Salimos al sendero que se internaba por un bosque solo cortado por la pequeña carretera que seguía paralela a nosotros. La travesía del monte se volvió a convertir en un nuevo tobogán, con continuas subidas y bajadas. En la cima de la montaña una especie de instalación militar era mudo testigo de nuestro caminar y me provocaba serias dudas, diré mas bien miedos, a que tuviéramos que encaramarnos hasta lo mas alto y presentar armas a sus mandos. La cosa se agravó al aparecer ante nosotros una pista forestal, o tal vez un cortafuegos entre tantos arboles por el que las flechas nos dirigieron inexorablemente. Piedras y raíces dificultaron nuestra subida, pero gracias al Apóstol la situación no duró mucho ya que de improvisto una nueva flecha nos llevo de nuevo, por un sendero algo mas llano, a atravesar el monte.
¿Donde estaba la vertiginosa bajada que anunciaban las guias? ¿Y donde El Acebo, lugar en el que habíamos decidido almorzar aquella mañana?
En una revuelta del sendero coincidimos de nuevo con la carreterilla, y junto a ella un guardabosques que guardaba leña en su vehículo nos sirvió para preguntarle, a gritos debido a la distancia, cuanto restaba para el siguiente pueblo. El tipo después de mirar en dirección a la carretera y pensárselo con gesto de entendido, nos contestó, a su vez también a grito pelado... que un par de kilómetros... como sin darle importancia
Una hora después, aún nos estábamos acordando del forestal... de su santa madre... y de la estúpida costumbre de los no iniciados en esto de caminar largas distancias, por calcular tan alegremente distancias que desconocen realmente, pero que intuyen cortas... sobre todo cuando ellos se desplazan en coches. !! La madre que lo parió...¡¡¡
No hay comentarios:
Publicar un comentario