Las piernas empezaban a flaquear, a temblar, a doler... cuando por fin aquella especie de cortafuegos en plena montaña llegó a su fin. Se inició una agradable y reparadora travesía por la falda de la montaña vecina. Se seguía subiendo, pero ya no con la agresividad de minutos antes. Desde aquella mediana altura en la que nos encontrábamos, rodeados de una desbordante vegetación, teníamos unas vistas soberbias del valle a nuestros pies y de la montaña por la que habíamos discurrido antes del almuerzo, sorprendiéndonos la distancia recorrida durante aquel par de horas de esfuerzo y sobre todo la altitud que habíamos ido alcanzando poco a poco. Por momentos, y salvando las distancias, se hubiera dicho que nos encontrábamos en el Camino Francés, tal vez por Navarra y en el Alto del Perdón; o incluso por la zona de Galicia, observando el valle del Oribio y camino de Triacastela. Las magnificas vistas y la abundante vegetación, así como las dificultades orograficas no desmerecían ni un ápice aquellas tierras, aquel Camino, comprobando todos que la montaña alicantina nada tiene que envidiarle a otros lugares míticos de la geografía española.
Pero la alegre travesía duró solo un suspiro, ya que nuevas cuestas, y de nuevo realmente duras para lo acostumbrado en nuestras excursiones, pusieron a prueba a los expedicionarios de aquel día, llegándose a la cumbre en cuentagotas, lugar en que se estableció un re agrupamiento y una espera de los rezagados.
Durante esta espera se tuvo oportunidad de observar en la cercanía una poza, realizada con plásticos y rodeada con rocas de diferentes tamaños, con la finalidad de que bebieran jabalíes y otros animales que debían merodear por la zona.
De nuevo con el grupo al completo, y tras el pequeño descanso, se reanudó la marcha. Sin señales del pueblo final de etapa, sin referencias y completamente desorientados no quedaba mas remedio que seguir a nuestros expertos monitores, que seguían con lacónicas respuestas a las preguntas de si faltaba mucho para llegar a Torremanzanas.
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