miércoles, 2 de enero de 2008

Reflexiones de un insomne

Tras 11 días de vacaciones de Navidad en los que he estado lejos de mi ordenador, días en los que he tenido dificultades para conseguir uno con el que publicar alguna que otra entrada, vuelvo a la cita, casi diaria, que tenía con todos vosotros. Y a pesar de que cierto personaje que vive en Almería, un tipo que está deseando que llegue su momento de aparecer en este blog, y que me "estresa" metiéndome prisa, deberé antes de todo relatar algunas reflexiones que me fueron surgiendo durante aquella larga noche, acostado sobre una madera en aquel frontón de Zubiri.
A finales del mes de Agosto, una noche que no olvidaré, me surgieron serias dudas de que fuera a realizar este viaje en el que estaba embarcado. La cosa empezó sobre las siete de la tarde. Un ligero dolor de estomago me fue indisponiendo. Sobre las nueve, ya en casa después del trabajo, la cosa fue en aumento, pasando de ligero a preocupante. Me puse a medicarme a base de manzanillas pues pensaba que era una pequeña indigestión. Una hora mas tarde el dolor se fue trasladando paulatinamente hacia la espalda, aunque yo seguí con las infusiones, una tras otra, y de vez en cuando, algún lingotazo de sales de fruta. A las once de la noche fue como si me pusiera de parto. Yo sabía que no podía ser... pues tomo precauciones, pero en mi fuero interno no descartaba un embarazo no deseado, y aquel debía venir de nalgas, a tenor del intensísimo dolor que me tenía doblado en cuatro. A media noche caí en la cuenta de que aquello provenía del riñón y, no se porque, me dio la sensación que solo con manzanilla aquello no mejoraría. Con lo que, como pude, cogí el coche y me dirigí hacia urgencias de un hospital. No sé muy bien como conseguí llegar, ya que el dolor en ocasiones me nublaba la vista. Pero llegué. Y rápidamente un medico me busco una vía y me inyectó unos calmantes, diciéndome que "solo era un cólico nefrítico". Mas tarde, cuando ya el tremendo dolor empezaba a remitir y me permitió centrarme en lo que me decía el galeno, fui cayendo en la cuenta de que tenía comprometido el viaje al Camino. El medico achacaba el episodio a que mi diabetes empezaba a fastidiarme otros órganos de mi cuerpo, pero yo solo pensaba en que hubiera podido ocurrir de haberme dado aquel telele en plena peregrinación. Mas concretamente, pensaba, allí acostado en Zubiri, como hubiera salido del trance si me hubiera dado allí mismo. Pasados unos días, mis sensaciones fueron mejorando, gracias a la medicación que me habían dado, y por fin pude aparcar mis temores de quedarme en casa y no poder realizar el viaje.
Para festejar mi buena suerte, unos días antes de mi salida hacía Roncesvalles, decidí comprarme unos calcetines especiales, que en Decatlon, anunciaban como especiales anti ampollas. Aquella mañana, en Zubiri, al levantarme me los coloqué muy contento. No tenían nada de especiales, salvo que eran un poco mas gruesos que los solía utilizar en Galicia el año anterior. Y el caso es que, recién puestos y estrenados, eran muy cómodos y calentitos.
También aquella noche, oyendo como la lluvia caía en el exterior, me acorde de mi cuñado Jorge, el metereólogo. Un par de días antes de mi salida le pedí que me hiciera una predicción del tiempo que iba a encontrarme por Navarra. "Fresquito por las noches, pero nada de lluvia" me vaticinó. Allí acostado, preocupado por la que estaba cayendo fuera, caí en la cuenta de que nadie puede adivinar que tiempo hará, si nos es saliendo al balcón de tu casa al amanecer y ver como está el cielo ese día. Seguro que si Jorge leyera estas lineas, pensaría: "Hombre de poca fe... falta de confianza... dudando de un profesional, y además entre familia". El caso es que medio acertó, ya que si bien las tres primeras noches en Navarra estuvo lloviendo, y bien, al amanecer paraban las lluvias, y nos salía un sol maravilloso. Aunque sigo sin saber como lo hacen para preveer el tiempo, y las dudas me asaltan de tarde en tarde, debo reconocer que mi cuñado es de los buenos y siempre acierta.
Nos fuimos levantando uno tras otro en aquel infesto albergue, y casi de noche aun, fuimos saliendo y preparándonos para la etapa del día, que nos llevaría hasta la capital navarra. Para acabar con aquel pueblo, diré que ningún bar estaba abierto a aquellas horas, y tuvimos que ponernos en ruta sin desayunar, salvo alguna galleta que algún peregrino se había dejado en la cocina, y que pudimos rapiñar y comernos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El almeriense al que te refieres, ese santo varón, seguro que no son tantas las prisas que te mete. Por otra parte a tu cuñado Jorge, que ese sí que te lio bien con la predicción, a ese no le dices nada, que verguenza, como tira la familia, sí esque donde se ponga el tráfico de influencias....
que se quite lo demás.