Nada mas salir del Santuario, siempre con nuestro inmejorable anfitrión a la cabeza, el Señor Alcalde, accedimos a aquel antiguo hospital, hoy convertido en una especie de casita rural, en cuya planta baja y en diferentes estancias se habían habilitado mesas y sillas para dar cabida a toda la concurrencia. Todo parecía preparado... platos, vasos, cubiertos, platitos con aperitivos como patatas fritas, cortezas de trigo, surtidos de frutos secos... y las botellas y botes de diferentes bebidas que aparecían repartidas y dispuestas. El hambre y la sed apretaban, y el grupo se abalanzó sobre los aperitivos nada mas tomar asiento, al mismo tiempo que arreciaban los comentarios de admiración por la magnifica intendencia montada allí, con lo que el buen humor y el jolgorio regresaba al nutrido grupo. Alcalde, concejal y un par de animosos jubilados que, no solo habían cocinado para nosotros, sino que se pusieron manos a la obra en satisfacer cualquier necesitad que pudiéramos tener, se movían de aquí para allá diligentes.
Inmediatamente aparecieron con dos ollas de pastor, sacadas directamente de la lumbre dispuesta en una dependencia anexa, a pocos pasos de donde nos encontrábamos. De la primera enorme sartén, y como aperitivo extra, empezaron a servirnos en los platos higadillos, asadura, riñones, algún trocito de magro... todos ellos deliciosamente condimentados y que desaparecieron rápidamente.
De la segunda se sacaron platos de Migas que corrieron igual suerte y aún con mas rapidez, a pesar de que mas de uno era la primera vez que probaba esta comida típica de pastores y cazadores de la zona.
Durante la etapa alguno había filtrado ya la noticia. El plato fuerte de la comida serían unos Gazpachos Manchegos, pero que "el factor sorpresa" se hubiera desvanecido con el soplo, no disminuyo ni un ápice el ardor con que atacamos esos gazpachos una vez llegaron a la mesa. Para entonces, varias mujeres de nuestro grupo habían salido en ayuda de nuestros improvisados y no por ello menos entusiastas "camareros". El "Alcalde", como ya todos le llamábamos perdido el inicial respeto que el cargo provoca en gente llana como nosotros, disfrutaba de lo lindo viendo a la tropa comer. Campechano a mas no poder, y ya arremangado, dejó que las mujeres se ocuparan de distribuir los platos, y junto a sus compañeros se dedicó a ir rellenando botellas de vino de unas garrafas que había en el exterior y a ofrecernos llenar nuestras copas con su oloroso caldo como si fuera el presidente de la cooperativa vinícola del pueblo.
¿Qué decir de los gazpachos? Pues simplemente que estaban deliciosos a pesar de ser "Viudos" o sin carne, como nos explicó uno de los cocineros veteranos, pero en los que no faltaban, sin embargo, varios tipos de verduras como pequeños trozos de judías verdes, pimiento rojo, patata y unos champiñones cortados en trozos generosos. ¿De sabor...?... Inmejorables y deliciosos, de los que hubo que repetir ante las insistencias de nuestros perfectos anfitriones, que de vez en cuando pasaban por las mesas preguntando si todo estaba bien y si deseábamos cualquier otra cosa mas.
Y cuando creíamos acabada la comida, se nos anunció que deberíamos hacer aún un poco de hueco en nuestros ya de por sí satisfechos estómagos, pues estaban a punto de llegar unos platos de "Forro", y para dar mayor énfasis se nos fueron distribuyendo en las mesas unos limones. Hay que reconocer que ninguno de los presentes y que no fuera del pueblo, sabía en que consistía aquel nuevo plato, pero salimos pronto de dudas cuando aparecieron varias cumplidas fuentes de "Careta de cerdo", que a la brasa y juntamente con algunos trozos de panceta y morro nos hicieron redoblar nuestros esfuerzos en comer, a cuatro carrillos y a pesar del colesterol que pudiera producirnos, tan rica comida.
Debió ser el vino, del que se rellenaron, sirvieron y bebieron, brindis va y brindis viene, un alto número de botellas, y debió ser este el motivo de varios peregrinos durmiendo y roncando a pierna suelta en el autobús en el viaje de vuelta. También debió motivar las numerosas incoherencias y risas desatadas, a veces histéricas y que no venían a cuento, por parte del personal femenino.
El caso es que para cuando nos sirvieron los postres, cerca ya de las 5 de la tarde, consistentes en variadas frutas del tiempo, el jolgorio estaba en pleno apogeo; algunas lenguas se trababan; alguno brindaba con el vaso vacío sin apenas notarlo; muchos preguntaban el partido del Alcalde, para votarle en las próximas elecciones; y general ninguno cayó en la cuenta de la hora que era. Solo el chofer que esperaba con el bús afuera, y que debía haber sobrepasado su horario laboral para un sábado por la tarde, parecía tener algún problema. Al darnos cuenta que se nos había ido el santo al cielo, en aquella agradable compañía, con aquellas in
creíbles y generosas personas que nos agasajaban y se desvivían por nosotros, nos entraron las prisas. Pero en un rápido trabajo en equipo conseguimos dejar el lugar recogido, limpio y ordenado. Nos despedimos afectuosamente de nuestros amigos de Montealegre, que aún salieron a la carretera para decirnos adiós y vernos partir.
El tema principal de conversación durante el viaje de regreso fue, lógica y sin lugar a dudas, lo bien que lo habíamos pasado, lo estupenda que había resultado la comida, superando cualquier idea preconcebida que pudiéramos haber tenido al llegar, los buenos amigos que habíamos hecho aquel día en La mancha y que se había vivido una de esas etapas que se recordaran siempre con gusto, tanto en la Asociación como en el Aula Abierta, durante mucho tiempo.
Solo queda por añadir unas palabras: VIVA MONTEALEGRE DEL CASTILLO y su Señor Alcalde... y lastima que vivan tan lejos, pues de lo contrario acudiríamos en mas ocasiones... casi todas las semanas.