lunes, 29 de diciembre de 2008

Fotografiando hasta las papeleras

Entramos en las primeras calles de Villares de Orbigo, y aunque pudiera parecer que la gente por allí no tenía imaginación para poner nombres a los pueblos (recuerdese que los últimos eran Puente, Hospital... y ese, Villares... pero todos terminados con la palabra Orbigo), sí que resultaba notorio que cuidaban de sus simpáticas poblaciones, pues nada mas entrar y en apenas unos pocos metros nos encontramos con no menos de media docena de casas, todas de planta baja, en proceso de restauración y reforma de sus fachadas. No es que fuera Beverly Hills, pero el pueblín tenía un aspecto muy limpio y sobre todo muy cuidado. Descubrimos enseguida que en cada esquina, junto al nombre de la calle, el Ayuntamiento o tal vez alguna asociación, habían colocado una especie de cartel con dibujo alegórico al camino y su correspondiente flecha amarilla que iba guiando a los peregrinos por las callejuelas sin posibilidad de perderse. Algo que era muy de agradecer y denotaba un cuidado con la Ruta Jacobea y con quienes la seguían y los visitaban.
Y de pronto, al volver una esquina, nos encontramos con la plaza del pueblo en la que dominaba un monumento en forma de cruz minimalista (o maximalista, según se mire). Una especie de bloque de granito en cuyo centro se había ahuecado la piedra formando una simple cruz. Yo ya conocía aquella plaza por haberla visto en fotos de la pagina web de consumer, pero aún así, la gratísima impresión que me causó el encontrarme físicamente allí no disminuyó y enseguida pedí a mis amigos que me hicieran una foto para el recuerdo en la que también se viera el mensaje u homenaje que llevaba escrito en su base.
Para ello hubo que esperar que unos peregrinos extranjeros movieran el culo y se apartaran para no estropearme la instantánea, pero solo fue cuestión de pocos minutos, aunque aún se puede apreciar en ella al ultimo guiri a punto de marchar.
El café con leche de Hospital de Orbigo aún estaba reciente, y a pesar de que me hubiera encantado descansar en la terraza de alguno de los bares que había en plaza, decidimos dar por cumplida la visita a la localidad, con lo que volvimos a cargar nuestras mochilas a la espalda y continuar con la etapa. Pero cuando salíamos de la plaza del pueblo reparé casualmente en una papelera que había allí mismo. He querido utilizar la foto de aquella humilde papelera que sin embargo contenía un simpático escrito. Una muestra mas de lo que cuidaban su pueblo aquellas gentes, que incluso de un anti higiénico receptaculo de basura y desperdicios, sacaban un soporte ideal para publicitar su pequeño pueblo, desarrollar la imaginación y el sentido del humor. Creo que se puede leer perfectamente en la fotografía, aunque solo por si acaso transcribiré el lema: "Aquí en Villares le dijo la cebolla a el ajo... acompañame siempre majo."
Pura poesía rural... y una verdad gastronómica que ya firmarían Adría y Arzac.
Salimos pues de Villares, e inmediatamente notamos como se iba empinando el terreno. El sendero de estar plagado de cultivos agrícolas apenas un kilómetro atrás, se fue tornando ahora polvoriento, rocoso y duro de transitar, aunque a lo lejos veíamos como los árboles iban apareciendo, primero de manera dispersa, para mas tarde haciéndose mas numerosos, formando un pequeño bosquete que se anunció primero como un área de descanso con barbacoas, bancos y mesas de madera y una fresca fuente que, sin embargo, era de agua no potable.
Continuamos ascendiendo, esta vez ya por un estrecho camino rodeado de frondosos robles y encinas, cuyas raíces sobresalían de la tierra y nos dificultaban el caminar. El canto de algunos pajaros en las ramas y la fresca sombra, que hacía que corriera un aire fresquito y reparador tras la sudorosa marcha, hubieran sido el punto ideal para un cuadro idílico si no hubiera sido por unas exasperantes moscas que nos atacaban buscando, bien la sombra de nuestros sombreros de exploradores, bien beberse el sudor de nuestras caras (qué asco ¿no?) o tal vez simplemente el que las lleváramos a algún otro sitio como si fuéramos unos inesperados taxis. El caso es que entre manotazos al aire, alguno de los cuales por el ímpetu acababa en nuestras propias caras, volantines con los pañuelos y raros movimientos de cuerpos y cuellos para tratar de huir de la insaciable vorágine de los molestos y asquerosos insectos, cualquiera que nos hubiera visto hubiera creído que nos acabábamos de escapar de un sanatorio psiquiatrico.
El martirio se prolongó durante aproximadamente un kilómetro. Los árboles dejaron paso a un terreno despejado y de nuevo rocoso. El sol volvió a golpearnos inclemente y de pronto desaparecieron las inteligentes moscas, a las que por lo visto no gusta sudar como pollos, o en este caso yo diría como tontos peregrinos.
Y de pronto... de nuevo el asfalto en forma de pequeña carretera. ¿Se había acabado lo bueno por ese día y la ración de bosque quedaba finiquitada?
De nuevo volvíamos a los andaderos y a la civilización. Subimos una cuesta muy prolongada para una vez alcanzar la cima descubrir a lo lejos, en una especie de vaguada entre montes, el siguiente pueblo. Empezamos a hacer cabalas y a teorizar sobre por donde seguiría el camino una vez pasada la siguiente población. Cualquiera de las diferentes teorías pasaba por subir aquella pequeña sierra... ¿otra vez subir? ! Que palo ¡ ¿no?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

where you come from!

Anónimo dijo...

Although we have differences in culture, but do not want is that this view is the same and I like that!