martes, 10 de febrero de 2009

El final en Orito (capital)

Las dos de la tarde y al alcanzar la carretera de subida a la ermita, la vista que se nos ofrecía desde lo alto era realmente espectacular. Por un lado, todo el valle, con la pequeña población de Orito solo a un par de kilómetros, y a lo lejos las mas populosas Monforte del Cid y Novelda. Mucho mas allá se adivinaban Aspe y Monovar. Por el otro lado, tras la sierra de Fontacalen, algunos retazos de la ciudad de Alicante, la playa de San Juan y el Mar Mediterráneo. Y al frente... Ay, al frente... Una cuesta de mil demonios hasta llegar al Mirador, y aún un poco mas arriba, la cueva con la ermita.
El grupo se diseminó ya sin orden. Algunos a hacerse la foto de grupo junto a la cruz, homenaje a la Asociación y al Camino de Santiago. Otros hacia la cueva mientras aún tuvieran fuerzas. Y por la carretera un rosario de peregrinos que, uno a uno, iban subiendo cada cual a su ritmo en una especie de "Si... tonto el ultimo... pero es que no puedo".
Al llegar al Mirador me encontré con Federico, nuestro presidente, que aquejado de sus sempiternos dolores de espalda había realizado la etapa en coche junto a Pedro Romero, uno de nuestros "decanos", reenqueante de sus maltrechas rodillas. Ninguno de los dos había querido perderse la visita a este punto tan especial y tan unido a nuestro entrañable Camino del Sureste.
Varias fotos desde el mirador... nueva subidita hasta la escultura del Santo... y el ultimo esfuerzo hasta alcanzar las escaleras de la cueva para un breve rezo ante la imagen de San Pascual en su enrejada capilla, donde cada uno buscó acomodo para un pequeño descanso.
Un trago de agua y de nuevo en marcha, esta vez para bajar por el lado conocido por el Calvario, una abrupta bajada entre lisas rocas, que en algunos momentos me recordó, extraña asociación de ideas y recuerdos) el Alto del Perdón, no tanto por las infinidad de piedras sueltas que se encontraban allá por Navarra, sino por la longitud de la bajada y su dificultad. Del Calvario decir que se comentaba entre los compañeros que era tradición de las gentes del lugar subirlo de rodillas por alguna promesa...¡¡¡ Que cuando esto sucedía con ocasión de alguna romería o celebración, era sorprendente ver regueros de sangre sobre las rocas producto de las despellejadas rodillas de los devotos.
Costó mas de la cuenta la bajada de todo el grupo. Varios rezagados negociaban con dificultades la tremenda y en ocasiones peligrosa bajada, pero poco a poco se produjo el reagrupamiento e iniciamos el camino hasta Orito, donde llegábamos a las tres de la tarde, algo hambrientos y cansados tras cinco horas de etapa.
De los dos bares del pequeño villorio solo el Bar Nuevo estaba abierto. Casi 50 personas llegadas de golpe en un local exiguo parecía predestinado al colapso. Pero no fue así, y las dos camareras atendieron al personal con diligencia, sin caer en el estres, y de lo que destacaré unos platos de caracoles en salsa que me causaron envidia. Lastima que las albóndigas que me despacharon a mi estuvieran frías y duras como bala de cañón, aunque a decir verdad, este pequeño contratiempo no desmejoró una estupenda jornada de convivencia, donde hubo de todo, aire puro, sano ejercicio físico, amagos de tormenta... y hasta escalada.
El autobús nos recogió puntual, y los 27 Kms de la vuelta que hicimos en apenas un cuarto de hora me resultaron, sorpresivamente, mucho mas cortos que el viaje de ida.

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