De la visita turística que tan malos recuerdos me trae, solo de pensarlo me entran picores en las zonas nobles, decir que Rafa no nos acompañó. El almeriense prefirió descansar sus rodillas y se quedó chafardeando con la gente del albergue. Esperanza, si bien hizo el primer tramo de la visita, al cabo de una hora tuvo bastante, y se retiró también al albergue para reposar.
La Rúa, calle donde estaba situado el albergue, tenía sabor y aspecto medieval, con varias casonas renacentistas. Plateresca era la actual Casa de Cultura antes Palacio de los San Cristobal, o el bellísimo Palacio de los Reyes de Navarra, hoy museo de arte. Al otro lado, y al final de unas empinadas y larguísimas escaleras, la iglesia del siglo XIII de San Pedro de la Rúa.
Miguel, Javier y yo, por el Puente del Azucarero pasamos al otro lado de la ciudad y visitamos la iglesia de San Miguel de portada románica tardía, según rezaba mi guía.
En una bonita pastelería de la calle Mayor, tomamos un café que acompañamos de unas tejas muy dulces y con mucha canela... a la mierda el régimen de la diabetes...
Allí nos separamos los tres. Yo quería comprar algún décimo de lotería de Navidad (no tocó, ... como siempre) y se me hacía perentoria la reparación de la entrepierna como ya relaté ayer.
Quedamos en reunirnos de nuevo a la hora de la cena en la Plaza de los Chorros, lo que me hacía tener que volver hasta las proximidades del albergue. Cuando llegó la hora señalada, solo Javier apareció. Una nueva deserción, esta vez el valenciano que prefería cenar fruta acostado en su cama y descansando. Por cierto que Miguel tuvo sus mas y sus menos con el hospitalero de noche, una discución por no sé que motivo.
Elegimos el Asador Astariaga, de nuevo en la plaza de los Fueros, un local con muy buen aspecto y un comedor bastante amplio, donde coincidimos una noche mas con los dos matrimonio valencianos y por tanto con la rubia Inma y sus magníficos ojos azules que me tenían cautivado. El menú del peregrino consistió en un pisto, una rotunda rodaja de atún fresco y pastel de arándanos de postre. Pero lo mejor de la noche fue que el camarero, un tipo regordete, calvo y sonrosado, con "mas pluma" que una vedette, nos tomó a Javier y a mi, por "pareja de hecho". Unico camarero, tenía el restaurante de bote en bote, pero solo se dedicaba a nuestra mesa, y solícito no paraba de llamarnos "parejita", confundiéndonos con lo que, desde luego, no eramos.
Cree el ladrón, en este caso el maricón, que todos son de su condición. El caso es que salimos de allí escopetados por la hora de cierre del albergue, y yo bastante mosqueado. Sin duda estaba cansado y agotado, sin fuerzas para haber reaccionado como suelo, y haberle dado una colleja a aquel confundido camarero de Estella.
viernes, 25 de enero de 2008
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