miércoles, 5 de noviembre de 2008

El aburrido viaje en trén.

El viaje hasta Madrid... soporífero. Me entretuve haciendo sudokus, mirando los paisajes y soportando al compañero de asiento que cada 30 segundos tenía un ataque de tos. Deseé que su viaje fuera corto. Que se bajara en Albacete, o lo mas en la capital, pero una conversación con el revisor me devolvió a la triste realidad... viaje de costa a costa... el tipo iba a Gijón, y debería soportarlo hasta el final de mi trayecto.
Al paso por la capital albaceteña, tuvimos algo de lluvia. No eran buenos augurios, pues a medida que fuéramos subiendo la península, subían las posibilidades de encontrarnos con mal tiempo por la zona norte. El dicho de que "no hay Camino sin un poco de lluvia" queda bien como frase, pero es un verdadero engorro cuando estas en plena caminata. Mis dos bocadillos cayeron uno tras otro. El correspondiente a la comida a poco de entrar en Madrid. Chamartin, y parada técnica de unos diez minutos. Salí al andén a fumarme un par de cigarrillos, y allí, alucinado contemplando las torres de Vallehermoso construidas en lo que fuera la antigua Ciudad Deportiva del Real, reparé en que la mujer de Juan también le dada al Ducados, un par de vagones mas allá. Me acerqué hasta ella y estuvimos charlando un momento. No tengo excesiva confianza con ella, al menos no tanta como pueda tener con su marido. Decidí aprovechar el pequeño parón para charlar con el amigo, pero este, en esos momentos, dormitaba en su butaca como un niño de pecho. Me dirigí de nuevo por el andén hasta encontrar el vagón restaurante que encontré justo cuando parecía que el tren reanudaba la marcha.
Demasiada gente había tenido la misma idea que yo, con lo que situado en tercera linea de cola esperé y esperé una eternidad para conseguir un simple cortado, que fui paladeando a pesar del traqueteo del tren mirando la revista Paisajes de Renfe. Cuando volví a mi vagón y pasé junto al asiento del matrimonio amigo, comprobé que quien dormía en esos momentos era la esposa y mi compañero del Sureste ya estaba operativo y charlando con la otra pareja de peregrinos alicantinos. Durante el rato en que estuvimos hablando, supe que permanecerían un día en León visitando la ciudad, por lo que no coincidiríamos en la ruta. Enseguida Juan sacó una hoja de papel en la que venía todo el plan de ruta proyectado. Comprobé que las etapas no eran exactamente las mismas que habíamos planeado Javier y yo, pero ellos disponían de 15 días en lugar de la misera semana que teníamos nosotros. El matrimonio que les acompañaba llegaba hasta Santiago, pero Juan y su mujer continuaban hasta Finisterre y luego aún hasta Muxía. Gracias al papel que me había entregado, aprendí una cosa que desconocía. Y era que, realizada la peregrinación hasta la costa, de la misma manera que al llegar a Santiago puede conseguirse la Compostelana, en aquellos dos pueblos te daban "la Fisterrana" acreditación de haber peregrinado hasta el "fin del mundo"; y que en la otra villa marinera te expedían "la muxiana", un nuevo certificado.
De nuevo en mi asiento, pude comprobar que el planteamiento de etapas realizado por Juan era cuanto menos descompensado, con algunas etapa realmente cortas y con final en lugares anodinos, y otras descomunalmente largas con auténticas kilometradas. Cada maestrillo tiene su librillo, no cabe duda. Pero me alegré de que no coincidiéramos, hubiera sido un engorro querer caminar con ellos y sin embargo tener la obligación de adelantar fechas para cumplir con nuestro propio plan.
Hasta León, mas de lo mismo... sudokus y toses y mas toses. Y salvo cierto susto al comprobar lo abrigados que andaban los viajeros al paso por las estaciones de Valladolid y Avila, el resto del viaje continuo sin nada que reseñar. El frío no suele preocuparme mas que por las mañanas recién levantado. Luego uno entra en calor, incluso a sudar, a medida que se pone a andar. Pero la lluvia es otra historia.
A la llegada a León, esperé a poder despedirme de los alicantinos, pero estos se dirigieron apresuradamente hacia el bar, y solo pude tener unas breves palabras con Juan de animo para la aventura que iniciábamos.
Ellos pensaban dirigirse al albergue municipal, bastante alejado del centro. En cambio yo no tuve mas que andar unos doscientos metros para encontrar el hotel reservado por Esperanza, el Temple Riosol, muy cerca de la estación y del paseo de Papalaguinda y el río. Mis dos amigos vascos me esperaban en recepción. Ya estábamos en marcha.

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