martes, 26 de mayo de 2009

Atravesando un Arco Iris

Y de nuevo en el Camino Francés, tras una semana de entradas por el Sureste, escritos que me sirven para colaborar con la revista de la Asociación.
Fuimos tomando la salida de Foncebadón comprobando que aquella zona estaba en igual grado de decrepitud que la entrada. Solo se salvaban la antigua ermita, ahora restaurada por los alemanes junto a un pequeño albergue parroquial donde sellé mi credencial de nuevo, y la Cruz de peregrinos que marcaba el sendero a seguir. Conseguí no obstante una preciosa foto de esa cruz, con el sol apenas visible entre la niebla, y que presentaré, si Dios quiere, en el próximo Concurso Fotográfico con esperanzas de ganarlo, como cada año.
Parecía que la bruma se estuviera levantando, ya que aquí y allá, aparecían espacios bien iluminados por el sol que contrastaban con otros aún inmersos en la espesa niebla. Algunos altos muros en ruinas de alguna antigua edificación aun se mantenían en pie, como mudos y fantasmales testigos del paso de los peregrinos. De los peregrinos presentes, entre los que nos encontrábamos nosotros aquella mañana, y antes que nosotros, infinidad de caminantes a lo largo de los siglos que debieron pisar el mismo sendero y parecidos charcos como los que nos tocaba sortear ahora, dando saltos para pisar en seco.
Y de pronto, justo enfrente de nosotros, una buena porción de niebla se fue moviendo con presteza por la ladera del monte, tal vez empujada por alguna brisilla que bajaba de la montaña, y dejándonos a la vista un maravilloso arco iris, cuya franja coloreada mas cercana pareciera que fuéramos a tocar con nuestras cabezas.
Se produjo una parada general de los peregrinos que andábamos por el lugar. Aquello era un espectáculo sin igual. Una ocasión única en la vida. Un fenómeno atmosférico siempre curioso y bonito, pero al que, acostumbrados a verlo en la distancia y siempre en altura, raramente se tiene la oportunidad de contacto físico con él. Y nosotros, en aquellos momentos estábamos a punto de atravesarlo, a muy baja altura, casi a ras de suelo, con lo que nadie se quiso quedar sin la correspondiente fotografía, testigo gráfico del excepcional acontecimiento, y por ello la foto que acompaña la entrada, a pesar de que no refleje en toda su medida la sensación vivida.
Fue como atravesar un pequeño y débil túnel de luz, como un sueño o tal vez una alucinación. Mi respiración alcanzó a notar una fría humedad y mi piel se llenó de minúsculas y frescas gotitas de agua. Y un par de metros mas allá aquellas sensaciones habían desaparecido, lo que me hizo darme la vuelta para comprobar que los colores aun permanecían a mi espalda, y de que una pareja de peregrinos que me seguían, primeramente algo difusos a la vista, volvían a recuperar todas sus nítidas formas al pasar al otro lado.
Este momento, junto a la clara visión de un millón de estrellas de la Vía Láctea (Camino de las Estrellas lo llaman) un amanecer en Boadilla del Camino, han quedado grabados en mi memoria de manera imperecedera, como instantes indescriptibles y fuertemente vividos. Que sin duda no volverán a sucederme jamas, pero con la alegría de haberlos experimentado al menos una vez en mi vida. Algunas maravillas entre otras que solo ocurren en este maravilloso Camino de Santiago.

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