miércoles, 8 de abril de 2009

Todo lo que sube... baja, menos el pan

Tras una corta travesía por la cima de la montaña en la que todos fuimos agrupados, iniciamos la bajada por su otro lado. Desde lo alto seguíamos sin tener noticias de Torremanzanas, pues a la vista solo se nos ofrecían otras montañas, otros valles y otras alturas que esperábamos no tener que escalar. Pero sin rastros de cualquier pequeña señal que nos indicara hacia donde nos dirigíamos y poder así calcular las distancias que nos restaban por recorrer.
Al principio fue una cómoda caminata cuesta abajo, en la que bastaba con dejarse llevar por la inercia lo que redundaban en un merecido descanso para nuestras doloridas piernas. El sendero discurría ahora por un maravilloso y tupido bosque de pinos y otras especies de arboles, de manera que enseguida la travesía se convirtió en una delicia para la vista y los sentidos. Nuevas pozas para bebida de jabalíes, flores y vegetación por doquier, el canto de los paja ros, y de nuevo la sensación de transitar por los bosques de Navarra o El Bierzo, en pleno contacto con la naturaleza en su máximo esplendor.
Pero de pronto la pendiente se fue haciendo mas agresiva, algunos surcos en el sendero, producto de correnteras de lluvia difultaban nuestro cómodo paseo, muchas piedras arrastradas por el agua nos obligaban a extremar la atención de donde se colocaban los pies a cada paso para evitar alguna inoportuna caída.
En ese punto alcanzamos Casa de Montoro, una casa de campo conocida por ser el limite entre los Terminos de Relleu y Torremanzanas y por una graciosa historia que nuestro monitor, Juan Romero, nos había contado previamente en el autobus.
Hasta que medai hora después alcanzamos un camino asfaltado y entre los claros que permitían los arboles pudimos ver que nos acercábamos a una zona con nuevas casas de campo, y un rato después desembocábamos en una carretera local donde volvimos a parar esperando el reagrupamiento del grupo.
Pasada la una y media de la tarde, volvíamos a ponernos en marcha, para comprobar que abandonábamos de nuevo todo signo de civilización y nos adentrábamos de nuevo en un bosque a través de una estrecha abertura propia de una etapa del mas puro y difícil senderismo. Rozando casi la escalada, de uno en uno y casi agarrándonos a las piedras del suelo fuimos ascendiendo en desperdigada fila india. Hasta alcanzar la cima de aquella nueva loma hubimos de sufrir la subida mas agresiva hasta el momento. Las piernas flaquearon por momentos y la respiración se fue entrecortando por el duro esfuerzo. La subida no duró mucho tiempo, pues inmediatamente iniciamos el aún mas agresivo descenso por el otro lado, para de nuevo encontrarnos con otro camino, incrustado en un valle por el que fuimos discurriendo, en una especie de perpetuo tobogán de continuas, pero suaves, subidas y bajadas.
El cansancio empezaba a hacer fuerte mella en la mayoría de los peregrinos. Ya ni el discurrir por aquellos magníficos bosques lograba compensar la dureza de aquella etapa. Pero como no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante, nuestros ánimos volvieron a levantarse al encontrarnos con varios chalets o casa de campo que nos indicaban la proximidad de algún cercano núcleo de población, como así fue apenas media hora mas tarde, ya que de forma imprevista salimos de las espesuras vegetales que nos habían acompañado hasta entonces y pudimos ver a menos de un kilómetro nuestro final de etapa, Torremanzanas, con su torre almohade cuadrada datada del siglo XII y el campanario de su Iglesia.
Aún quedaría alguna que otra cuesta que subir hasta alcanzar la primera de sus calles, pero con las que llevábamos ya en las piernas, la mayoría llegando ya en el limite de sus fuerzas, el saber que aquello era el final nos hizo redoblar esfuerzos, hasta llegar y sentarnos finalmente sobre una mureta a esperar a los últimos elementos del grupo. !! Alabado sea Dios ¡¡

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