miércoles, 27 de agosto de 2008

Necesaria aclaración

Espero que el final de la entrada de ayer, en un excusado sin agua ni papel, no haya provocado el espanto de mis pocos lectores (si es que aun queda alguno por ahí). Confío en que el mito en que me he convertido, que he forjado a lo largo de tantas paginas, aún se mantenga en pie, ya que solo fue un intento de incluir suspense y el punto de drama oportuno que requería el relato. Solo una licencia literaria. La cosa no fue para tanto, pues, yo hombre cabal donde los haya, es posible que hubiera cometido el error de partir a esta aventura sin reparar en el estado de mis botas, es posible también que no cuidara con esmero mi propia salud ingiriendo sucesivamente dudosos zumos de naranja, agua de fuentes algo insalubres, recalentados quesos vascos indebidamente conservados o pequeñas barritas de muesli con las mismas horas de sol a cuestas que nuestras propias cabezas. Pero, como decía, una mente preclara, organizativa y previsora como la mía no podía haber pasado por alto el llevar un rollo de papel higiénico para estos casos, con lo que, desde luego con algo de problema pues no había tenido necesidad de él desde 2.004 y se deshacía en mis manos con demasiada facilidad, haciéndome recordar con no poca nostalgia el stock del Elefante de la Tia María de Castrojeriz. Pero no quepa ninguna duda, querido lector, que salí airoso, como salvo en honrosas excepciones es habitual en mi.
Salí pues de aquel horrible lugar, entré en el aseo de señoras, que sí disponía de agua, me lavé y con un ultimo rictus de asco y repelus por el mal rato pasado me uní a mis compañeros que andaban enfrascados con una paisana, un tanto extraña, que insistía en que la acompañáramos a hacer una visita turística a la cercana Iglesia de San Martín de Tours, (demasiado nombre para lo que era aquello) y nos vimos metidos de lleno en el negocio de "tours operator" que tenía montado la arpía aquella con los ingenuos peregrinos a los que se les ocurría detenerse en aquel aborrecible pueblo. La visita fue corta pues la cosa no daba para mucho. La propina de tres euros demasiado generosa a mi entender, y recomendándole que cuidara su prosa por el bien del "bussines" que iniciaba, ya que palabras como "poblema", "ritablo" o "istranjeros" no eran propios de una guía turística, y sobre todo, lo mas importante, que debía quitarse el sucio delantal que portaba y esconder mejor la escoba y el recogedor, pues denotaba a la legua que era la mujer de la limpieza de la parroquia y eso no daba buena imagen, tras lo cual nos fuimos a seguir nuestra caminata.
Una hora después alcanzábamos Villalcázar de Sirga devolviéndole al camino todo el esplendor y la grandeza que le correspondía, ya que con su magnifica e inmensa Catedral templaria volvía el Románico y la Historia con raciones de la mayor calidad. Santa María la Real nos tuvo extasiados durante mas de una hora contemplando y escuchando las explicaciones de un joven guía, por cierto veraneante en Torrevieja y Benidorm, que nos fue enumerando e indicando los diferentes sepulcros de reyes en piedra policromada que allí se conservaban, didácticas informaciones sobre los numerosos retablos de los altares y capillas, y sobre todo en la de Santiago, donde pudimos admirar la talla de madera de Santa María la Blanca, imagen que inspiró al rey Alfonso X El Sabio las famosas Cánticas a Santa María, y que estudiábamos en el colegio cuando eramos pequeños. Habíamos tenido suerte ya que, según nos informó, la imagen había vuelto hacía muy poco de una exposición en Milán donde había permanecido varios meses.
Algo mosqueado pues las pilas de mi cámara se agotaron en el momento menos propicio, no tuve mas solución que comprar el libro de la iglesia dejándome allí unos 10 €. Es lo que tiene la tecnología digital, que cuando mas la necesita te deja tirado.
Bastante tarde según el horario previsto salimos de aquella localidad con la seguridad de que habíamos pasado por otro de los lugares emblemáticos del francés, y de nuevo al árido y sofocante paisaje para acabar cuanto antes aquella etapa de 25 Kms. que nos había ofrecido dos incomparables joyas arquitectónicas con la única nota discordante de aquel aseo infecto.

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