viernes, 22 de agosto de 2008

Hasta Frómista

A las 5 de la mañana ya nadie dormía en el albergue. Los extranjeros, por suerte, no "atacaron" durante la noche, pero a esa hora parecía que huían en desbandada. La gran mayoría andaban haciendo ruido al entrar y salir del baño, y preparando sus mochilas para salir corriendo, mas que andar.
Empezamos a dar vueltas dentro de los sacos, intentando recuperar el sueño, pero era imposible. De hecho, los propios dolores de piernas y pies lo impedían, con lo que solo conseguíamos descansar una horita mas. Espero que al relatar mis aventuras, mas bien desventuras, con ampollas, dolores, extranjeros insomnes y kilometradas a pie, nadie vaya a pensar que aquello era un martirio cristiano o una tortura china. Es totalmente cierto que los dolores y ampollas existían, y que te despierten a las 5... jode cantidad. Pero en el Camino hay una extraña fuerza que, en lugar de amargarte o impedirte continuar, muy al contrario, te empuja a seguir. Puede que sea la necesidad de ver las cosas que te quedan por ver adelante, la curiosidad por nuevas experiencias, o tal vez ese tan cacareado Espíritu del Camino. Pero la verdadera realidad es que hasta con las cosas malas... disfrutas. Serán malas, es cierto, pero el lado positivo es que tendrás algo que contar, una experiencia mas atesorada que jamas permitiría que me contaran otros, y que necesito vivirlas en primera persona. Mas que vivirlas disfrutarlas a tope.

Y acabados los pensamientos profundos, no me extenderé mucho en como me confeccioné una nueva piel en los pies, a base de parches de silicona, gasas y esparadrapo, de manera que se minimizaran los efectos de las botas rotas. Seis de la mañana, y al comedor para el reconstituyente desayuno, y cuando volvíamos a recoger las mochilas y miramos al cielo tuvimos una de las mas maravillosas experiencias de las que contaba anteriormente. De noche el cielo ofrecía una espectacular vista de la Vía Láctea. El Camino de las Estrellas se veía tan claro y diáfano que se hubiera dicho que podías haber tocado la infinidad de estrellas, las miles de lucecitas titileantes, y hasta yo que soy un ignorante y un patoso para estas cosas, conseguí divisar y distinguir claramente los carros de las Osas Mayor y Menor en el firmamento. Permanecimos allí unos minutos contemplando aquella maravilla, mientras se nos iban añadiendo nuevos peregrinos, también extasiados ante el espectáculo de la naturaleza. Creo que no he visto, ni volveré a ver una cosa igual, y puedo asegurar que se me puso la carne de gallina por la emoción del momento. Y redundando en lo anteriormente expuesto: De algo malo como es que unos gilipollas te despierten a las 5... resultó algo maravilloso que de otro modo, levantándome a las siete me hubiera perdido.
Nos demoramos un momento en el interior de los dormitorios en el momento de recoger las mochilas. Javier no se encontraba muy bien, sin duda efectos del zumo de naranja tomado al final del desayuno y que se unía, a patadas, a las judías de la cena. Para cuando salimos, con solo 25 Kms. por delante en aquella etapa, había empezado a alborear y todas aquellas estrellas de minutos antes habían desaparecido, como un apagón, como si el Apóstol hubiera accionado el interruptor de maravillas.
Esperanza y yo iniciamos la marcha, aún casi de noche, para que ya nos alcanzara Javier ,mas adelante. Y este lo hizo unos 2 kms mas tarde, cuando ya alcanzábamos el Canal de Castilla, cuyas aguas discurrían plácidamente en paralelo a nuestra senda. El momento también fue memorable, clareando el día, la gente caminando callada por el madrugón y solo el ruido de nuestros pasos y el ligero rumor del agua al correr.
Durante el tramo que nos separaba de Frómista, esa fue la tónica, solo rota por algunas charlas con los matrimonios madrileños con los que habíamos coincidido en la salida del albergue, y por la vista de la ermita de la Virgen del Otero a poco de alcanzar el pueblo. Pero antes, sobre las ocho de la mañana llegamos hasta un sistema de cuatro exclusas enormes, donde el agua caía y pasaba en gran cantidad y con un estrépito inusual. Tanta agua nos cambiaba un poco el paisaje de días precedentes y sobre todo el que nos quedaba aún por recorrer.
Casi paseando fuimos atravesando algunas calles de Frómista, hasta alcanzar una plaza donde encontramos un bar llamado "Manolo" donde nos dimos un nuevo desayuno. Estando ahí en la barra, divisé unos números de lotería de navidad a la venta. Pedí dos, pues siempre cuento con mi jefe para eso, obligando a que los vascos compraran también uno. El tal Manolo, el dueño del bar, cuando nos estaba cobrando los decimos comentó, haciéndonos "el articulo" que siempre conseguía ese numero y que ya llevaba tres años seguidos en que le tocaba el reintegro. A punto estuve de tirarselo a la cara y que me devolviera el dinero... yo con la que tengo encima no necesito que me devuelvan el reintegro... lo que yo necesito es el premio gordo para salir del trance... pero el tio ya se había cobrado y me contuve. Eso sí, inmediatamente empezó a caerme mal el muy gilipollas.

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