
Inmediatamente iniciábamos la caminata, no tanto para cumplir horarios, como para entrar en calor,, hablaba pues el ambiente, despejado y de día claro y luminoso, era sin embargo algo frío a esa hora de la mañana. Afloraron de manera inesperada una bolsa de cruasanes y unas tabletas de chocolate, que, convenientemente repartidos, el personal se fue comiendo a medida que andaba a muy buen ritmo.
El paisaje, a un mes de la primavera, era el típico de finales de invierno, con poca vegetación y arboles desnudos de hojas y con centenares de vides en sarmiento que nos fueron acompañando la mayor parte del día y de las que llegado el tiempo saldrían los cumplidos vinos de esta recia tierra.
Cerrando la marcha los lesionados Federico y Pedro Romero, dosificando sus fuerzas y aprovechando para que ningún rezagado remoloneara en exceso, y al igual que los numerosos grupos de afines que se suelen formar durante la marcha, hablaban de sus cosas posiblemente nerviosos por ver como uno de sus sueños, se convertiría en realidad al llegar al destino, y que no es otro que ver como este Camino del Sureste, que ellos dos tanto aman y por el que se desviven, añade nuevos albergues e infraestructuras para los peregrinos de nuestro Apóstol.
El calorcito había vuelto a nuestros cuerpos con el esfuerzo de la caminata y la salida con fuerza del sol, con lo que el ritmo era bueno y alanzábamos sin pausas. Cuatro o cinco kilómetros mas adelante, en una especie de casa de campo deshabitada parábamos para el reconstituyente almuerzo, designándose tácitamente el muro trasero de la finca como "pipi room" de la expedición. La gente, alegre, fue desembalando sus bocadillos. No es costumbre de estas excursiones llevar control de lo que la peña lleva para almorzar y comer, pero de haberlo hecho, sin duda hubieran sacado nota, incluso "matricula de honor", los bocadillos de tortilla de alcachofas con mojama presentados por la pareja Tere y Daniel Sirvent, sin olvidarnos de la botellita de 125 cl de notable Rioja que acompañaba al guiso. Pedro Romero, en cambio, hubiera conseguido la medalla de oro en la siempre difícil modalidad de "empinar la bota de vino" con gracia y salero. Incluso con ciertos malabarismos, dirigiendo el cárdeno chorro hacia el pequeño pliegue que todos tenemos sobre el labio superior, dejando caer solo al liquido que, libremente entraba en su boca sin derramar una sola gota. Esto también, no vayan ustedes a creer lo contrario, es Camino de Santiago y no todo va a ser andar y andar por esos mundos de Dios.
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