes días. Curiosas pero dando un aspecto de decadencia y antiguedad increíbles. Dejamos la Iglesia de Santiago sin visitar, perdiéndonos así el único lugar en el que se pueden ver las tallas de Santiago en sus tres representaciones, peregrino, apóstol y matamoros. Preferimos sin embargo parar en el bar del albergue El Palomar, donde un preciosa mulata me sirvió un zumo mediterrania, de los que había hecho conocimiento en Hontanas días pasados. Tras un rápida visita al interior del albergue para sellar credencial y sobre todo a sus añejos aseos, nos encontramos con que Paloma, la compañera madrileña, arrojaba "la cuchara" como se dice en argot ciclista, se había inscrito en aquel lugar y se despedía de nosotros incapaz de continuar andando, convirtiéndose así en Paloma, la fugaz madrileña. Al menos consiguió salir en una de las fotos.
Tras la despedida, de nuevo en ruta para cubrir los 3 Kms que nos separaban de nuestro final de etapa, con un calor ya que nos iba retrasando y haciendo bajar el ritmo. Una hora después conseguíamos llegar, tras 27 cansinos Kms. hasta el Albergue Jacques de Molay en Terradillo de los Templarios. Las instalaciones de aquel albergue, que llevaba el nombre del ultimo Gran Maestre de la Orden, estaba acorde con el nombre del pueblo y los Templarios. Una especie de torre almenada con un par de banderas con la cruz patada propia de aquellos monjes guerreros, y otros distintivos similares en el interior le daban un aire evocador a la época medieval si uno se esforzaba un poco. Esperábamos que todo fuera tan sugerente... pero el hombre propone y Dios dispone.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

yeah! its much better,

Anónimo dijo...

ive done something here to have you a few cents!

Anónimo dijo...

jope ,tio , como tienes esto de "giris" ,yo creo que parte son los que se levantan a las 6 de la mañana