Mi primer día, aquel año, en un albergue y, tal es la fragilidad de la mente del hombre blanco que no recordaba ya como las gastaban los extranjeros de madrugada. Sobre todo la gorda que dormía arriba de mi litera, que apenas pasadas las 5,30 de la mañana, intentando bajarse casi vuelca la cama conmigo todavía dentro. Mareado, desorientado, sin saber bien que pasaba ni donde estaba, tomé bruscamente conciencia de la situación. Apenas conseguí articular un gruñido, pero supuse que había sido suficiente. A partir de ese momento, y como si les hubieran dado cuerda, franceses y alemanes empezaron a empaquetar sus cosas y a entrar y salir de los baños. Hora y media después, cansados de dar vueltas en las camas, los nacionales fuimos también levantándonos acordándonos de los muertos europeos de las dos grandes guerras. Cosas que pasan en el Camino...
Mis dos canarios, que increíblemente continuaban acostados, enroscados cual culebras coreanas, me anunciaron que aquel día no estaban para andar. Jesús, con no sé que problemas de rodillas no podía dar un paso, y habían decidido hacer la etapa hasta Santo Domingo en autobús.
Salí del albergue justo cuando el hospitalero alemán encendía las luces, y al preguntarle por algún lugar para desayunar, se ofreció solícito a acompañarme hasta la calle Mayor.
¿De que se habla con un alemán a las 7 de la mañana? Opté por comentar lo simpático que era el cura de la noche anterior, me miró como si pensara que yo era gilipollas... ¿Como se dirá gilipollas en alemán? El caso es que él si sabía como se decía, y seguro que lo pensó de mi, y pasados unos momentos en que el tipo estuvo buscando las palabras exactas en su escaso castellano, vino a decirme que no era para tanto, y que si yo ya hubiera oido el mismo rollo cada noche de aquel mes, ya no me resultaría tan agradable. Los últimos metros los pasé pensando en todo el mal que Lutero había hecho a la Iglesia católica y romana.
Al llegar al bar intenté invitarle a un café, pero declinó mi oferta, ya que me dijo debía ocuparse del albergue y tras desearme Buen Camino volvió pasos y se fue. Guapo, guapo... no era, pero simpático... tampoco ¡¡¡¡
El bar, regentado por un matrimonio argentino (igual que en el Pata de Oca de Torres del Rio) acaba de abrir sus puertas. Conmigo entró un matrimonio de franceses, y unos segundo mas tarde dos hombres, uno de ellos español. El argentino me avisó de que la bollería era del día anterior pero yo, con valentía, le dijo que no pasaba nada. Media hora después aún seguía royendo el croasant que me había tocado en suerte. Los franceses habían sido mas listos, o casi, y aún esperaban sus tostadas comentando que los sudamericanos tenían un lento despertar.
Salí del bar regateando con los restos de mi croasant a otros peregrinos que entraban, y ya en la calzada conseguí, de fuerte disparo con la derecha, que fuera a parar calle Mayor abajo.
Me colocaba la mochila cuando me dirigí a los dos hombres que habían entrado al mismo tiempo que yo para preguntarles por sonde se salía del pueblo. Resultó que aquellos dos peregrinos eran, uno de Lanzarote (! Vaya, otro canario ¡) y un brasileño, Marcelo, ingeniero de 41 años, bajito, barbudo, dicharachero (para quien sepa mucho portugués) y que en los días sucesivos descubrí que era muy popular ya que todo el mundo había coincidido con él en algún momento.
Salí por tanto con ellos en animada charla, o lo mas animado que se pueda estar a las 7 de la mañana y tras pelea e ingesta de un caducado bollo con cuernos.
De pronto el camino se empinó bastante, y comprobé que mis acompañantes me iban dejando atrás paulatinamente. La salida de Najera se hacía con la subida al Monte del Castillo entre numerosos árboles y variada vegetación. En la bajada conseguí alcanzarlos de nuevo y retomar las conversaciones.
El Lanzaroteño, que acababa aquel mismo día su peregrinación y tenía prisas por llegar, pues su transporte salía a las cuatro de la tarde, imponía un ritmo endiablado, que el pequeño brasileño seguía sin dificultades, pero a mi me costaba horrores. Nos contó que meses antes, en las anteriores Navidades, había estado al borde de la muerte por una rara dolencia; y que en parte aquel Camino lo hacía como una especie de promesa o agradecimiento. Que tras superar contra todo pronostico de los médicos su enfermedad, quien había caído enferma era su esposa, con una grave depresión que aún la tenía muy fastidiada. Del brasileño, sin embargo, solo puedo contar lo que me traducía el canario, ya que hablaba tan rápido que no se le entendía nada. Que era soltero, vivía con sus padres en Sao Paulo, y que leía a Paulo Cohello.
De esta manera tuvimos pronto Azofra a la vista, y casi sin darme cuenta entrabamos en el pueblo y nos deteníamos en un bar abierto, frente a una fuente y una plazuela, donde me tomé un cortado y me fumé un par de ducados... no quise preguntar de cuando eran los croasanes, pues ya lo sabía.
Azofra, como la mayoría de pueblos de La Rioja, andaba con las fiestas de la vendimia.
Junto a nosotros, un par de jovenzuelos hacían las últimas intentonas de la noche con una chavala con todo el rimel y coloretes corridos, pero que conseguía no dejarse llevar al huerto facilmente.
Los pocos paisanos que madrugaban aquella mañana fueron muy agradables con nosotros y nos animaron e indicaron por donde seguir.
En las afueras del pueblo, justo a la altura del desvío a Cañas, fue donde la pifié por no seguir mis instintos y mis verdaderas apetencias.
martes, 18 de marzo de 2008
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1 comentario:
!!Chasquido , con los dedos ,dos veces por lo menos !! , que por si no lo sabes es como se aplaude en el billar.....Narracion odeal , de las que crea aficion , y aunque , yo soy de tus adectos , te salio muy bien ,Salut amigo.
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