viernes, 8 de agosto de 2008

Hasta Castrogeriz

Oí las campanadas de la cercana iglesia aún medio dormido. Como en un sueño me imaginé al medio centenar de palomas salir volando asustadas. Tras dormirme de golpe por la noche me había despertado sobre las tres de la madrugada debido a los dolores de piernas. Luego los ronquidos del francés y de Javier me habían desvelado un poco. Pero ahora estaba muy a gusto en mi saco. Si no fuera por las palomas... y las molestas siete campanadas... ¿¿¿SIETE CAMPANADAS??? ¿Pero que pasa aquí? Todo el mundo en aquella habitación dormía plácidamente... ¿Que clase de extranjeros nos habían tocado en Hontanas que no se levantaban y jodían al personal a las 5,30...? Teníamos otros nuevos 30 Kms. por delante y de nuevo saldríamos tardísimo. Dí la voz de alarma a mis compañeros, y el francés y la alemana abrieron un ojo todo extrañados. "! Ya os vale, guiris...¡ que lleváis durmiendo desde la cuatro de la tarde" les reprendí. Y enseguida empezó una especie de zafarrancho, todo el mundo tratando de vestirse al mismo tiempo.

Bajamos a desayunar... un excelente desayuno por cierto, café con leche, numerosas tostadas con mantequilla y mermelada, y unos sobaos, todo por 2 €... y cuando íbamos a pagar oímos a dos mujeres a nuestro lado hablar en castellano. ! Que alegría oir a alguien hablar en español entre tanto extranjero ¡ Resultaron ser dos palentinas, cuarentonas y fuertotas, que acababan su camino aquel mismo día en Itero de la Vega, primer pueblo de la provincia que nos encontraríamos y a donde debían ir a buscarlas sus maridos. En un principio pensé que podían ser unas buenas aspirantes a ser "amigas para siempre" pero el que terminaran en apenas unas horas me chafaron el plan. Aun así, y tras cargar agua en la fuente frente al albergue, intenté que se vinieran con nosotros, pero tardaban mucho en acabar sus desayunos y nosotros nos pusimos en marcha.

Nada mas salir de Hontanas empezamos una larga y pronunciada cuesta abajo. Alcanzamos y sobrepasamos a un par de filipinos o malayos o vaya usted a saber qué, y pronto alcanzamos una carreterita, que llevaba directamente a Castrogeriz. aquel tramo fue muy agradable, con altos y frondosos árboles y con el sol saliendo a nuestras espaldas que nos calentaba y alargaba nuestras sombras. Fue un tramo en el que conseguimos imprimir un muy buen ritmo, frescos y descansados como estabamos.

Una hora después llegábamos a las ruinas del Monasterio de San Antón, construido en 1.146 por Alfonso VII, aunque los restos que veíamos, eran de una reconstrucción datada del siglo XIV. El Monasterio fue sede de la Orden Antoniana en España, monjes que portaban un báculo en forma Tau y que curaban el fuego de San Antón, un mal producido por comer centeno infectado de cornezuelo. Desde lejos las ruinas parecían impresionantes por los muros que permanecían en pie, pero al ir aproximándonos observamos con horror que nuestra carretera pasaba por en medio de las ruinas. Un auténtico desacato y una muestra de la incompetencia de algún viejo equipo de ineptos del Ministerio de Fomento. Fotografiamos todo aquello y vimos cerca de las ruinas un antiguo albergue, con un enorme cartel de "Se Vende" lo que nos pareció muy curioso.

Un par de curvas mas adelante tuvimos a la vista la población de Castrogeriz con los restos de su enorme castillo, que unos estiman visigodo y otros romano. Poco a poco nos íbamos acercando dándonos así la oportunidad de ir viendo como se perfilaba otra de la joyas de la población como era la Excolegiata de Santa María del Manzano... y poco a poco también me iba creciendo el dolor en los pies. Un dolor agudo en ambos talones, que para quien ya conoce los síntomas, es signo de que se iban formando las temibles ampollas. Efectivamente. Sentado en la terraza de un bar-albergue, justo frente a la portada de la antiquísima iglesia, me descalcé y con un mes de retraso hice lo que tenía que haber hecho en Alicante, mirar el estado de las plantillas de mis botas. Un autentico desastre. En los talones las plantillas estaban agujereadas por el uso, dejando al descubierto el duro y puntiagudo tacón de goma sobre el que estaba pisando, directamente en contacto con mi calcetín y mi piel. Hay un dicho... "caersele a uno el alma a los pies"... bueno pues yo dejé que se me cayera al suelo, pues los pies no estaban para aguantar muchas mas cosas. 180 Kms hasta León y faltaba algo mas de 20 para acabar aquel día. Negros nubarrones se cernían sobre mi cabeza cuando pensaba en mas que una peregrinación, aquello iba a convertirse en un Vía Crucis. Y yo haría el papel del Ecce Homo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ayyyy! mi ecce homo, la que se te viene en cima con el mal calzado nada más empezar y esos 180 kms por delante, supongo que algún remedio le pondrías.