martes, 2 de septiembre de 2008

Momentaneamente, uno mas.

6 de la mañana, y a pesar de estar en una habitación repleta de nacionales, algún infiltrado desesperado por salir a andar nos despertó a todos. Los gallegos de las camas vecinas, que eran 5 o 6 protestaron airadamente, con lo que al ruido de los extranjeros había que sumar las imprecaciones en "gallegiño" de la peña... y ya estaba todo el mundo desvelado. Dos vueltas mal dadas en la cama y ante la imposibilidad de seguir durmiendo nos levantamos, mirándonos las piernas y el resto del cuerpo por si aparecían manchas rojas. O estoy hecho de acero sueco, o la mala leche agría mi sangre, pues no hay chinche que me hinque el diente a mi. ! Menos mal ¡
Nos levantamos, nos aseamos y salí el primero a la calle mientras los vascos andaban untándose la pomada. Y esperando en la plaza de la virgen, una peregrina solitaria me preguntó si sabía de algún sitio abierto para desayunar. Le dije que si, y que esperase unos minutos a que salieran mis compañeros para ir todos juntos, aunque no me pasó desapercibido que aquella mujer me había despertado sobre las 3 de la madrugada al ir al baño y bajar dificultosamente de la litera superior a la mía. La perdoné. Y así lo hicimos, volviendo para atrás, hasta donde estaban los restos de la muralla, donde había parada de bus urbano y un hermoso bar llamado Café España. Desayunamos copiosamente, pero no compramos vituallas para el camino, confiando en que los bocadillos que llevábamos del resto de la cena de la noche anterior fueran suficientes. Habíamos roto el hielo con la muchacha y esta había aceptado gustosa acompañarnos durante la etapa. Eran poco mas de las 7, el amanecer apenas despuntando, cuando volvimos a cruzar toda la ciudad, para pasar de nuevo sobre el rio y por el Monasterio de San Zoilo, saliendo al camino por un peligroso cruce e iniciando la andadura del día.
Una carreterilla medio asfaltada y sin trafico nos llevó enseguida hasta la Abadía de San Torcuato de Benevivere, que aunque estaba en ruinas aún mostraba restos de su viejo esplendor, y que juntamente con un pequeño riachuelo e infinidad de altos y frondosos arboles, le daban al lugar un aspecto fresco y relajante. Adelantamos a tres mujeres a las que habíamos visto tomando cervezas en el albergue de Boadilla el día anterior, confundiéndolas con simples turistas por el aspecto de pijas madrileñas que tenían. Se hubiera dicho que con sus mechas rubias, manoletinas doradas, collares al cuello, pantalones de pinzas, estuvieran de compras por las calles Serrano o Claudio Coello del barrio chic de Madrid. Y ahí estaban, de peregrinas, andando y hablando de la moda del otoño-invierno, de tal modo que no respondieron al saludo que les dedicó Esperanza, que esperaba poder tener la posibilidad de pegar la hebra con ellas. Cuando una es de Madrid y compra en Serrano, es una mayúscula ordinariez ir saludando a todo quisqui... a no ser que uno sea Ana Obregón o Victoria Beckham. De cualquier manera, por el desplante ocasionado, se ganaron todo el desprecio del que era capaz nuestra vasca.
Y pronto empezó la temida recta de 18 Kms. hasta Calzadilla, justo cuando empezaba la Vía Aquitania, calzada romana mas vieja que el propio Camino y que señalaba un pequeño monolito, ya que para preservar su conservación, alguna mente preclara, había mandado enterrarla con tierra y pequeñas piedras, que aún siendo pequeñas molestaban, y de qué manera, a mis ampollas al andar.
Nuestra nueva compañera se llamaba Paloma y también era de Madrid, concretamente de Vallecas, que de todos es conocido queda muy lejos de Serrano. De unos cuarenta años, divorciada con tres hijos y trabajadora social del Ayuntamiento en Lavapies. El día anterior había empezado en Frómista, lugar en que lo acabó el año antes, y había hecho la parte de Galicia con sus hijos y un grupo de chiquillos de su trabajo un tiempo atrás. No muy habladora, mas bien tímida y callada, sin embargo cuando habría la boca era para decir cosas sensatas y juiciosas, pareciéndonos a los tres una buena compañera de viaje, agradable y simpática.
A las once de la mañana, cansados y aburridos de sortear piedras llegamos hasta la zona donde el avispado leones había montado su chiringuito, o mas bien una caseta prefabricada bajo los famosos 22 olmos, los únicos arboles hasta Calzadilla, de ahí que se supiera su numero exacto de manera tan precisa, y colocando una plancha de gas, un par de neveras, una cafetera y un mostrador donde ofrecía su genero, daba la posibilidad de un refrigerio y un pequeño descanso a la sombra. Queda ahí la foto, como posible muestra de un futuro albergue, caso de que la cosa tuviera éxito y el resto de miembros de asociaciones de la comarca se lo permitieran. Al menos a mi me pareció buena idea, y un punto intermedio en la fastidiosa recta, inacabable recta, donde poder al menos descansar.
En cuanto a la recta, recordé a mis amigos del Sureste, y sobre todo a Berín, que tenían a la de Petrola como la madre de todas las rectas aburridas. Aquella solo tenía 6 Kms. Nosotros llevábamos 9 y sin parar... y solo estábamos a la mitad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estupendo Alberto, leer tu diario es volver a los lugares e incluso a los momentos de cada camino y etapa.