viernes, 7 de noviembre de 2008

De paseo por León

Y de nuevo en León. En la recepción del hotel, pude abrazar a mis amigos donostiarras. Javier, como siempre enganchado a la tele viendo como discurría la Vuelta Ciclista a España y Esperanza matando el rato con una revista, y ojo avisor por si podía pegar la hebra con alguno, me vieron llegar incluso antes de que yo reparara en ellos. Nuestra alegría por el reencuentro, tras un año de contactos telefónicos ocasionales, dieron paso a todo tipo de preguntas sobre el estado de salud de Alvarito y resto de familia. Debidamente inscrito y con la llave en mi poder subí a la confortable habitación, donde dejé la mochila, curiosee un poco aquí y allá, y tras una ducha rápida volví a bajar dispuesto ir a donde quisieran llevarme mis dos compañeros.
la primera parada fue ante el Parador de San Marcos a donde llegamos en pocos minutos paseando por la ribera del río Bernesga. Reparamos en que el Camino de Santiago continuaba en linea recta a la salida del puente, lo que nos serviría a la mañana siguiente para no perder tiempo, y nos dedicamos a fotografiarnos ante el peregrino de bronce que descalzado y en actitud ensoñadora observa el impresionante edificio. Hicimos la visita obligada a la recepción del lujoso hotel... cuestión de, como moscas cojoneras, estropear el álbum a la pareja de recién casados que junto a sus primeros invitados se retrataban en la puerta del caro y exclusivo restaurante y acto seguido entramos en la iglesia vecina donde, como no, se celebraba otra boda. Es increíble la de parejas que en León eligen las tardes de los sábados para sus esponsales. Ya el año anterior, MD y yo tuvimos ocasión de comprobarlo, y mas tarde supimos a través del conserje del Riosol que aquel día se habían casado 26 parejas en la capital. ! Para que luego digan que el matrimonio esta en crisis ¡
Callejeando fui dirigiendo al grupo hasta las proximidades de la Plaza de Santo Domingo, causando el asombro de mis amigos por lo fácil que me orientaba en una ciudad casi desconocida, pero normalmente me bastan unos buenos paseos andando por ellas, para años mas tarde recordar infinidad de detalles de sus calles y saber encontrar los lugares que busco.
En aquel momento recibí una llamada telefónica del hotel que tenía reservado en Santiago para la semana siguiente, confirmándoles la reserva tal y como teníamos previsto. Durante la breve llamada Esperanza se había desviado un tanto de la ruta que yo tenía prevista, lo que nos llevó en ese punto a acercarnos hasta la Basilica de San Isidoro. Antes de llegar encontramos un monumento a las Tres Infantas de León en una plaza cercana. Utilizo una foto de dos de las estatuas, para colocarla en la entrada de hoy. Por alguna extraña causa, que no llego a comprender, me es muy simpática la figura de esas infantas, de las que no sé su historia, y ni mucho menos he sido debidamente presentado a sus excelencias, pero así son las cosas.
De la Basilica, de nuevo, nada puedo contar. Acabada una nueva boda unos momentos antes, a tenor de algunas señoras rezagadas para llegar al convite, con trajes y vestidos de colores inverosímiles, las puertas de la iglesia estaban ya cerradas, así como las del Museo adjunto, con lo que de nuevo me quedé con las ganas de visitar como es debido aquella maravilla del Románico.
Volviendo a las bodas, es normal recibir por Internet toda clase de correos sobre estrafalarias bodas, de las que resaltan por su "plasticidad" las bodas inglesas y la de los macarras y pandilleros negros americanos. Pero, para ser sinceros, algunos bodorrios patrios no les van a la zaga y puede verse, sobre todo entre los invitados masculinos, algunas combinaciones de trajes de mercadillo o del mismo cementerio, recién robados y que sin duda les sentaba mejor a los muertos. Se ven corbatas que atentan contra toda lógica estética y muchos zapatos que estarían mejor en el contenedor de basura. Algunos parecen malos comerciales que han salido corriendo de la inmobiliaria Don Piso, incluso sin cambiarse la corbata verde chillón, y acuden presurosos a salir en la foto y luego ver si en el restaurante dan langostinos, aunque sean congelados. Otros, y sobre todo otras, por el contrario sacan partido, cueste lo que cueste a los vestidos comprados hace cuatro Nocheviejas... y así sale lo que sale.
Pero centrémonos (que es gerundio) en el relato y no divaguemos (pongamos... que también es gerundio). De ahí, hasta la Casa Botines y el Palacio de los Guzmanes, fue un corto paseo, siempre hablando y comentando anécdotas acaecidas a lo largo del año, y de las que Esperanza tenía un carro para contar. Por la calle Ancha, parándonos cada cierto tiempo para ver escaparates de tiendas, llegamos hasta la Plaza de Regla, y por consiguiente a la Catedral. No nos pudimos resistir a la obligada visita y allí pasamos casi una hora, volviendo a disfrutar con el arte que encierra esta imponente iglesia, y en especial admirando sus vidrieras.
Una vez fuera, notamos como la brisilla que había estado soplando toda la tarde, una vez escondido el sol, se había convertido en un fresquete que molestaba si uno permanecía parado.
Y para combatir el frío ambiente, nada mejor que unos vinos en un cálido mesón del Barrio Húmedo y ya puestos, la cena a base de tapas como es habitual allí, con lo que nos encaminamos a paso vivo y ligero para hacer desaparecer la carne de gallina con que se nos había quedado el cuerpo.

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