jueves, 28 de agosto de 2008

Carrión de los Condes

La una del medio día, un sol inclemente, un sendero polvoriento y pedregoso, un terreno árido sin un solo árbol en todo lo que abarcaba la vista que diera un minimo de sombra y aún varios kilómetros por recorrer hasta alcanzar nuestro final de etapa. Fue una hora de duro caminar, ya que las fuerzas empezaban a ser escasas, y solo pudimos entretenernos cronometrando nuestros pasos gracias a unos mojones kilométricos que junto a la carretera iban desgranando los numeros, y controlando los relojes vimos que nuestra regular marcha iba realizándose a un ritmo de 12-13 minutos por Km.
Poco después de las dos de la tarde un enorme mural decoraba el muro de la ermita de la Piedad, representando un colorista Pantocrator que nos daba la bienvenida en la primera calle de Carrión. Poco mas allá, al final de otra de las calles vimos, de lejos, el Convento de Santa Clara donde sabíamos existía un albergue llevado por la monjas clarisas, pero continuamos puesto que se encontraba demasiado alejado del centro de la ciudad. Unos centenares de metros adelante llegamos hasta una gran avenida donde unos restos de una antigua muralla, de la que sobresalía una especie de torreón en el que hondeaba una enorme bandera con la cruz de la orden templaria, nos indicaba que andamos cerca del centro histórico de la población. Y por fin en una callejuela junto a la plaza de Santa María, llegamos hasta el que mas nos convenía, el albergue parroquial, donde una monja argentina, de pelo corto y canoso y vestida de manera informal nos dió la bienvenida indicándonos los servicios y precios de que constaba el lugar, selló nuestras credenciales y antes de llevarnos a nuestras camas nos informó de las reglas del lugar. Tras la "lectura de cartilla" subimos dificultosamente hasta el primer piso, donde tomamos posesión de nuestras respectivas camas, liberando nuestras doloridas espaldas del molesto peso de las mochilas, los pies de las aprisionantes y recalentadas botas, y el resto del cuerpo de las sudadas prendas que llevábamos. Rápidamente a los aseos para, tras una pequeña cola en la que Javier hizo migas en euskera con un joven ciclista vasco francés de Saint Jean Pied-de-Port, para por fin darnos la reparadora ducha por la que habíamos suspirado durante 25 Kms.
Pareciera como que por el sumidero del plato de ducha, ademas del agua jabonosa, corriera todo el cansancio acumulado a lo largo de la jornada, así como los malos pensamientos, los momentos duros vividos durante la etapa y todo el mal rollo que ocasionan momentos puntuales del día. Revitalizados, pero no nutridos, optamos por no lavar la ropa hasta la tarde y salir a buscar restaurante donde comer y beber algo bien fresco. Lo encontramos en un establecimiento llamado La Corte, que estaba justo enfrente de la bonita iglesia de Santa María del Camino, románica del siglo XII. Pero dejando la visita para mas tarde, preferimos emprenderla con una arroz blanco marinera, con algunos mejillones, almejas y trozos de pescado; y de segundo un bacalao con tomate, para rematar con un buen helado de vainilla y un café.
Reconstituidos mente, cuerpo y sobre todo estomago, faltaba el alma. Y que mejor que la famosa iglesia por la que habíamos pasado ya dos veces sin detenernos. Solo pudimos en esta primera visita admirar su portico lateral, que con unos grandes arbotante le daban un aspecto recio y porticado. En su friso y arquivoltas infinidad de pequeñas esculturas del viaje de los Reyes Magos, de la Epifanía, de los ancianos del Apocalipsis y otros relacionados con el Tributo de las Cien Doncellas.
Regresamos al albergue, donde pusimos una lavadora con nuestras ropas y yo intenté utilizar mi movil, que aún enchufado directamente a la red me daba problemas para poder establecer comunicación con MD. Entré en cólera con el asunto del móvil y cuando salimos de nuevo para la visita turística al resto del pueblo, llevaba la determinación de que si encontraba alguna tienda de teléfonos, compraría uno nuevo para acabar con el problema... A grandes males, grandes remedios. Por cierto... no he hablado de mis ampollas... Estas estaban bien, en su maximo esplendor, pero no me dolían salvo cuando pisaba alguna piedra, y eso ya sería de nuevo a la mañana siguiente.
Nos detuvimos en un bar para tomar unas coca colas y charlamos con el dueño y los paisanos del lugar que nos contaron que ciertas infraestructuras prometidas por el gobierno en cuanto a carreteras y mejores comunicaciones nunca llegaban, y cosas por el estilo. Cruzamos la calle para visitar la Iglesia de Santiago, de magnífica fachada, pero cerrada al culto y reconvertida en sala de exposiciones de arte religioso, la cual visitamos larga y detenidamente.
Luego hasta el puente sobre el rio Carrión, que daba nombre al pueblo. Lo de los Condes, viene dado porque era el pueblo de dos condes que casaron con las hijas del Cid, para mas tarde ambos traicionar al Campeador lastimosamente. Desde el rio, que llevaba abundante agua, podía verse dominando el lugar, el Santuario de la Virgen de Belén, y se adivinaba entre los altos sauces que crecían en las margenes del Carrión los edificios del majestuoso Monasterio de San Zoilo y del hotel de lujo que se construyo al lado. Hacia allí nos dirigimos dando un paseo por un agradable paseo arbolado.

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