jueves, 26 de marzo de 2009

Ultimos metros del día

Los dos últimos kilómetros fueron de aupa. Una vez desembarazados de las voraces moscas, sobrepasado el pinar que nos había acompañado durante un trecho, cruzado un pequeño puente sobre un pobre riachuelo, el arroyo de Reguerinas, y haber conectado de nuevo con la carretera, el sendero nos desvió a nuestra derecha, internándonos por un rebollar, una especie de bosquete en que predominaban los robles de entre los prados naturales completamente vallados y en los que siguiendo la costumbre de otros lugares parecidos, los peregrinos habían realizado cruces con pequeñas ramas.
El terreno se fue empinando considerablemente y numerosas raíces de aquellos arboles, que sobresalían del suelo aquí y allá, dificultaban aún mas la pequeña ascensión, pues debíamos andar mirando muy atentos donde pisábamos para no tener un traspiés y sufrir inoportunas lesiones. Pasada la una de la tarde, el sol caía a esa hora a plomo sobre nuestras cabezas e iba minando las fuerzas que nos quedaban.
El momento, sin embargo, era para estar realmente contentos, pues faltando tan poco para acabar con aquellos 20 Kms de la etapa, una de las mas cortas de nuestro tramo de aquel año, atravesando una zona tan encantadora como aquella, toda ella llena de arbolado, verde por doquier y en directo contacto con la naturaleza en su estado mas puro, hubiera sido como para dar palmas, pero aquella ultima dificultad, con el pueblo practicamente a la vista lo que nos había despistado haciéndonos bajar la guardia, nos volvía complicaba la marcha y aquella inesperada subida.
Aun así tuvimos tiempo para algunas fotos, de las que dejo una muestra, aprovechando que andábamos en fila india, cada uno a su suerte y quemando las pocas fuerzas que quedaban.
Menos mal que no hay mal que cien años dure... ni cuerpo que lo resista, ya que penosamente conseguimos alcanzar una meseta, por donde el camino estaba ahora todo rodeado de grandes helechos y matas, con lo que nuestro paso volvió a encontrar la horizontalidad, y aún mejor, pudimos comprobar que se habían acabado las cuestas y, salvo la entrada al pueblo, terminábamos con las dichosas subiditas.
Casi en la primera calle de Rabanal del Camino, y casi única como mas tarde pudimos comprobar, nos encontramos con un rotulo señalizador de carreteras, en el que se podía ver que estábamos solamente a 6 Kms de Foncebadón. A Javier y a mi nos vino, casi al unisono, la idea de continuar hasta alcanzar la mítica aldea de la montaña maragata. Solo era la una y media del mediodía y a las tres de la tarde podíamos haber llegado perfectamente, pero una simple mirada el uno al otro, otra a la derrengada Esperanza que había subido en cola del grupo, descolgada, incluso callada... que de por sí era ya difícil, nos convenció de que debíamos dejar las heroicidades para otra ocasión y que era mucho mejor idea, buscar acomodo en algún albergue, tomar una buena y reparadora ducha, tomar asiento para la reconfortante comida y descansar desde ese mismo momento.
Y así se hizo, sin ni siquiera una palabra, continuamos por la calle Real de Rabanal en agresiva cuesta, y viendo como algunos negros nubarrones venían bajando de la montaña a nuestro encuentro. Poco nos importaba ya, pues a lo lejos veíamos a varios peregrinos sentados a las puertas de una par de bares, apurando grandes jarras de cervezas y refrescos. ! Paaaaaso... que es mi turno ¡

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