miércoles, 24 de diciembre de 2008

Como si me estuvieran esperando

Salimos de la iglesia mirando hacia sus altos campanario y espadaña, y de no haber bajado la vista me lo hubiera perdido sin duda. Ahí estaba, escrito sobre la acera, en grandes letras de molde blancas... como si me estuvieran esperando para darme ánimos en mi aventura. Mi nombre: ALBERTO escrito y con buena letra, tal y como suelen hacer en las carreteras por donde pasa una vuelta ciclista. Saqué mi cámara le hice una foto, y me quedé mirando a mi alrededor por si los fans me veían y sacaban las pancartas. Pero nada... ni una mala botella de agua, ni ningún idiota que me siguiera, aunque solo fueran unos metros, dándome ánimos y molestándome al mismo tiempo, como hacen con los ciclistas subiendo el Tourmalet. ¿Acaso había otro Alberto en la ruta y era mas famoso que yo? ¿Tal vez un habitante del pueblo haciendo el Camino y su madre y vecinas esperándolo para jalearlo y que esprintara?
Amoscado pero en el fondo contento por haber encontrado una rareza en mi ruta, continuamos por aquella calle para encontrarnos con el albergue San Miguel, del que todas las guías hablan maravillas por su originalidad y amabilidad de sus hospitaleros. Pero al albergue, que efectivamente tenía una muy bonita fachada colorista, llena de bonitos carteles, estaba cerrado a cal y canto, dada la hora, una vez vaciado de peregrinos, con lo que no pudimos ver el famoso mural que existe en su patio interior, y en el que según parece todo peregrino que se precie ha de fotografiarse.
Fuimos saliendo del pueblo y comprobando que estaba muy bien surtido de bares, restaurantes, tiendas y algún que otro albergue privado, que como en todos los sitios aprovechaba el tirón de la peregrinación. Ya en las afueras, surgía una nueva diatriba en forma de variante. Había que elegir entre llegar hasta el Crucero Santo Toribio por un andadero o desviarnos hacia Villares de Orbigo, lo que suponía andar algún kilómetro de mas.
Aún era temprano, con lo que nos decidimos por la segunda posibilidad ya que sabíamos que aquella variante atravesaba algunos bosquetes que siempre serían mas bonitos e interesantes que caminar por un recto y aburrido andadero. Tras sortear algunas acequias con bastante agua y parcelas cultivadas, en su mayoría por altos maizales entremezclados por otros terrenos llenos de hortalizas alcanzamos a ver en la lejanía el siguiente pueblo. Y aún mas a lo lejos una pequeña sierra que sin duda habríamos de subir. Aquel punto nos recordó a los tres la vista que se tiene del Alto de Mostelares a la salida de Castrojeriz. No es que las pequeñas lomas que teníamos en lontananza fueran, ni por aproximación, de la dureza de aquella subida en la provincia de Burgos, pero sí que el paisaje era idéntico, muy parecido.
Durante unos momentos me surgió la duda de que hubiéramos acertado con la variante correcta. Andar unos pocos kilómetros de mas no nos suponía nada pues todavía estábamos frescos y fuertes en nuestro segundo día. Pero la idea de tener que subir montañitas me hacían dudar. La carne es débil... ya lo dijo San Agustín (o algún otro del mismo gremio), y a pesar de llamarme y considerarme un peregrino, flaquea mi espíritu en cuanto se empina el sendero. Y dado que el tramo de aquel año iba bien surtido de subidas y ascensiones, todas ellas afortunadamente aún por llegar, me tomé cualquier cuesta que el destino y la Ruta Jacobea me quisieran mandar, como un entrenamiento que habría de venirme bien en próxima jornadas. Y es que en estos trances el que no se consuela, es porque no quiere. ¿No querías Camino de Santiago? Pues ahí lo tienes, peregrino de pacotilla... que te acojonas por nada (me iba mentalizando yo mismo)
La suerte estaba echada, nos íbamos acercando al pueblo. Una mueca mas a añadir en el bordón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS SEGUIDORES DE ESTE BLOG