miércoles, 6 de mayo de 2009

Ultimas horas del día

Lo primero fue hacer tiempo para la cena. Esto se consiguió escuchando la tertulia que se originó en el saloncito del albergue, y a ratos viendo como llovía afuera mientras me fumaba algún cigarrillo. Mis dos vascos, a los que el tiempo había permitido acercarse hasta la tiendecilla y comprar algunas vituallas, andaban a la greña. Como siempre, Esperanza, charla que te charla, indicaba a su marido lo que debía hacer o decir... Javier, que normalmente solía callar y otorgar, esa tarde no le pasaba una y la reprendía intentando vivir su propia vida... cosas del tiempo lluvioso, que todo lo altera.
Finalmente me cansé de chácharas y decidí ir por libre... bajar a cenar al restaurante junto al albergue... con lo que allí los dejé a todos.
Pedí una sopa castellana y unos calamares a la romana y mientras esperaba mis platos llamé a MD para darle el parte de la noche.
Al poco apareció Javier... que por fin había optado por lo mas sensato, esto es... dejar a su señora a su bola y que les comiera la oreja a los extranjeros con sus interminables diatribas. Pero Javier, que quería planificar la etapa del día siguiente, al verme hablando por el móvil con mi propia señora, tras un momento de indecisión y con buen criterio, prefirió dejarme a solas con mi conversación y volver, con el rabo entre las piernas, a aguantar a su media naranja.
La cena no fue nada del otro mundo... y menos por el astronómico precio de nueve euros que me soplaron. Pero al menos me permitió desconectar un poco del cargado ambiente del salón del albergue, poner mis ideas en orden, apuntar algunas cosillas en mi cuaderno, evocar los sitios y situaciones de las anteriores etapas y de aquel mismo día y sobre todo imaginar como sería la siguiente etapa de mas de 32 kilómetros, y en la que el Alto de Foncebadón, primer escollo de la jornada nada mas salir, me preocupaba un poco.
Y acabada la cena de nuevo al albergue, para comprobar que la lluvia había cesado mientras me encontraba enfrascado con mis pensamientos. Unos minutos después, comprobaba que en nuestra habitación había nuevos huéspedes. En una litera dos brasileñas, veteranas, algo serias y feas como un pie... y en la cama superior a la mía un ciclista nacional, que debía llevar ya varias horas durmiendo a tenor de como roncaba. Rápido aseo, tapones de cera en los oídos, el buenas noches a mis dos compañeros vascos y de nuevo el dolor de piernas una vez estas se relajaron, dieron paso a mi tradicional forma de dormirme... como por desmayo.

1 comentario:

Lorena dijo...

Brasileñas feas, tíos que roncan... te lo montas un poquito regular, tito...
En mis fantasías sobre el peregrinaje, siempre había imaginado albergues llenos de fornidos mozalbetes tostados por el sol dispuestos a masajear mis doloridos pies... Como se enteren mis amigas de que esto no funciona así, nunca lograré convencerlas de que hagamos el Camino!!
Besitos :-)