Salí de entre la espesura de aquellos matorrales y arboles y me reintegré a la ruta con tan mala suerte de que coincidí con las dos catalanas que habíamos conocido en el Llar de Murias de Rechivaldo. Pensé en disimular y decirles que andaba observando pájaros, cogiendo flores o comprobando la flora autóctona de la zona... pero estaba tan claro que minutos antes había estado a punto de "irme por la pata abajo" que preferí saludarlas, acompasar mi zancada a la suya y acompañarlas un trecho. A Esperanza y a Javier esperaba encontrarlos a la entrada de El Ganso, siguiente pueblo y donde nos habíamos quedado citados. Y de pronto, cuando ya aparecía a lo lejos el campanario de la iglesia del pueblo me dí cuenta que me había dejado el palo junto a mi improvisado excusado. Sin decir nada, me volví para atrás a plena carrera, con lo que las catalanas debieron pensar que yo era un tipo bastante raro... haciendo el ganso a punto de llegar a El Ganso.
De nuevo salto de taludes, carrera por vía agraria... ! Joder ¡... y ahora todos los matorrales y arboles del contorno me parecían iguales... Solo un poco natural enjambre de moscas revoloteando, picando en vuelos rasantes y volviendo a orientar el morro hacia arriba me dieron la pista necesaria para, sin fijarme mucho en detalles y sobre todo en su pista de aterrizajes, recuperar mi bordón y volver de nuevo al sendero. Cabía la posibilidad de iniciar una nueva carrera hasta alcanzar a las dos mujeres, pero me sentí con pocas ganas de volver a ponerme en evidencia, con lo que decidí seguir a mi ritmo, sin mas gansadas, y llegar al pueblo en solitario pero con la honra mas o menos intacta.
Justo a la entrada del pueblo fui alcanzado por un grupo de ciclistas... a los que reconocí como los extranjeros de la tarde anterior en Astorga. Ninguno sudoroso o cansado, señal de que el autobús los acababa de dejar a apenas unos centenares de metros mas atrás para que, aquellos peregrinos de pacotilla, hicieran una entrada sonada en El Ganso.
De mis vascos ni rastro... con lo que supuse que estarían esperándome en algún bar. Esperaba que fuera en el Bar El Cowboy, uno de esos sitios del Camino, que por diferentes motivos se han hecho celebres entre los caminantes. Y este El Cowboy era uno de ellos, pues era muy nombrado y su foto salía en muchas de las guías, por lo que tenía especial interés en detenerme en el y ver por mi mismo a que se debía tanta fama.
El pueblo, con una entrada realmente encantadora, toda flaqueada de una preciosa alameda en la que habían plantado incluso algunos macizos de flores junto a los arboles, daba la sensación, una vez se les acabó el presupuesto para "alamedas", que desde los años cincuenta no hubiera habido mas iniciativas. Que el tiempo, al igual que el reloj de la torre de la iglesia, se hubiera parado allí, dándole cierto aspecto decadente que no difería mucho de otros tantísimos pueblos a los que solo el paso de la Ruta Jacobea conseguía conferirles algún significado de existencia... unos pocos vecinos, 49 para ser exactos, ya muy mayores para ir a otro sitio y el negociante de turno que arrancaba algunos euros a los peregrinos que no tenían mas remedio que transitar por sus solitarias calles.
Y por fin llegué hasta el Cowboy, feudo del "negociante de turno". Mis compañeros de viaje me esperaban descansando en una soleada terraza con un refresco en la mano. El bar seguro que había conocido tiempos mejores. Algo destartalado, lucía en sus paredes motivos del far-west... por aquello del nombre... varios sombreros de vaqueros, algunas calaveras de vacas, un par de pistolas de algún disfraz de carnaval, y el resto elementos y referencias a Santiago y su Camino. Me pedí mi propio refresco, sellé mi credencial y me pedí un pincho de tortilla desestimando una reseca empanada gallega. Pero una vez en la terraza, ya desembarazado de la mochila y sentado en una silla, pude disfrutar de una de las mas deliciosa tortillas de patatas de todo el camino. No lo parecía en principio. Debo reconocer que me lleve una agradable sorpresa, con lo que volví a reconciliarme con el paupérrimo pueblo, el desconcertante local y su poco hablador propietario. ¿Que era lo que le había dado tanta fama y publicidad a aquel lugar? Ninguna guía hacía mención de su especial tortilla. ¿Que criterios se seguían en el Camino para otorgar títulos de grandeza a unos sitios y a otros ni se les nombraba? Gran misterio, en el que pasé los siguientes minutos al mismo tiempo que casi rebañaba el plato.
martes, 17 de marzo de 2009
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