martes, 9 de diciembre de 2008

Guerra de albergues

Nada mas llegar a San Martín del Camino, aún faltaban algunos centenares de metros para llegar a las primeras casas, nos encontramos con un albergue privado llamado "Vieira" lleno de carteles anunciadores de los precios por el hospedaje. No se veía mucha actividad allí. Una piscina de plástico, varias sillas y alguna mesa en la terraza, un tendedero sin ninguna ropa colgada...
A medida que nos acercábamos dudábamos en entrar y quedarnos a pasar la noche. De pronto un hospitalero salió por la puerta haciéndonos ostensibles signos de que entráramos. Aquello acabó definitivamente por convencernos... nos hicimos los locos y continuamos hacia el pueblo. El mal efecto que nos causó el que salieran a llamarnos y tratar de que nos adhiriéramos a la causa del negocio hotelero del lugar, nos empujó a seguir caminando, produciendo el efecto contrario al que deseaba el tipo. Tampoco es que hubiéramos elegido aquel albergue tan alejado del pueblo, teniendo en cuenta que con las idas y venidas habríamos añadido a la etapa del día otro par de kilómetros innecesarios. Pero se veía muy claramente que aquella etapa, con dos rutas diferentes, una hasta Villar y otra hasta San Martín, dividía a los posibles clientes y por tanto dejaba a la mitad los ingresos. Ninguno de los dos pueblos se debería sentir satisfecho, de ahí la guerra de carteles pintados en el suelo en Valverde, y de ahí también la pobre impresión que causaban aquellos espabilados del negocio turístico jacobeo, debiendose pelear por un misero peregrino que pasara y que fuera a llenarles la caja con los escasos euros que nos dejamos.
Nosotros por fin llegamos a las primeras casas sin dejar en ningún momento la carretera. Y de pronto encontramos un nuevo albergue, este llamado de Santa Ana. Nadie en la puerta pidiendonos que pasáramos, alguna ropilla tendida junto a una valla... decidimos preguntar.
Tardaron en atendernos. Solo un par de gatos que languidamente dejaron de tomar el sol se acercaron a que los acariciaramos. Parecía que fueran ellos quienes atendían el negocio.
Pero finalmente una señora muy amable salió de un cuarto y nos hizo el articulo: 6 € por persona en una habitación para tres; o 3 € por barba en el cuarto general de las literas. A pesar del precio, un tanto caro, nos inclinamos por elegir la habitación particular. También teníamos la opción de apuntarnos a la cena por otros 9 € y pudimos ver que en el libro había una larga lista de nombres. No fue hasta la hora de la cena en que nos dimos cuenta de que la lista correspondía a las personas que había cenado la ultima semana, incluso tal vez el ultimo mes, y que no se borraban los nombres para dar sensación de multitud.
Tomamos posesión de nuestras camas, deshicimos las mochilas y nos encaminamos hasta los baños donde la ducha resultó un tanto dificultosa por la falta de presión de agua, pero al menos reconfortante por lo caliente que llegaba.
Mas tarde, una vez cambiados, pasamos a la parte trasera de la casa donde estaba situado el lavadero y el tendedero. Todo aquello tenía un aspecto bastante descuidado. La zona de tendedero era un antiguo huerto en el que los surcos en la tierra no habían sido explanados y las hierbas crecían como en una selva. Las mesas de plástico, las sombrillas y las sillas llenas de polvo, como si hiciera una eternidad que nadie las utilizaba... pero ya habíamos pagado y no era cuestión de montar numeritos. Nos quedabamos... pues solo era por una noche... y además eramos peregrinos, no turistas de lujo.
Tras una pequeña inspección del lugar nos dimos cuenta que salvo tres o cuatro extranjeros, que también había elegido las habitaciones mas caras pero a la vez mucho mas intimas, no había nadie mas en el albergue. La gran nave con infinidad de literas estaba completamente inédita aquel día y por lo visto así iba a quedar, ya que por la hora no esperábamos que fueran a llegar muchos mas peregrinos.
Decidimos ir al pueblo a comer en algún restaurante. Quisimos preguntar a la hospitalera pero de nuevo había desaparecido. Caímos en la cuenta de que sobre el albergue existía una vivienda, sin duda de los dueños del albergue y que estos estarían a su vez comiendo a esa hora.
Cruzamos la carretera y nos internamos por la primera calle que encontramos. Las tres de la tarde y ya ni lo gatos salían a curiosear y fizgonear a aquellos tres estúpidos peregrinos que andaban perdidos por las desiertas calles. De esta manera, pasamos por debajo del enorme deposito de agua que habíamos visto unas horas antes desde varios kilómetros del pueblo y llegamos hasta un plazoleta donde estaba la iglesia de San Martin. Es curioso como en poblaciones mucho mas grandes, con increíbles iglesias o catedrales, siempre te las encuentras cerradas a cal y canto... y sin embargo, en aquel poblacho, con hambre y unas enormes ganas de
sentarte a una mesa, nos encontramos con las puertas de la seo completamente abiertas. Haciendo de tripas corazón, y a falta de bares, entramos a visitar la iglesia encontrándonos con un par de santos sobre andas procesionales. Un rápido rezo, alguna foto y de nuevo a la calle ya esta vez preocupados por la falta de lugares para tomar, aunque fuera, una misera coca cola.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En tu mas puro estilo me vuelvo a meter en el camino ,casi acariciando aquel minino , y oliendo la casa de huespedes de camino poco cuidada y me pregunto y PIVA , donde esta el espiritu PIVA , en esta etapa tranquila ....