miércoles, 20 de agosto de 2008

Por fin en Boadilla

Pusimos tierra de por medio con las beatas coreanas, y pronto tuvimos ante nosotros una nueva subidita hasta lo que parecía un bonito pinar. Tácitamente acordamos que una vez alcanzada la pequeña cumbre pararíamos a descansar aprovechando la sombra de los pinos.
Dos personas se encontraban descansando bajo los árboles, un extranjero barbudo que al llegar nosotros reinició su marcha y una alemana de muy buen ver, que comía fruta a la sombra. Cada uno de nosotros eligió su propio pino, y de una de las ramas del que le correspondió a Esperanza colgaba una especie de medallón con un motivo Jacobeo, que la vasca se puso enseguida al cuello mas contenta que unas pascuas. No es que de los pinos de esta zona de España crezcan medallas en lugar de piñones. Si fuera así, las Olimpiadas pasarían a ser solo cosa de acercarse a Boadilla del Camino y coger tu medalla. Ahí sí que la delegación olímpica española alcanzaría las mas altas cotas del medallero mundial. Sino que algún peregrino que debía ir aun mas justo que nosotros, y que debió aligerarse peso hasta las ultima consecuencias, la debió dejar olvidada para que la donostiarra lo encontrara y se lo encasquetara.
Desde donde estábamos, en lo alto de aquella loma, podíamos divisar ya el pueblo. Al final de una larga recta podía verse la torre de la iglesia y algunos tejados de casas. Aún así no me hice demasiadas ilusiones, pues debía faltar aún una hora de camino. Decidimos que reiniciaríamos la marcha una vez las dos coreanas llegaran hasta lo alto, pues las veíamos arrastrase en la subida.
Acabada la cuesta, y supongo que el rezo del rosario, les dejamos a aquellas dos elementas nuestros pinos y nos pusimos de nuevo en marcha.
Efectivamente. Un cuarto de hora después, caminando por aquel secarral, (como una muestra, la fotografía de hoy), y las pocas fuerzas que había conseguido recuperar tras la parada en la pinada ya eran historia. El pueblo aún se me antojaba demasiado lejos. 60 Kms en dos días y solo para empezar, se me estaban haciendo demasiado duros, sin olvidar las ampollas que estaban cociéndose en su propio jugo. Así las cosas, ni siquiera la idea de la ducha que me esperaba una vez llegáramos al albergue conseguía animarme, y para colmo de males, una vez arribamos al albergue municipal, lo encontramos desierto. La puerta abierta. Las camitas libres. El libro de visitas abierto. Aquello parecía el cuento de la casa de la familia de los tres ositos. Nadie en el albergue. Lo rodeamos. Voceamos por ver si alguien acudía. Nada de nada, y lo curioso era que había gente apuntada en el libro pero ninguna mochila ni signo de que aquello estuviera ocupado. Las tres de la tarde, con las fuerzas justas, las ampollas pidiendo guerra, unas ganas irrefrenables de ducharme y cambiarme y dar por finalizada la etapa. ! Aquel tipo de bromas no me hacían ninguna gracia ¡ Y encima el matrimonio era de la opinión de que debíamos esperar allí a nuevos acontecimientos. Monté en cólera, pues yo no me había arrastrado 30 Kms para llegar y quedarme esperando como un pasmarote en un albergue abandonado. Y viendo un cartel que anunciaba otro albergue, me dispuse a buscarlo yo solo.
En menos de cinco minutos conseguí encontrarlo en una calle cerca de la Iglesia de la Asunción. Su nombre, albergue "En el Camino", pero yo lo hubiera llamado el "Oasis de Tierra de Campos". La entrada, decorada con bonitos y curiosos aperos de labranza antiguos, daba paso a un extenso jardín lleno de verde césped, luego la terraza de la recepción del albergue, que hacía también las veces de bar-restaurante y donde numerosos peregrinos tomaban cervezas y refrescos. Y dominando todo aquello..... una piscina de agua azul y cristalina !!!!
Mis ojos veían todo aquello, pero mi mente aún no podía creerselo. Llamé inmediatamente por el móvil a los vascos que estaban aún esperando la venida del mesias-hospitalero municipal y les dije que se vinieran enseguida para pellizcarme y comprobar que aquello no era un sueño. Con una condición: Que no me pellizcaran en los talones de los pies.
Una vez inscritos, y una vez que el ayudante de los hospitaleros, un joven argentino, nos acompañó hasta la zona de dormitorios, mi gozo estuvo a punto de zozobrar, ya que si bien en la casona había un par de cómodos cuartos con literas y una especie de salón con sofás y butacones, el lugar estaba completo y nos correspondía una zona que en su día debió ser el corral o el almacén de grano de la casa. No íbamos a hacerle ascos a aquéllas camas, ya que aún podía haber sido peor, pues se había habilitado una enorme naya superior, compuesta por enormes vigas de madera a la que se subía mediante una escalera de cuerdas y en el estado en que se encontraban mis doloridos pies, no imaginaba yo como hubiera podido encaramarme hasta lo alto. Por cierto, y hablando de mis pies... los parches de silicona en lugar de protegerme las ampollas, se encontraban cerca de las uñas de los pies donde no hacían ningún efecto. No me entretuve demasiado con eso, ya lo haría mas tarde, y tras tomar mis útiles de aseo, me dirigí hasta las duchas donde el agua caliente me recompuso totalmente, en detrimento de algún pantano cercano que debí vaciar yo solito con el cuarto de hora bajo la alcachofa que me marqué. ! A la mierda el trasvase del Ebro ¡ Yo lo necesitaba mucho mas que los agricultores de secano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se nota , estas ya loco por coger camino , tranquilo relajate hazte un SODOKU. Muy bien aplaudo tu nuevo elemento , en el Blog.Recuerdos a todos los seguidores del peregrino , a todos incluso a los que leen y no nos regalan sus comentarios , en especial a mi amigo Sr. Alvaro.