El enorme interior del bar encontramos acomodo, y como viene siendo habitual en estas excursiones, tras conseguir el permiso de los dueños para comer nuestros bocadillos, pedimos las bebidas bien frías y algún aperitivo mas y los despachamos con gula, con verdaderas ansias, pues el hambre que traíamos era grande. En esta ocasión, y a la hora de los cafés, echamos de menos los carajillos de ron Negrita de nuestros amigos Tere y Daniel que andaban aún en su tramo del Camino Francés por tierras castellanas. Sin embargo pudimos comprar unas tortas de manteca que era lo típico de aquel lugar, y de las que yo me llevé al día siguiente "alguno" se las comió en el desayuno.
Pasadas las cuatro de la tarde cuando acabamos de comer, y de la consiguiente tertulia que suele formarse entre nosotros en la corta sobremesa, cuando nos encaminábamos hacia el autobús vimos aparecer a la abuela del móvil, que había finalmente conseguido embaucar al pobre hombre (nadie había tenido ninguna duda la respecto) y regresaban en el coche tras buscar infructuosamente el teléfono de la peregrina. Al tipo, un autentico calzonazos, un blando, en lugar de quedarse en su casa del pueblo durmiendo la siesta, le habían obligado a recorrerse parte de la provincia para nada. Aceptaba resignado las excusas y agradecimientos de nuestra pesada compañera, y buscaba la oportunidad para desembararse de aquella molesta señora y salir corriendo y tratar de olvidar aquel penoso episodio.
Todos en el autobús para el recuento de los pasajeros por parte de los monitores, el CD de las fotos en el vídeo para amenizarnos las dos horas de viaje hasta Alicante, las hojas de estadísticas y sugerencias del Ayuntamiento ya repartidas y a punto de rellenar por los asistentes a la excursión, y de pronto un grito de jubilo en la parte trasera de bus... era la molesta abuela que había encontrado su telefonillo. Sin duda se le había caído por la mañana en el momento de bajar de el en La Roda. Me entraron ganas de abofetearla y decirle lo tonta y latosa que era, pero realmente quien debía haber hecho todo esto, incluso asesinarla, era el gilipollas que la había paseado en coche por toda la provincia de Albacete. El mas tonto de los Don Quijotes albaceteños.
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