20 minutos después, con el estomago lleno y relajados por el descanso, nos fuimos reuniendo en la plaza del Ayuntamiento ante el azulejo que marca la distancia que resta hasta la ciudad compostelana... solo 1.000 Kms.... Y dado que ese mismo día no conseguiríamos cubrir esa distancia aunque corriéramos, optamos por ir saliendo del pueblo tranquilamente, admirando a nuestro paso el castillo, un coloso de piedra muy bien conservado, así como alguna antigua casa de corte modernista de las que destacaba una puerta de madera ricamente decorada con varias tallas muy trabajadas y cuidadas que, desgraciadamente hoy día son dificilísimas de ver en las construcciones modernas.
La carreterilla asfaltada que debía llevarnos hasta la siguiente parada, Santa Eulalia, como siempre estaba concurridísima de ciclistas que nos iban saludando, y nosotros a ellos, a medida que nos cruzábamos los unos con los otros.
En una casa de campo, llamó la atención de algunos peregrinos, una cría de cerdo asilvestrado y oscuro que hacía las veces de perro guardián de la finca ante la mirada orgullosa de su dueño, lo que sin duda viene a corroborar el dicho de que hay gente para todo.
Algunas ocasionales nubes conseguían protegernos del sol y de cuando en cuando una brisilla agradable nos soplaba aliviándonos del temible calor que hubiera podido complicarnos la jornada. El ritmo del grupo, de este modo, era rápido y ameno y en menos de media hora teníamos la Colonia a la vista. Ya en Santa Eulalia cada uno de los 36 miembros del grupo fue buscando su acomodo para el breve descanso que se nos ofrecía. Unos al Casinete a por la cerveza o el refresco; otros en el parque frente a la ermita que aún conserva el cartel de "Iglesia de la Alquería Blanca" producto del rodaje de la serie televisiva valenciana; y el resto con el breve paseo turístico a la siempre curiosa pedanía que, a pesar de contar con apenas cuatro o cinco calles, despierta el interés y la nostalgia de sus escasos visitantes.
Juan Romero, a golpe de silbato mandó reiniciar la marcha, quedando Marisel Garrido, la monitora de cola urgiendo a los rezagados que habían esperado la ultima hora para utilizar los servicios del Casinete.
Durante un corto tramo atravesamos una zona agreste y polvorienta que se hizo algo desagradable al levantarse una serie de rachas de viento haciéndonos tragar algo de polvo. Un poco mas adelante el sendero quedó rodeado a ambos lados por un sin fin de matorrales que nos hizo caminar como si por un pasillo se tratara, lo que nos llevó, metros mas adelante a los restos de la Vía Romana, infinidad de piedras escrupulosamente colocadas y sobre las que en alguna ocasión podían encontrarse aún, y bien visibles, rodada de carros.
El paso por una pinada, que en anteriores ocasiones atravesamos en lucha a brazo partido con enjambres de moscas y mosquitos, esta vez se realizó por unos de sus laterales, con los pinos a un lado y el riachuelo y sus cañaverales al otro. Y de pronto, a lo lejos casi en el horizonte apareció la industrial Villena y su Castillo de la Atalaya, anunciándonos que en apenas hora u hora y media alcanzaríamos sus primeras calles y con ello la comida que ya nos veníamos mereciendo.
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