Una de esas etapas del Sureste que marcaran época y serán recordadas durante mucho tiempo. Pero vayamos cronológicamente: Se iniciaba la jornada a las ocho de la mañana en la Plaza de los Luceros, con un autobús repleto de peregrinos, mas de 50 personas, hasta el punto que dos de ellos hubieron de bajarse por falta de sitio. La del día era una ocasión especial y no faltaron a la cita nuestros queridos Presidente y lugarteniente, Pedro Romero, así como otros notables de la Asociación. La cumplida explicación del presidente, micrófono en ristre, nos puso al tanto de aspectos desconocidos del lugar que nos tocaba visitar aquel día. Montealegre, lejos de ser un pueblo olvidado de La Mancha, contaba con una Historia que se remontaba hasta el Siglo III a.C. cuando Fenicios e Iberos poblaban nuestra península. Federico Ramirez, nos habló largo y tendido de todo lo que las Autoridades del pueblo tenían preparado con ocasión de nuestra visita, y que para cumplir con todo ello, y llegar a una hora adecuada, la etapa del día, inicialmente prevista con 28 Kms. quedaba reducida a casi la mitad, teniendo nuestra salida efectiva desde El Pulpillo, la simpática pedanía donde por lo habitual se solía almorzar y a la que llegábamos algo pasadas las nueve de la mañana, tras un cómodo viaje, en el que desde nuestros asientos se habían podido ver numerosas perdices y alguna liebre por los campos arados y sembrados, esperando la salida de los frutos.
Inmediatamente iniciábamos la caminata, no tanto para cumplir horarios, como para entrar en calor,, hablaba pues el ambiente, despejado y de día claro y luminoso, era sin embargo algo frío a esa hora de la mañana. Afloraron de manera inesperada una bolsa de cruasanes y unas tabletas de chocolate, que, convenientemente repartidos, el personal se fue comiendo a medida que andaba a muy buen ritmo.
El paisaje, a un mes de la primavera, era el típico de finales de invierno, con poca vegetación y arboles desnudos de hojas y con centenares de vides en sarmiento que nos fueron acompañando la mayor parte del día y de las que llegado el tiempo saldrían los cumplidos vinos de esta recia tierra.
Cerrando la marcha los lesionados Federico y Pedro Romero, dosificando sus fuerzas y aprovechando para que ningún rezagado remoloneara en exceso, y al igual que los numerosos grupos de afines que se suelen formar durante la marcha, hablaban de sus cosas posiblemente nerviosos por ver como uno de sus sueños, se convertiría en realidad al llegar al destino, y que no es otro que ver como este Camino del Sureste, que ellos dos tanto aman y por el que se desviven, añade nuevos albergues e infraestructuras para los peregrinos de nuestro Apóstol.
El calorcito había vuelto a nuestros cuerpos con el esfuerzo de la caminata y la salida con fuerza del sol, con lo que el ritmo era bueno y alanzábamos sin pausas. Cuatro o cinco kilómetros mas adelante, en una especie de casa de campo deshabitada parábamos para el reconstituyente almuerzo, designándose tácitamente el muro trasero de la finca como "pipi room" de la expedición. La gente, alegre, fue desembalando sus bocadillos. No es costumbre de estas excursiones llevar control de lo que la peña lleva para almorzar y comer, pero de haberlo hecho, sin duda hubieran sacado nota, incluso "matricula de honor", los bocadillos de tortilla de alcachofas con mojama presentados por la pareja Tere y Daniel Sirvent, sin olvidarnos de la botellita de 125 cl de notable Rioja que acompañaba al guiso. Pedro Romero, en cambio, hubiera conseguido la medalla de oro en la siempre difícil modalidad de "empinar la bota de vino" con gracia y salero. Incluso con ciertos malabarismos, dirigiendo el cárdeno chorro hacia el pequeño pliegue que todos tenemos sobre el labio superior, dejando caer solo al liquido que, libremente entraba en su boca sin derramar una sola gota. Esto también, no vayan ustedes a creer lo contrario, es Camino de Santiago y no todo va a ser andar y andar por esos mundos de Dios.
lunes, 23 de febrero de 2009
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