jueves, 13 de noviembre de 2008

Cena en el Barrio Húmedo

Primeramente nos dirigimos hacia una de las tascas en la ya estuvimos los cuatro el año anterior. Una en que como tapa sirven a sus clientes un langostino. Recordemos que cada bar del barrio suele especializarse en una tapa diferente, para diferenciarse unos de otros y resultar atractivo el cambiar de unos a otros en cada ocasión. Pero una vez engullido el crustáceo y aún con la copa de vino en la mano, caímos los tres en que nuestro apetito dificilmente se aplacaría con un pinchito aquí y otro allá, y que encestábamos algo mas sustancioso. No solo beber vinos o mostos y marear la perdiz. Una vez pagamos cruzamos la calle y nos dirigimos a instancia mía al Bar Latino, del que aún conservaba el recuerdo de aquella suculenta cena con Mª Dolores, en la que nos sobró de todo y no pudimos acabar.
Encontramos mesa en el interior, cosa sana ya que fuera hubiéramos podido pillar una pulmonía. Y estuvimos repasando la carta en búsqueda de raciones que a todos nos apañaran. Esperanza siempre pijotera con la comida y de poco cenar, dejó que eligiéramos los dos hombres. Primero una de pulpo a la gallega o a feira, como gustan llamarlo los galegos y luego nos fijamos en el plato de embutidos leoneses, aunque yo avisé de que sería una exageración para solo dos, ya que la vasca se pidió solamente un plato de patatas fritas. Pero aun no quedó ahí la cosa, ya que a ultima hora y ante el asombro del camarero por la lista de cosas que pedíamos y a pesar de avisarnos que las raciones eran muy cumplidas, añadimos un plato de morcilla leonesa.
Estaba yo recordando y contándoles a mis dos compañeros el episodio de los calmares del año anterior, cuando apareció, en la mesa junto a la nuestra, un plato de estos a la romana.
Aquello no lo se lo saltaba un gitano. Calamares gordos, lustrosos y en tal cantidad como para aburrir a Carpanta.
Pero cuando empezó a llegar lo nuestro, y tuvimos que ir haciendo sitio a los platos, nos dimos cuenta que dificilmente acabaríamos con aquello. Menos mal que a la que no cenaba nada, Esperanza, se le fueron los ojos ante el lomo y la cecina. Y se quedó extasiada ante la morcilla que venía toda desmigada y humeante, aunque tras comerse una generosa porción y relamerse como un gato, dijo con cara contrariada que picaba demasiado y debía ser muy indigesta de noche.
Un poco de pulpo, morcilla, mas pulpo... un trocito de queso, otro de jamón... ahora mojo el pan en el aceitito con pimentón... ahora otra vez pero en la morcilla. Nos pusimos las botas y aunque no todo pudo acabarse, quedamos satisfechos y saciados. Cuando salíamos mire de reojo, y vi que aun quedaban calamares en el plato de nuestros vecinos, y sus caras y carrillos hinchados indicaban que han tendrían para rato.
Con la buena cena y el vinillo habíamos entrado en calor, y para hacer la digestión decidimos acercarnos hasta el albergue de las Carbajalas, con la intención de sellar credenciales y ver que hubiera pasado si lo hubiéramos fiado todo a encontrar sitio en aquel lugar, y no reservar plazas en el hotel.
Recorrimos la corta distancia hasta allí comprobando que las calorías ingeridas nos habían quitado el frío de la llegada. El albergue estaba lleno, pero el hospitalero nos atendió y charlamos un poco con él. Nos indicó que en el edificio colindante, el que mediaba entre el albergue y el convento, existía también una hospedería, y curiosos salimos y nos dirigimos allí. Al llegar vimos salir a un joven cura elegantemente vestido y con alzacuellos, nos saludó distraido al pasar y nosotros hicimos intento de aprovechar la puerta abierta para entrar, pero un hospitalero o recepcionista nos indicó por señas que estaba lleno o cerrado. Con lo que dimos media vuelta y deambulamos unos minutos por la plaza que da a la parte trasera de la Iglesia de Santa María del Mercado.
Volviendo sobre nuestros pasos, paseamos por la Plaza Mayor que ya lucía completamente iluminada y de momento nos volvió el frío en los cuerpos, con lo que decidimos volver cuanto antes al hotel y dar por concluida la tarde de turismo.
Caminábamos a buen paso, mientras yo hacía la llamada de buenas noches a MªDolores. En un momento dado, cuando le explicaba el fresco que hacía en León y que toda la gente llevaba ropa de abrigo, me entró una extraña sensación en el cuerpo acompañada de tiritonas y castañear de dientes. Jamas en la vida me había sucedido algo semejante, y se me hizo eterno el trayecto de vuelta hasta el hotel, donde seguro que volvería a entrar en calor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sois todos fabulosos, os agradezco de todo corazón vuestro apoyo, y que DIOS os bendiga. Muchos Besos

Anónimo dijo...

Hola:

Acabo de hablar por teléfono con Rafa y me ha dicho que se va para casa. Me ha hecho muchísima ilusión. Me ha recordado mucho a Nereida. Son dos personas muy positivas.

Seguiremos en contacto este fin de semana.

Besos para todos

Anónimo dijo...

Para mi tocayo Rafa, siento no haber podido entrar antes en le blog de Alberto, que es un poco o mucho el punto de encuentro de otros queridos amigos y amigas, pero mas siento aun al entrar y encontrarme con esta desegradable noticia. Animo Rafa, porque segun conozco de Alberto este "partido" ya lo has ganado anteriormente y animo a Nora por que tu disgusto es tan grande como el de Rafa y tu aportacion es inestimable en su lucha, que en realidad es de los dos y de todos los que tenemos la suerte de conoceros.