martes, 11 de marzo de 2008

Tarde en Najera

Antes de continuar, daré la bienvenida a Antonio y Chelo, dos buenos amigos que se añaden a la lista de lectores de esta bitácora. Mañana se marchan de vacaciones... con lo que les deseo un feliz viaje y una espléndidas estancia. Cuando Antonio regrese deberá ponerse las pilas pues tendrá el IVA de todas sus contabilidades por hacer... jubilate de Correos para esto...
Y tras tomar los apuntes del Poema del Camino, continuamos el Gordo, el Flaco y yo, caminando por las calles de Najera, hasta que por fin, y casi al otro lado del pueblo dimos con el albergue de peregrinos. Eran las 14 horas y el chiringuito no abría hasta las 14,30, con lo que tuvimos que hacer media hora de cola a pleno sol juntamente con una infinidad de peregrinos. Entre ellos, mis dos compañeros canarios saludaron a un tipo, creo que colombiano, que hacía el camino con su hija de muy corta edad, ella cómodamente instalada en una silleta de ruedas. Eché en falta la figura de la madre, y les pregunté por ella, pero no supieron responderme, pues no la habían visto en ninguna ocasión por lo que nos quedamos muy extrañados de aquella situación.
Finalmente nos inscribimos, los hospitaleros eran un matrimonio de jubilados alemanes muy pulcros y puntillosos, nos duchamos, lavamos la ropa y nos dejamos caer sobre las camas para descansar un rato.
Cuando por fin decidimos salir para visitar el pueblo y el Monasterio de Santa María La Real, las piernas casi no me sostenían. Los treinta kilómetros de aquella mañana, me pasaban factura, y renqueando fuimos a hacer las visitas. La enorme iglesia con todo su tesoro artístico y religioso era impresionante. A mi me cautivó especialmente el Claustro de los Caballeros, no solo por sus tracerías y filigranas platerescas, sino por la sensación de paz y tranquilidad que, a aquella hora, se podía disfrutar allí. También me impresionó el panteón real, con sus mas de 30 tumbas, todas de reyes e infantes navarros, así como el sepulcro románico de Doña Blanca de Navarra.
Y la imagen, también románica, de la virgen que, según cuenta la leyenda encontró el rey Don Garcia cuando en un día de caza, se le extraviaron su halcón y la paloma que perseguían. El rey encontró una cueva, y en ella al halcón y la paloma extasiados ante la imagen de esa virgen con el niño, juntamente con una lámpara, una jarra de azucenas y una campana. Don Garcia interpretó el hallazgo como una buena señal ante la batalla que debía librar en breve para la toma de Calahorra, y tras su victoria y conquista de la plaza, y en señal de agradecimiento, mandó construir alrededor de aquella primitiva cueva un cenobio, que con el paso de los años se convirtió en la espectacular y cuidada iglesia que es hoy.
Tras la visita, nos detuvimos a descansar en un café-pub cerca del Monasterio, en la plaza del Ayuntamiento, donde yo me tomé un par de granizados de naranja bien azucarados, lo mejor para fastidiar a mi diabetes, y donde casualmente coincidí con una turista alicantina, concretamente de San Juan pueblo, que vivía en La Rambla y además conocía a mi jefe.
Por la calle Mayor llegamos hasta el puente de San Juan de Ortega y por la ribera del rio Najerilla, en donde metimos los pies para que la circulación sanguínea se reanimara, y nos dejamos caer como sacos de patatas, tumbándonos en el césped.
Los canarios propusieron ir hasta la otra orilla donde nuestra credencial y nuestro albergue nos daba derecho a bañarnos en una piscina municipal, pero yo me negué en redondo, con lo que me dejaron solo con mis dolores de piernas. Alucinaba en colores, ya que sentía dolor en músculos del cuerpo que hasta entonces desconocía que existieran.
No lejos de donde reposaba mis huesos, el joven ponferradino y la agraciada italiana discutían acaloradamente. Una pelea de enamorados pensé yo... pero la italiana se levantó rebotadísima y se marchó, dando por terminada la "relación" con el chaval, ya que no volvieron a caminar juntos desde aquella tarde.

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