miércoles, 25 de marzo de 2009

Camino de Rabanal

Nos despedimos del gracioso madrileño y sus compañeros italianos y emprendimos de nuevo la marcha. Mi cabeza ya bullía con la posibilidad de iniciar un nuevo camino, aunque fuera el del Norte. Los siempre difíciles viajes de ida y vuelta estaban solucionados con el Bilman Bus y solo bastaba con no volver a confundir las 20 horas con las 10 de la noche; El Vecino de Abajo era el compañero ideal para aquella "excursión" y solo se trataba de envolverle "el regalo" con un bonito lazo para que se apuntara a la nueva aventura; el problema de falta de albergues se solucionaba con pensiones u hoteles... algo mas caro pero a la larga mas efectivo; la única pega era que debía mantener el secreto con mis amigos vascos, no fuera que se apuntaran y hubiera que soportar las conversaciones de la amiga Esperanza en toda su salsa... El País Vasco.
Fuimos saliendo de El Ganso observando detenidamente sus escasas calles, y como en alguno de los muros de algunas casas abandonadas se podían leer consignas de una "Maragatería Libre" que algún descerebrado o nacionalista acérrimo se había dedicado a escribir con spray. Hasta entonces los escritos de ese estilo en las paredes, pasaban por una León Independiente ¿? Sin duda buscando desvincularse del resto de Castilla por un quitame allá esas pajas... Pero resultaba que la comarca de la Maragatería también se creía con derechos de formar su propio Estado... tal vez establecer la capital de "su reino" en Astorga; crear aduanas y consulados en los pueblos limítrofes; destinar fondos para sus propios funcionarios, coches oficiales despachos enmoquetados; tal vez un pequeño ejercito... sin necesidad de Armada ni barcos, que siempre es un ahorro... en una palabra... que si creíamos que lo habíamos visto ya todo en cuanto a Reinos de Taifas, algunos maragatos pensaban mejorarlo. ¿Como era aquello que siempre le decía Obelix a su fiel perro Ideafix...? ... Ah, si... !! Están locos estos maragatos ¡¡
Ya casi a la salida del poblado nos topamos con la Iglesia de Santiago, donde además de sellar credenciales, pudimos darle una pequeña plegaria a su Cristo de los Peregrinos, que desde su cruz junto al altar había debido ver a centenares de miles de caminantes con el correr de los años.
Y nada mas salir de nuevo al sendero, este empezó a empinarse de manera notable. Pronto alcanzamos un carreterilla asfaltada, que con el fuerte calor del sol parecía que pisáramos algún tipo de material esponjoso ya que el alquitrán se reblandecía a cada paso que dábamos. Alcanzamos y sobrepasamos a algunos extranjeros que tal vez no se habían detenido a reponer fuerzas en la población anterior. Es curioso ver a estos guiris, que a las 5 de la mañana están frescos como rosas, con enormes ganas de emprender la marcha, despertando a todos los que se encuentran a su alrededor, jodiendo al prójimo en una palabra, pero que al mediodía, desfondados, sudorosos, rojos como tomates, van quedando atrás inexorablemente, para regocijo de los nacionales que no suelen cortarse para recordarles, al pasarles tanto por izquierda como derecha, lo gilipollas que son y lo inútil de sus intempestivos madrugones.
De nuevo por un sendero de tierra, bordeado por un bosque de altos pinos negros, nos las tuvimos tiesas con un ejercito de moscas cojoneras, que a centenares volaban y trataban de posarse sobre nuestras caras. A pesar de que el cansancio ya se notaba en nuestras piernas, no tuvimos mas remedio que acelerar el paso para poder vernos libres de tan desagradables insectos.
Y de pronto a lo lejos, distante no mas de 2 o 3 kilómetros, aparecieron primero las torres de sus iglesias, y mas tarde el resto del pueblo que era nuestro final de etapa, Rabanal del Camino.
Y aún mas arriba una pequeña montaña en la que imaginábamos o tratábamos de intuir Foncebadón, la primera dificultad que nos encontraríamos al día siguiente.
Quisiera decir que aquello nos animó a aumentar nuestro ritmo de marcha, pero las rampas de subida al pueblo hicieron que dosificáramos las escasas fuerzas que traíamos y poder llegar de una sola pieza.

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