Resultó que en Rabanal del Camino existían varios albergues y generoso surtido de hostales, pero este conocimiento nos fue dado horas después de nuestra llegada. Con el cansancio que arrastrábamos y ante la vista de todos aquellos peregrinos disfrutando de sus cervezas a las puertas del primer albergue del pueblo, se nos nubló la vista y sin buscar otra oferta hotelera donde pasar la noche, preguntamos en el Hostal El Tesin, una vieja casona de dos pisos perfectamente restaurada como albergue privado, que además disponía de bar-restaurante. Casi sin preguntar, pagamos los 6 euros que nos pedían en una habitación con 3 literas, e inmediatamente iniciamos la cola para la ducha, lo que nos llevó un buen rato ya que solo había dos pequeños baños a pesar del aforo de personas a pernoctar allí, siendo también el lugar en que se lavaban las ropas, con lo que cuando uno acababa con todo, y por fin salía del baño, encontraba las fisonomías de los compañeros netamente cambiadas... a algunos incluso les había salido barba de tanto esperar.
Tendimos nuestras ropas en un precioso prado lleno de césped frente al albergue, donde los dueños del chiringuito habían conseguido idear y dar con una nueva formula de negocio, en una nueva vuelta de tuerca a eso de sacar unos euros extras, que consistía en, una vez completo el albergue, alquilar algunas tiendas de campaña a los desesperados peregrinos que llegaran rezagados.
Puestas así las cosas, no nos extrañó en absoluto que el "menú del peregrino" de aquel lugar costara 9 € y solo nuestras enormes ansias de descansar, no dar un paso de mas aquel día, o simplemente nuestra supina estupidez nos obligó a pasar por el aro y sentarnos en el interior del restaurante. Sin embargo la comida era copiosa y bien preparada, con lo que dimos por bueno el dispendio... mas bien el atraco, y dimos cuenta de nuestros platos casi sin rechistar. Un par de horas después, comprobé en mi primer paseo por la pequeña aldea que al final de la calle Real existían un par de excelentes mesones, en los que por unos euros mas, concretamente 16, servían unos exquisitos cocidos maragatos que, puestos a gastar a tontas y a locas, hubieran merecido mucho mas la pena, máxime cuando a mi, aquel inoportuno dolor de muelas de Astorga con ocasión de "mi cocido" no me había dejado disfrutar del sublime momento, por lo que con esta nueva ocasión perdida se esfumaba la oportunidad de ganar unos kilos, darme un homenaje y tener algo mejor que contar que no describir una sencilla ensalada de tomate y lechuga, una pechuga a la plancha con guarnición y un filetito de merluza a la andaluza.
Y ahí estábamos los tres, persiguiendo con el tenedor unos escurridizos guisantes algo duros, cuando sonó el primer trueno y empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. Ensimismados con las caprichosas formas de nuestras patatas fritas, no habíamos reparado en que los nubarrones que nos habían dado la bienvenida a la llegada al pueblo, se habían convertido en unas cerradas nubes de tormenta que empezaba a descargar sobre el lugar. La hacendosa Esperanza saltó de la silla como un resorte. ¿Qué le pasaba a esa mujer? ¿Qué mosca le había picado?...
!!Coño, la ropa que se nos moja ¡¡ Como una marujona mas, corrí detrás de la vasca en pos de mis prendas casi secas ya. Las chanclas me entorpecían los movimientos, el agua que corría por aquella calle empinada estuvo apunto de hacerme resbalar y caer varias veces... !Joder, ¿y qué hago yo, aquí corriendo, a recoger la ropa como una maricona...? Pero no. La cosa tenía su importancia ya que es una autentica coña al día siguiente tener que andar kilometradas por esos montes con un tenderete de ropa cogido con imperdibles de la mochila, enseñando los gallumbos y los calcetines con agujeros a todo el personal con el que te cruzas. Así que esprinté como pude y conseguí salvar mi colada apenas húmeda y regresar hasta el albergue orgulloso de mi hazaña, aunque las miradas y risitas de los ingleses y alemanes que, jarra de cerveza en ristre, miraban el espectáculo a cubierto me borraron de inmediato la sonrisa de satisfacción que llevaba. Mezclado entre mujeres y ropas mojadas, pero manteniendo aún cierto porte gallardo a pesar del ridículo y de que me chorreaba el agua hasta por los bolsillos de los pantalones, subimos hasta el saloncito del albergue donde cada uno fue escampando sus prendas por donde pudo, sillas, mesa, suelo... todo servía aquella tarde, y con disimulo, silbando la canción de "un puente sobre el rio Kwain, volvimos al restaurante pues aún nos faltaba comernos los postres y tomarnos el café.
martes, 14 de abril de 2009
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