jueves, 24 de enero de 2008

Impotencia y otros problemas sexuales

Casi las tres de la tarde cuando enfilábamos La Rua y nos inscribíamos en un precioso albergue, a tenor de lo visto en la recepción. Pero a esa hora el albergue estaba lleno, y nos tocó litera en una casona aneja, con justo lo imprescindible. No obstante, pagamos un poco mas para tener derecho al desayuno a la mañana siguiente. Muy cansados, nos dirigimos hacia las duchas, para encontrarnos con que no quedaba agua caliente. Esto no hubiera tenido mayor problema, si no llega a ser porque el agua estaba helada. Pero helada, helada. Cuando le tocó el turno a nuestro Rafa, este salió entre lívido y morado pero aun en condiciones de sentenciar una de sus ilustres frases. La de este episodio fue una protesta por lo inhumano de dejar a unos pobres peregrinos ducharse con semejante agua, cuyo estado de congelación y consiguiente impresión al recibir el chorro helado podía provocar... ! una impotencia sexual !

No sé si fue la risa por la ocurrencia de Rafa, mi propia impresión traumática tras la ducha, puro nervios o las tres cosas a la vez, pero el caso es que no debí secarme convenientemente. Tres hora después, una vez iniciada la visita turística, caminando por el pueblo, me sobrevino una rozadura en la entrepierna por los calzoncillos húmedos, de tal manera que no podía andar un solo paso. Andando con las piernas totalmente abierta, provocando el asombro de las mamas que daban la merienda a sus retoños, conseguí llegar hasta la plaza de Los Fueros. No sé que debía parecer, pero seguro que fui la comidilla de las mamas durante algunas semanas en la puerta de los colegios de Estella. En una farmacia compré una crema que me aliviara, y en una corsetería de señoras que tenía algunas prendas de caballeros, unos calzones tipo boxer sin costuras. Desde ese día continué ininterrumpidamente con esa ropa interior, que lavaba primorosamente cada tarde, sabiendo que no soportaría los slips que llevaba normalmente. Gracias a Dios, al Apóstol y a la farmacéutica, la crema fue casi milagrosa y al día siguiente, y sucesivos me ahorré llevar entre las piernas un revuelto de huevos.

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