miércoles, 13 de mayo de 2009

Empieza a alborear

Poco a poco fui ganando en confianza. Lo que antes eran siluetas negras, aparecían ahora mucho mas nítidas y claras. El tímido alboreo del amanecer, a pesar de la pertinaz neblina, me fue devolviendo la confianza y el valor.
Durante un momento recordé aquella leyenda que venía en todas las cartillas militares, cuando aun se estilaba hacer la mili, que decía: Valor... se le supone. Que verdad y cuanta razón debían tener nuestros mandos... el valor y la falta de miedo solo pueden demostrarse en situaciones extremas, y yo en aquellos momentos de ascensión, solo, por un sendero a oscuras, casi me había cagado en los pantalones.
Conseguí llegar hasta una especie de abrevadero de animales realizado con piedras en el que, por fin ¡¡.... había una flecha amarilla indicativo de que no me había perdido. No obstante pensé que ya estaba bien de heroicidades en solitario, que mejor continuar acompañado, y me senté a esperar a los compañeros... me daban igual italianos o vascos... la cuestión era continuar en compañía. Descolgué mi mochila, me encendí un ducaditos y esperé ser alcanzado descansando sentado sobre el murete.
Pasados unos largos minutos aparecieron Javier y Esperanza y se unieron a mi, comentando lo difícil que había sido el anterior tramo en plena negrura, incluso Javier opinaba que debería haberse demorado mas en el water dando tiempo a que amaneciera... ! Claro, tio... y yo congelándome en la calle ¿no? ¡
Hubo tiempo para algunas fotos, aunque casi todas salieron de una manera extraña debido a la niebla que nos seguía rodeando. Y nos pusimos de nuevo en marcha, esta vez con la esperanza de que en Foncebadón algún garito estuviera abierto y tupiéramos la oportunidad de un caliente desayuno.
Si hasta aquí habíamos atravesado un monte por una de sus vertientes y la subida aunque constante habían sido realmente suave, desde aquel punto en que nos encontrábamos la pendiente se fue endureciendo un poco. Primero, alcanzamos y cruzamos de nuevo la carreterilla, para volver a un sendero cada vez mas empinado, siempre apuntando hacia arriba. La diferencia esta vez era notable, pues al hacerlo en grupo la charla entre nosotros nos distrajo de otras disquisiciones, incluso de vez en cuando oíamos el motor de algún coche o furgoneta que transitaba por la cercana aunque oculta carretera.
El día era ya una realidad y la claridad cambiaba mucho las cosas, con lo que las ganas por llegar y conocer la mítica aldea de Foncebadón nos tenia ocupados y no pensábamos en las rampas que íbamos ascendiendo paso a paso. Solo la niebla molestaba algo al dejarnos su humedad sobre nuestros chubasqueros y en general nos impedía disfrutar del magnifico paisaje de aquella montaña, solo vislumbrado en alguna tregua que se concedía a si misma aquella espesa bruma blanca que lo inundaba practicamente todo. El sendero flanqueado por aquellos matorrales de numerosas y multicolores flores hacia mas llevadero el caminar... y sobre todo la cantidad de olores que nos llegaban desde todos los lugares hicieron que aquellos momentos se recuerden como algo mágico e irreal, dificilmente explicables.
A pesar del cansancio de aquella subida, estábamos disfrutando como nunca y sabedores de que no todo es "orégano" en el camino, nuestros sentidos andaban alertas ante cada una de las maravillas que nos rodeaban.

1 comentario:

Lorena dijo...

Hola tito, me ha encantado esta entrada. Estar sólo y apreciar el propio aguante en condiciones extremas es muy enriquecedor a la hora de conocerse a uno mismo, pero qué bonito es también tener a alguien que te acompañe en el camino...

Por cierto, el gayato te sienta genial ;-)

Un abrazo!!!