Cambiados y limpios volvimos hasta el comedor donde me sirvieron unas Fabes con almejas, pollo al horno y un plátano, que me devolvieron la lozanía que acostumbro.
Estaba cansado y decidí acostarme para una siesta mientras los vascos hacían la visita turística. Y... ¿quien ocupaba nuestra misma habitación...? Pues además de una gorda alemana mal encarada... el suizo, pero ya mucho mas pacífico.
No dormí bien. Estaba algo destemplado, como con frío. Un malestar general me tenía atenazado el estómago. ¿El estómago? Se me abrieron los ojos como platos. ¿Yo en el aseo a las 3 de la tarde, cuando mi organismo es un autentico reloj biológico ( japonés, no suizo) y mi hora con Roca es nada mas despertarme? Algo raro me estaba pasando y no podía culpar de ello al abuelo de Heidi. Javier y Esperanza volvían en aquel momento, pues la vasca había devuelto hasta su primera papilla nada mas salir a dar el paseo. No se encontraban bien y acto seguido se fue al baño. Javier comentó que él tampoco estaba muy allá, y empezamos a recordar las almejas de las Fabes... !! Pero tampoco...¡¡ Ellos dos habían comido otra cosa.
Mientras Esperanza se volvía a acostar y se tapaba hasta la cabeza, fuimos hasta la recepción del albergue por ver si tenían algún medicamento para Esperanza, que era la que estaba peor. Solo conseguimos aspirinas y sal de frutas. ! Menos da una piedra ¡ Pero yo, contándole mis desventuras con las botas y las ampollas a la mujer del hospitalero, tuve la tremenda suerte de apiadarla y de que tras una rápida búsqueda en su almacén, saliera entregándome unas enormes plantillas de silicona que algún peregrino despistado se había dejado olvidadas. Las finas plantillas que había comprado en Carrión no habían durado ni un asalto y habían quedado en una papelera junto a la fuente de Calzadilla, aquella fuente de agua tan fresquita... ¿agua fresquita? (me preguntó la hospitalera) No estaréis bebiendo agua de las fuentes ¿verdad? (continuó) Cuando le dijimos que sí... se le ensombreció la cara y nos dijo "aquello", sobre que las aguas estaban contaminadas y no eran de fiar.
Aclarado el misterio me dediqué a recortar con una tijeritas las gruesas plantillas esperando dejarlas de mi numero y fueran mi salvación. Cuando a las seis de la tarde abrieron la tiendecita de ultramarinos del albergue, Esperanza, ante la perspectiva de una "tarde de compras", aunque fueran fiambres, se levantó para acompañarme a pesar de sus molestias. Hasta la hora de acostarnos me dediqué a escribir postales, a recoger la ropa tendida, a fumar y a observar al enorme mastín del albergue que descansaba a la entrada de los cuartos. Parecía que solo faltara el Gran Maestre para terminar el cuadro mediovalista.
Ninguno cenó nada, salvo Javier y yo, que tomamos algo de fruta. Y cuando se iban a apagar las luces, el vasco pidió al suizo y a la alemana que por la mañana hicieran el mínimo ruido posible para que su enferma esposa pudiera descansar lo máximo posible. El suizo hizo de interprete con la dura y mal educada alemana, que dejó la hora de salida en las siete de la mañana. ! Mentira cochina ¡ No me creí nada y me puse los tapones de cera.
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