¿Que os creíais? ¿Que nos íbamos a ir de Astorga sin que yo pusiera la típica foto del Palacio Gaudí? Pues no. Así que ahí lo tenéis en todo su esplendor.
Porque tras mi charla con los costaleros maragatos, nos preparamos diligentemente la cena, a base de bocata de jamón york, queso, una latita de sardinas y un yogourt de macedonia, y suspirando por unos chuletones de buey que unos jovencisimos ciclistas vascos se habían comprado, cocinado y zampado a nuestro lado. Algunos, aunque se complican algo la vida, consiguen verdaderas obras de arte culinarias con los exiguos medios de un albergue. Es cuestión de imaginación y de gusto... algo de lo que nosotros no andábamos muy sobrados a tenor de los filetes de los muchachos. Lastima que la cámara estuviera arriba, y no me apeteciera subir y bajar mas de la cuenta, porque la foto hubiera merecido la pena.
Tras el aseo de la noche, me encontré en el cuarto de los zapatos de nuestra planta a un joven nipón curándose las ampollas. El chaval era muy simpático y muy tímido... como parecen todos los de su raza, pero la cosa no pasó de unas graciosas sonrisas, ya que mi japones es mas bien pobre, el inglés de ambos no alcanzaba ni a traducir "ampolla" y el castellano del chaval... nulo. Pero nos hicimos amigos por señas... que es una manera como cualquier otra de hacer amigos... y durante varios días, cada vez que nos encontrábamos, nos sonreíamos como dos tontos... y aquello lo quería decir todo (Sonrisita= _¿Qué, tio...? ¿hecho mierda de tanto andar, verdad?. Sonrisita= _ Pues si, qué si lo llego a saber me quedo en mi país... y me hubiera ido de geishas o al combate de sumo... que es mucho mas descansado que esto.)
La noche fue movidita, ya que el fulano que me tocó en la litera de arriba se levantó dos o tres veces durante la noche para mear, despertándonos a todos... pero como este era Nacional no cargaré las tintas con él.Pero no os creáis que cuando nos despertamos a la mañana siguiente, sobre las siete, nos andamos con remilgos al verlo a él seguir en la cama. Hicimos toda clase de ruidos para que tuviera constancia de lo que le habíamos tenido que soportar durante la noche.
Desayuno continental de los rápidos, con zumo de naranja incluido, despedida del albergue, salida a la calle, y como todos los días Javier, el vasco, que se volvía atrás para expulsar la naranjada. Mientras me fumaba un cigarrillo en la calle con un veterano madrileño que se volvía para casa, tome nota mental de hablar seriamente con Esperanza para que eliminara de la dieta de su marido el nocivo Don Simón... o no llegaríamos nunca a Santiago con tantas visitas al excusado.
A las ocho, por fin emprendíamos la marcha recorriendo las mismas calles de la tarde anterior. Por delante nos esperaba una etapa corta, de apenas 20 Kms. Pero aún había que andarlos.
Y es lo que siempre he dicho... Lo peor del Camino de Santiago... con diferencia... es que hay que andar.
viernes, 13 de febrero de 2009
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1 comentario:
Preciosa la frase de la semana, ¿mañana cervecita?
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