A mi aún me dio tiempo a escribir en mi diario algunas frases que decoraban un tablón de anuncios, de las cuales he utilizado algunas para las famosas frases de cada viernes, como aquellas de "La felicidad es hacer lo que quieres, y querer lo que haces; y no soñar tu vida sino vivir tus sueños" o aquel otro de "Corto de vista el que acaba el Camino como turista". Intenté hacerme con el ordenador para enseñar a mis dos vascos como entrar en el blog, pero la joven alemana seguía aferrada al teclado y no lo soltaba, con lo que nos dedicamos a ver algo de televisión, mayormente los resúmenes de la jornada futbolera.
Un poco mas tarde de las nueve y media nos retiramos a nuestra habitación y nos preparamos para dormir, yo como siempre con tapones de cera, conocedor de que el vasco suele roncar de lo lindo. Una vez en el saco, solo recuerdo los lejanos ladridos de unos perros... y luego, de pronto ser despertado por Esperanza cuando ya eran mas de las seis y media de la mañana. Toda la noche durmiendo de un tirón, me hicieron levantarme como nuevo.
Acto seguido, el insufrible tormento de rehacer la mochila. Pasan los años en el camino, y con cada nueva aventura, caigo en la cuenta de que jamás aprenderé a doblar correctamente el saco y nunca conseguiré que entre en su funda a la primera.
A las siete de la mañana ya estábamos desayunando. Un desayuno copioso a base de café con leche, infinidad de tostadas con mantequilla y varias clases de mermeladas y abundantes bricks de zumos de frutas. Decididamente y junto con la caliente ducha diaria, dos de los mejores momentos de cada día.
Salí a fumarme el primer cigarrillo, dejando a Esperanza, como siempre, a la búsqueda de qué conseguir rapiñar para hacer los almuerzos, y al marido en su cotidiana cita con el water tras tomar algo caliente seguido del zumo. No fue uno, sino varios cigarrillos los que me fumé, pues el vasco se demoró mas de la cuenta. Apenas despuntaba el día y el frío de la mañana se estaba calando en mis huesos, pero recordando el plantón que les había dado el día anterior en León, opté por no abrir la boca. Me dio tiempo de ver aparecer a los dos peregrinos, recomendados del cura, y unos minutos después al cámara que traía en su furgoneta al mismísimo cura. Caí en la cuenta de que nuestro joven sacerdote iba para obispo... ya que el muy ladino no había dormido en el albergue y muy posiblemente lo había hecho en el mismo León, tal vez en la lujosa hospedería de las Carbajalas, hasta donde lo debía de haber ido a recoger el cámara con su furgoneta.
Casi eran las ocho de la mañana cuando nos pusimos a andar y yo volví a entrar en calor. A todo esto no habíamos visto ni a la holandesa ni a los vejestorios alemanes. El orujo de la noche anterior debía estar pasando factura, y a punto estuve de ir a despertarlos y avisarles que saliendo a las nueve no se podía conseguir andar 50 kms en el día.
Salimos pronto del pueblo y tomamos un andadero junto a la carretera. Bandadas de cuervos volaban por los campos recién sembrados que nos rodeaban, y alguno se posaba sobre algún tendido eléctrico observándonos pasar y emitiendo sus ruidos característicos. ¿Porqué será que siempre que veo cuervos temo por mis ojos? ¿Tendrá algo que ver el viejo proverbio de "Cría cuervos y te sacaran..."? !! Curioso ¡¡
De vez en cuando el sendero se internaba por algunos bosquetes llenos de vegetación en forma de choperas y enormes matorrales del que colgaban arlos de moras de colores granates y negros. Esperanza, que para eso se pinta sola, paraba cada cierto tiempo y elegía aquellos amargos frutos, llenos de pequeñas pepitas que se te meten entre los dientes... porque yo, invariablemente, pico el anzuelo y la imito pensando que voy a comer del fruto de la pasión y acabo pasando el siguiente kilómetro escupiendo hasta las muelas. La vasca recordó el momento en que nos conocimos, allá por 2004 saliendo de Roncesvalles, cuando hacía acopio de bayas azules, endrinas para mas señas y yo, cuando nadie me veía, hacia lo mismo y apunto estuve de vomitar hasta mi primera papilla. Por aquel bonito sendero cruzamos varios riachuelos y acequias de riego para aquellos campos, con lo que la distancia que recorrimos se nos hizo muy amena y agradable. Se notaba que volvía el verde al Camino, y aquello nos animaba sobremanera.
Y mientras he escrito esta entrada, he recibido la llamada telefónica de Javier. Siempre es un placer recibir noticias de los amigos y me ha resultado chocante que me llamara precisamente en el momento en que escribía de él. Así se lo he comentado, diciéndole lo que estaba escribiendo, especialmente sobre el extraño efecto laxante de los zumos. Nos hemos reído ambos del cura, los alemanes y las indigestas y amargas moras.
! Qué casualidad ¡
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