Volvimos a cruzar el puente de la Rabia, acompañados de cerca por un grupo de franceses y cuatro chavalas hungaras, junto a las que habíamos cenado la noche anterior, sin enterarnos de lo que parloteaban entre ellas.
El fresquito de la mañana, nos hizo andar deprisa intentando entrar en calor, y fuimos pasando por pequeños pueblos como Ilarratz y Ezkirotz, pero eran tan pequeños, casi aldeas, que no vimos ni un solo bar o sitio donde tomar algo caliente y consistente. Sin embargo, si que pudimos oler y pisar los residuos de una grán fabrica de Magnesitas que encontramos en el camino. Fue aproximadamente un kilómetro de un paisaje desagradable, con el terreno macahacado por los camiones que depositaban, no muy lejos, la escoria y desechos de la fabrica. De nuevo podíamos apreciar una nueva agresión del paisaje y del milenario Camino, en arras de la modernidad y el desarrollo. De cualquier modo, que nadie me pregunte que es y para que sirve la magnesita esa, pues lo desconozco.
Hora y media despues de haber salido, llegamos a las inmediaciones de Larraosaña, del que todas las guías hablan maravillas por la belleza del pueblo, pero un peregrino nos avisó de que todo estaba cerrado por las fiestas, y que los mozos del pueblo que aun seguían con la fiesta de la noche anterior, los habían corrido a botellazos hasta sacarlos de nuevo al camino. No hubo nada que pensarse, y salimos por piernas, continuando con nuestra ruta.
miércoles, 2 de enero de 2008
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