jueves, 4 de septiembre de 2008

Todos enfermos

! Pues si, Rafa ¡ ¿Comprendes ahora mi "pequeña" animadversión hacia ellos? Y me alegro de que hayas sacado a colación el tema de los guiris, ya que nada mas entrar en la recepción del albergue de Terradillos, y cuando íbamos a inscribirnos, un suizo se nos coló por todo el morro. Un tipo, sesentón, "enterao" en su horrible idioma, alto, delgado, de pelo blanco, con barba y una gorra de lana colocada del revés, con la viserita para atrás en plan "latín king", argumentando no sé bien qué de la Convención de Ginebra, de los dibujos de Heidi o de privilegios de la banca suiza, se apuntó primero y por la cara. ! Mal empezamos, amigo ¡... le dije. ! Pero... como si lloviera ¡ En otra situación, uno se encoge de hombros, y transige, atento con los turistas, en aras del Sector Servicios, la "balanza exterior" y el PIB... Pero cuando uno ha sido despertado por otros guiris de su misma especie y a las 6 de la mañana, ha andado 27 Kms. con los pies llagados, ha estado horas oteando el horizonte por si veía aparece el puto pueblo sin resultados, ha sorteado chinches, piedras y pijas de Serrano... por fin se sienta esperando solo tomar una ducha y comer... y que le tomen el pelo a uno... Todos sabéis que yo no soy rencoroso, pero una vez con las cosas de aseo en los baños, me volví a encontrar con el helvético que se dirigía a la única cabina de ducha libre. La venganza estaba servida. Con una finta, que ya hubiera firmado Ronaldinho en sus mejores tiempos en el BarÇa, exigiendo un ultimo esfuerzo a mis dolorosas ampollas me colé en la ducha, dejándolo con dos palmos de narices y gritándole a Javier, que estaba en la otra ducha, que se demorara todo lo que pudiera con el agua caliente. Aquella ducha la recuerdo con especial afecto... es increíble la cantidad de agua caliente que puede dar un termo eléctrico cuando uno se lo propone. Además, yo acababa de salir del excusado, e imaginaba el nauseabundo olor que sin duda había dejado en el ambiente y que debía estar"disfrutando" el suizo con la toalla y el jabón en la mano esperando que saliéramos. He de decir que yo como rosas... pero cago mierda... y hueleeeee..... !! Jodete mamón ¡¡ ¿Que me dices ahora de la proverbial industria relojera de tu país? ! No te oigo ¡ ... ¿Que dices?
Cambiados y limpios volvimos hasta el comedor donde me sirvieron unas Fabes con almejas, pollo al horno y un plátano, que me devolvieron la lozanía que acostumbro.
Estaba cansado y decidí acostarme para una siesta mientras los vascos hacían la visita turística. Y... ¿quien ocupaba nuestra misma habitación...? Pues además de una gorda alemana mal encarada... el suizo, pero ya mucho mas pacífico.
No dormí bien. Estaba algo destemplado, como con frío. Un malestar general me tenía atenazado el estómago. ¿El estómago? Se me abrieron los ojos como platos. ¿Yo en el aseo a las 3 de la tarde, cuando mi organismo es un autentico reloj biológico ( japonés, no suizo) y mi hora con Roca es nada mas despertarme? Algo raro me estaba pasando y no podía culpar de ello al abuelo de Heidi. Javier y Esperanza volvían en aquel momento, pues la vasca había devuelto hasta su primera papilla nada mas salir a dar el paseo. No se encontraban bien y acto seguido se fue al baño. Javier comentó que él tampoco estaba muy allá, y empezamos a recordar las almejas de las Fabes... !! Pero tampoco...¡¡ Ellos dos habían comido otra cosa.
Mientras Esperanza se volvía a acostar y se tapaba hasta la cabeza, fuimos hasta la recepción del albergue por ver si tenían algún medicamento para Esperanza, que era la que estaba peor. Solo conseguimos aspirinas y sal de frutas. ! Menos da una piedra ¡ Pero yo, contándole mis desventuras con las botas y las ampollas a la mujer del hospitalero, tuve la tremenda suerte de apiadarla y de que tras una rápida búsqueda en su almacén, saliera entregándome unas enormes plantillas de silicona que algún peregrino despistado se había dejado olvidadas. Las finas plantillas que había comprado en Carrión no habían durado ni un asalto y habían quedado en una papelera junto a la fuente de Calzadilla, aquella fuente de agua tan fresquita... ¿agua fresquita? (me preguntó la hospitalera) No estaréis bebiendo agua de las fuentes ¿verdad? (continuó) Cuando le dijimos que sí... se le ensombreció la cara y nos dijo "aquello", sobre que las aguas estaban contaminadas y no eran de fiar.
Aclarado el misterio me dediqué a recortar con una tijeritas las gruesas plantillas esperando dejarlas de mi numero y fueran mi salvación. Cuando a las seis de la tarde abrieron la tiendecita de ultramarinos del albergue, Esperanza, ante la perspectiva de una "tarde de compras", aunque fueran fiambres, se levantó para acompañarme a pesar de sus molestias. Hasta la hora de acostarnos me dediqué a escribir postales, a recoger la ropa tendida, a fumar y a observar al enorme mastín del albergue que descansaba a la entrada de los cuartos. Parecía que solo faltara el Gran Maestre para terminar el cuadro mediovalista.
Ninguno cenó nada, salvo Javier y yo, que tomamos algo de fruta. Y cuando se iban a apagar las luces, el vasco pidió al suizo y a la alemana que por la mañana hicieran el mínimo ruido posible para que su enferma esposa pudiera descansar lo máximo posible. El suizo hizo de interprete con la dura y mal educada alemana, que dejó la hora de salida en las siete de la mañana. ! Mentira cochina ¡ No me creí nada y me puse los tapones de cera.

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